EL GRAN NAUFRAGIO

Lampedusa, la tabla de salvación

La turística isla italiana, más cercana a África que a Sicilia, acoge a miles de inmigrantes que arriesgan sus vidas en embarcaciones precarias para alcanzar las costas europeas y dejar atrás guerras y pobreza. Sus habitantes conviven a diario con el gran naufragio político, humanitario y moral de la Unión Europea.

Dos soldados malteses transportan el féretro de un imigrante ahogado, el jueves.

Dos soldados malteses transportan el féretro de un imigrante ahogado, el jueves.

ANA ALBA

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La Puerta de Lampedusa-Puerta de Europa mira al mar desde un extremo de la isla italiana de Lampedusa. Es un monumento de cerámica y hierro de casi cinco metros de altura del escultor italiano Mimmo Paladino inaugurado en el 2008. La obra se erigió allí para recordar a los miles de inmigrantes que arriesgan sus vidas cruzando el Mediterráneo en barcos y botes con el anhelo de alcanzar las costas de Europa. La meta de su odisea es «vivir y trabajar con libertad, paz y dignidad», palabras que repiten cuando se les pregunta por qué decidieron iniciar un incierto periplo a una tierra soñada que les cierra sus puertas.

Desde el lugar donde se erige el monumento se divisa el punto donde el 3 de octubre del 2013 naufragó un barco que llevaba a bordo entre 520 y 550 personas desde la ciudad libia de Misrata. Sobrevivieron 155 rescatadas por la Guardia Costera italiana. Antes y después de esta tragedia ha habido muchas otras que han convertido al Mediterráneo «en un cementerio», asegura el periodista italiano Gabriele del Grande, autor del blog Fortress Europe, en el que ha recogido todos los naufragios en el canal de Sicilia desde 1988. Los números hablan de 21.439 muertos en aguas mediterráneas desde 1988. Solo en el 2011 se ahogaron 2.352 personas, y en el 2014, 3.500. En menos de cuatro meses del 2015, los fallecidos son 1.600.

La última tragedia se produjo hace una semana: al menos 800 personas se hundieron en el canal de Sicilia cuando naufragó el barco en el que viajaban, procedente de Libia. Solo 28 personas sobrevivieron. Los muertos en el Mediterráneo desde finales de los 80 podrían ser más porque hay naufragios que no dejan rastro y cadáveres que el agua engulle en silencio. Algunos han salido a flote en las redes de pescadores en alta mar, «aunque sucede solo de vez en cuando», asegura Del Grande.

En Lampedusa y Sicilia se habla de pescadores traumatizados por no haber podido salvar a personas vivas que la fuerza de las olas les arrebató de las manos o por haber recogido restos humanos al echar las redes.Pero los pescadores de Lampedusa subrayan que esto «ocurría hace años y en contadas ocasiones a los barcos de pesca grandes que faenan en aguas profundas», afirma el capitán de un barco en el puerto de esta isla italiana situada más cerca de Túnez (113 kilómetros) que de Sicilia (205 kilómetros).

«¿Pero qué restos humanos? Leyendas, se exagera todo. Eso pasó cuando llegaron los barcos de tunecinos en el 2011», cuenta Salvatore, veterano pescador de 84 años al que llaman Totó, mientras remienda una de sus redes, agujereada por delfines. Al otro lado del puerto se divisan unas barcazas de madera abandonadas junto a un campo de fútbol. Trajeron a inmigrantes de África y se han depositado ahí por orden judicial. Otras tuvieron menos suerte y reposan en el fondo del Mediterráneo o se desintegraron y la madera de su estructura llegó a las playas en fragmentos. El carpintero Franco Tuccio los ha recogido durante años y con ellos ha tallado cruces, cálices y otros objetos religiosos. «En mis obras quiero representar el sufrimiento y el dolor de los que se arriesgan a cruzar el mar para llegar a Europa», explica Tuccio en su taller, lleno de maderas de barcos naufragados.

Aquella visita del Papa

Cuando el papa Francisco visitó Lampedusa en junio del 2013 para recordar a los miles de muertos en el mar, utilizó una cruz y un cáliz tallados por Tuccio. «La UE tendría que gastar el dinero en invertir en los países de origen de los inmigrantes y ayudar a los que escapan de la guerra. Aquí vienen madres, padres y niños desesperados. Nadie se quiere ir de su casa si está bien allí», dice Tuccio, a quien le parece «absurda» la idea de destruir los barcos de los traficantes de personas en Libia, una de las propuestas que prevé la UE.

