EL CONFLICTO MÁS PELIGROSO DEL MUNDO PARA INFORMAR
El conflicto más peligroso del mundo para los periodistas
Los secuestros de periodistas en Siria dejaron sin voz a millones de civiles víctimas de los bombardeos y los abusos
Marc Marginedas
Periodista
Premio 'Cirilo Rodríguez' al mejor corresponsal en el extranjero (2013), Premi Nacional de Comunicació (2013) y Premio Luka Brajnovic de Periodismo (2019). Autor de 'Periodismo en el campo de batalla: 15 años tras el rastro de la yihad'. Protagonista del documental 'Regreso a Raqqa' (2022)
MARC MARGINEDAS
Fue una epidemia que marcó un antes y un después en la cobertura de la guerra de Siria, y que a la postre, acabó suscitando un debate internacional en los gobiernos y los medios de comunicación acerca de la naturaleza del trabajo que realizan los periodistas freelance en las zonas de conflicto, así como de los riesgos que asumen cuando informan acerca de una guerra.
A mediados y finales del 2013, el constante goteo de secuestros de reporteros y fotógrafos, tanto locales como foráneos, por parte de bandas criminales y milicias de corte yihadista, había convertido en un riesgo inasumible los viajes de trabajo a las zonas bajo control rebelde, interrumpiendo el flujo informativo procedente del territorio donde precisamente se producen el grueso de las atrocidades y violaciones de los derechos del hombre en el conflicto sirio.
El apagón informativoapagón informativo dejó prácticamente sin voz a millones de civiles que sufren a diario los efectos de los bombardeos deliberados sobre objetivos no bélicos de la aviación del régimen de Bashar el Asad, -y posteriormente, denuncias similares contra las Fuerzas Aéreas rusas- así como los abusos y atropellos cometidos por las bandas de combatientes radicales, muchos de ellos llegados de países europeos.
UN PRECIO ELEVADO
Las cifras demuestran que en ninguna otra guerra reciente, ni siquiera en el Irak posterior a la caída de Sadam Hussein, los reporteros han pagado un precio tan elevado por realizar su trabajo. En enero del 2014, el Comité para la Protección de Periodistas, con sede en Nueva York, cifró en una treintena los reporteros y fotógrafos abducidos en el país árabe.
Otros 52 habían muerto hasta esa fecha como consecuencia de acciones armadas. Reporteros Sin Fronteras, cuyo cuartel general se encuentran en París, elevó la cifra a seis decenas, además de un centenar de fallecidos. Las diferencias entre los datos de una y otra organización radica en la definición que hacen de la figura de periodista. En algunas ocasiones, se trata de productores procedentes de países árabes que trabajaban para algún determinado medio de comunicación, o activistas sirios que colaboraban para alguna cadena del golfo Pérsico.
El caso que adquirió más relevancia -y del que fue partícipe quien escribe estas lineas- fue el de 19 reporteros y cooperantes de sexo masculino y cuatro activistas y trabajadoras humanitarias féminas, procedentes de una decena de países y retenidos por milicias de Estado Islámico.
DECAPITACIONES ANTE LAS CÁMARAS
Arrancó en noviembre del 2012 con el secuestro del periodista norteamericano James Foley y del británico John Cantley y se convirtió en una de las las crisis de rehenes más grave que ha afrontado Occidente desde la toma de la embajada estadounidense en Irán en 1979, acabando de forma trágica para algunos de los cautivos: los tres rehenes estadounidenses y dos de los británicos fueron asesinados, ejecutados por decapitación ante los ojos de todo el mundo, arrodillados y vestidos con un mono naranja, idéntico al que llevan los prisioneros yihadistas en Guantánamo.
En los secuestros de ciudadanos de países anglosajones, los medios de comunicación, las familias y los gobiernos respectivos optaron por la discrección: en algunos casos, prefirieron no notificar siquiera el secuestro, y en otros, decidieron mantener secretas las identidades de algunos de los secuestrados, con el objetivo de protegerles e incrementar las posibilidades de que regresaran sanos y salvos mediante gestiones fuera del ojo público. Ahora que todo ha acabado, familiares de algunos de los prisioneros muertos piensan que el desenlace habría sido diferente si sus casos se hubieran aireado en los medios de comunicación, ejerciendo presión sobre sus autoridades.
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