Uno de cada dos niños argentinos es pobre

Un estudio de Unicef alerta del incremento de esa lacra social

zentauroepp39273922 children eat meals from a soup kitchen during a protest by a170722183231

zentauroepp39273922 children eat meals from a soup kitchen during a protest by a170722183231 / periodico

ABEL GILBERT / BUENOS AIRES

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cada vez son más: solo hay que ver la cantidad de pibes que vienen a alimentarse y que no les alcanzó con el vasito de leche de la escuela, si es que se lo dieron”, dice José Carranza, del comedor popular Caras Sucias, en el barrio Parque Patricios de la ciudad de Buenos Aires. Y parece hablar por muchos. El 47,7% de los niños argentinos vive en condiciones de pobreza, según Unicef, el Fondo de Naciones Unidas para la InfanciaUnicef. El informe no hizo más que ponerle cifras a lo que se intuía en un país en el que a fines del 2015, cuando asumió el presidente Mauricio Macriel litro de leche costaba 10 pesos (0,49 euros) y ahora oscila entre 25 y 26 pesos (1,28 euros). Unicef revela que son los adolescentes los que más sufren. Muchos tienen una madre al frente del hogar, padres en el paro o fueron pocos años al colegio. En los hogares golpeados por la desocupación, la cifra de pobreza llega al 84,8%.

Los números impactan: el 51% de los argentinos que tienen entre 13 y 17 años es afectado por la pobreza; y 1,3 millones de niños y adolescentes, es decir, el 10,8% de la población menor de 18 años, enfrenta situaciones de pobreza extrema. Sus familias no llegan a cubrir la cesta básica de alimentos. El precio de la leche coloca a Argentina -un país ganadero- como el segundo país más caro del mundo para adquirir un litro (el primero es Canadá, con 1,86 dólares).

Y esa escalada de un producto esencial es un modo de entender cómo se ha redefinido el mapa de la precariedad. Pero no se trata solo de un problema lácteo. El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) calculó que una familia tipo (matrimonio con dos hijos) de la capital argentina, la ciudad más rica de todo el territorio, necesita 13.323 pesos (738 euros) para no caer en la pobreza y 5528,47 pesos (311 euros) para superar la barrera de la indigencia.

CADA VEZ SON MÁS

Margarita Barrientos es una dirigente social que simpatiza con el Gobierno. Macri la ve como una ciudadana ejemplar y le dona la mitad de su salario para el comedor popular del barrio Los Piletones, en Villa Soldati, en la zona sur de la capital. Allí sirven a diario 2.700 platos de comida entre desayuno, almuerzo, merienda y cena.  En los últimos meses han llegado decenas de personas a pedir un lugar en la mesa y hay otras en lista de espera.

“Esto está difícil, no ha mejorado”, reconoce, pero no le carga culpas al presidente. Y es entre los menores que se sienten los mayores efectos de un problema que viene de lejos. La pobreza estructural es una herencia de la última dictadura militar (1976-83) que con los años se fue agravando. Los datos de UNICEF coinciden con los que semanas atrás presentó el Centro de Investigaciones Participativas en Políticas Económicas y Sociales (CIPPES), que ubica a la pobreza infantil en un 46%.

Numerosos investigadores coinciden en que la devaluación del 40%, una inflación de similar medida en el 2016, los tarifazos (aumentos de precio de suministros básicos como la luz) y la pérdida de puestos de trabajo agravaron el cuadro social. Desde el 2010, el Estado argentino ofrece a los sectores sociales más vulnerables una Asignación Universal por Hijo (AUH). Ese dinero reduce un 30,8% la pobreza extrema pero no puede mitigar la pobreza general.

Sebastián Waisgrais, el especialista de Unicef Argentina a cargo de la investigación ha sido concluyente: “El gran desafío de la política pública es cómo llegar a ese millón y medio de personas que no cobran la asignación porque no tienen documentos, son inmigrantes o porque sus hijos están fuera del sistema educativo. Cualquier cambio en los ingresos salariales va a promover que muchos chicos salgan o entren de la pobreza”.

COMO EN LOS AÑOS NOVENTA

Mónica Carranza nació y vivió en Parque Patricios hasta los nueve años con sus nueve hermanos. Al morir su padre, fueron separados e internados en distintas instituciones. Mónica escapó y vivió en la calle. Allí pasó hambre, frío, violencia. También atravesó experiencias durísimas que forjaron su espíritu. Con mucho esfuerzo, logró llevar adelante la Fundación Caras Sucias, atrajo los aportes para sostenerla, juntó voluntarios y administró los recursos para que 1.500 chicos reciban alimentos.

El nombre del comedor popular sale de una constatación. Una vez le pidió a los niños que, antes de comer, se lavaran las manos. Las toallas quedaban negras. De ahí vino el nombre de su fundación ubicada en el barrio de Mataderos. Mónica falleció en el 2009 y uno de sus hijos del amor, José, es el que se propuso continuar la obra materna. En el hogar viven unos 30 niños abandonados y otros 30 más comen a diario. “Pero siempre viene alguien nuevo. Todo sigue igual. Es como con [el presidente Carlos] Menem, en los años 90. Terrorífico. La gente nos llega muy mal. Hay madres que dejan a los chicos y no vuelven o fallecen”, le dijo a EL PERIÓDICO. Ni sueña que las cosas mejoren. Todo lo contrario. “Por algo hay tantos comedores en este país”.