ESCÁNDALO EN LA PENÍNSULA BALCÁNICA

Niños enjaulados

Los internos de un centro de menores discapacitados en Grecia viven entre barrotes o atados a la cama

Un niño, atado en su cama, en la institución denunciada.

Un niño, atado en su cama, en la institución denunciada.

ANDRÉS MOURENZA / ESTAMBUL

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Jenny, de 9 años, lleva siete viviendo en una jaula de madera. Y, si nadie lo remedia, así seguirá siendo hasta que crezca y no quepa en ella. Luego, quizás viva atada de pies y manos a una cama.

El caso de esta niña con autismo -recientemente sacado a la luz por la BBC- no es único. Buena parte de los en torno a 70 niños y adultos que viven en el centro KEPEP para discapacitados de Lejená (Grecia) pasan prácticamente la totalidad del día encerrados tras unos barrotes o encadenados a sus camas.

Las primeras noticias sobre esta situación datan del 2008, cuando un grupo de jóvenes, en el marco de un programa de voluntariado europeo, pasó ocho meses en el KEPEP. «No nos podíamos creer lo que veíamos», asegura a EL PERIÓDICO una de las voluntarias, la psicóloga portuguesa Catarina Neves. El relato de lo que sucede en aquel centro -que los voluntarios plasmaron en un informe enviado a varios organismos internacionales- es la descripción de un verdadero infierno para los pacientes.

En primer lugar porque, a pesar de que la institución está pensada para acoger a niños y jóvenes discapacitados de entre 6 y 28 años que han sido abandonados por sus familias, la mitad de los internos son mayores de esa edad. La ausencia de un plan de rehabilitación o integración implica que los discapacitados «permanecerán toda su vida» en el KEPEP. «El lugar parece una prisión en la que todos cumplen cadena perpetua, por el único delito de haber nacido con discapacidad en un ambiente socialmente desfavorecido», afirman los voluntarios.

Solo los que tienen más autonomía pueden moverse con algo de libertad en un salón del primer piso, «donde el olor es muy fuerte» -explica Neves- porque únicamente los duchan tres veces por semana. El resto permanece enjaulado en pequeñas celdas de madera en las que ni siquiera se les permite tener juguetes. Es el caso de Elli, una niña autista de 6 años, que ante la falta de atención se dedica a arrancarse el cabello y atarlo a los barrotes. O el de otra niña de 9 años con osteoporosis, que en lugar de recibir una terapia, permanece atada de brazos a la jaula para evitar que se fracture los huesos.

TERAPEUTAS OCASIONALES

«Había dos terapeutas ocupacionales pero a los niños solo los sacaban media hora dos veces por semana fuera de la jaula», relata Neves. Hoy, solo dos niños autistas salen al exterior porque acuden a la escuela, pero a su regreso son enjaulados de nuevo. Neves también denuncia que los internos son alimentados «a través de los barrotes» y que apenas se les da agua. Según su denuncia, muchos niños presentan marcas y heridas por permanecer tanto tiempo atados a las camas o las celdas.

Uno de los problemas más graves es la falta de personal -seis enfermeros por turno-, así como su desmotivación por los bajos salarios y poca preparación. Neves critica que los cuidadores «sienten asco» por sus pacientes y solo los tocan «con guantes». La mayoría de los cuidadores pasan el día «charlando, comiendo, bebiendo o jugando al ordenador» --denuncian los voluntarios-- además de fumar en las mismas salas que están los internos.

INFORME DEMOLEDOR

Los voluntarios han seguido monitorizando el caso pero apenas se les ha escuchado. En el 2011, tras la muerte de dos internos en un plazo de pocos días -no eran los primeros fallecimientos por falta de atención-, el Defensor del Pueblo se presentó en el lugar y realizó un informe demoledor en el que criticó la violación de los derechos más básicos. Señaló además que los pacientes permanecían «sedados» y pasaban el día «mirando al techo». En declaraciones a las teles locales, la entonces directora Anna Mazaraki justificó que lo de atarlos o encerrarlos en jaulas era por su propio bien, para «evitar que se hagan daño o dañen a otros» internos.

El Gobierno heleno prometió entonces que mejoraría las condiciones, pero tres años después, lo único que se ha hecho es pintar de colores los barrotes. Consultada por este diario, una funcionaria griega que no desea ser identificada dice que las cosas son «incluso peores» que hace años y se queja de que las instituciones europeas no han prestado atención a las denuncias hechas. «El único momento en que algo cambiará para estos niños será cuando mueran», lamentó uno de los exmiembros de la junta directiva del KEPEP, Ioannis Papadatos, a la BBC.

Según Eva Cosse, de Human Rights Watch, estas condiciones no se circunscriben al KEPEP de Lejená, sino que son habituales en otros centros similares de Grecia, dependientes del Ministerio de Trabajo. También ha habido denuncias parecidas sobre las instituciones para enfermos con problemas psiquiátricos adscritas al departamento de Sanidad.