Cruces de madera como las de Tuccio coronan las tumbas de cadáveres de migrantes sin nombre enterrados en el cementerio de Lampedusa. Nadie sabe cuántos son, pero un obrero que arregla unos panteones indica que son «unos 50» los sepultados. «Aquí está enterrada una mujer que llegó muerta hace unos días. Estaba herida por una explosión de gas en Libia», indica el obrero. Varios inmigrantes habían relatado este suceso días atrás. «Una mujer murió en la barca en la que yo viajaba. Cuando estábamos en Libia se produjo una explosión de gas en la casa donde nos metieron los contrabandistas», relata un eritreo llegado a Lampedusa tres días antes.

«Recuerdo al menos seis muertos,tres eran mujeres y dos niños. Hubo muchos heridos pero los contrabandistas no quisieron llevarlos al hospital y los metieron en el barco, que era de plástico. En el mar, empezó a entrarle agua. Nos rescataron los italianos porque pudimos llamarlos», explica este eritreo de 24 años.

«No hay paz ni libertad en Eritrea, yo quiero ser libre y trabajar sin que me extorsionen. Conseguí reunir casi 4.500 dólares prestados de mis familiares para irme. Los gasté todos pagando a traficantes de Eritrea, Sudán y Libia», cuenta. Su sueño es vivir en Gran Bretaña. Sabe que es muy difícil, aunque confía en Dios para lograrlo. Dice que la cruz que luce en el cuello le protegió en su peligrosa travesía marítima y le seguirá ayudando. Ahora espera en la puerta de la parroquia de San Gerlando de Lampedusa para conseguir ropa.

Está contento porque una señora le acaba de dar una bolsa con un huevo de Pascua y dulces. «La gente de aquí es generosa», destaca. «Los vecinos creen que hay que salvar vidas y ayudar a estos seres humanos. Algunos los han acogido en casa, aunque fuera para que pudieran ducharse», comenta el vicario de la parroquia, Don Giorgio. «La cuestión es qué hacen los estados, qué hace Europa. Hay que gestionar este flujo migratorio para evitar que caigan en manos de los traficantes, los nuevos esclavistas», apunta el padre, que compara la situación de los inmigrantes ahora con el tráfico de esclavos africanos destinados a América.

La «providencia» financia

En la iglesia entregan a los inmigrantes ropa y zapatos que financia «la providencia», según el vicario. Esta providencia son a menudo los vecinos de Lampedusa, como la dueña de una tienda de modas, que regala ropa de buena calidad. Para intentar echar una mano a los recién llegados, Gianfranco se hizo voluntario de la Cruz Roja. De noche es recepcionista de un hotel y durante el día se encarga de distribuir mantas o agua cuando la Guardia Costiera avisa a la Cruz Roja de la llegada de una embarcación con inmigrantes. «Muchos vienen sedientos, están cansados y algunos en un estado psicológico complicado», explica Gianfranco. «Los llevan al centro de acogida, que tiene capacidad para algo más de 350 personas, aunque hace unos días eran más de mil», señala.

Entre los inmigrantes hay varios menores, a los que se coloca en una zona especial del centro, según informa la representante de la oenegé Save the Children en Lampedusa, Valeria Gerace. El jueves, de las 438 personas que quedaban en el centro para inmigrantes de Lampedusa, 47 eran menores no acompañados. Los inmigrantes no pueden salir oficialmente del centro, pero lo hacen por un gran agujero que hay en una de las verjas e incluso a veces regresan al recinto por la puerta principal. La policía que lo custodia lo sabe, pero hace la vista gorda.

Lampedusa es tranquila, una localidad turística donde los días laborables los cafés no están muy concurridos. Cuando el centro rebosa de inmigrantes, la mayoría de ellos salen a pasear por el centro del pueblo. Los vecinos no se quejan, a pesar de que el turismo se ha visto afectado con la llegada continua de barcos de migrantes y naufragios. «El turismo aquí ha sido masacrado en los últimos cuatro años, pero el Gobierno italiano no nos ayuda», lamenta Caterina, dueña de una tienda de moda en la céntrica Via Roma.

En los hoteles se quejan de que cuando los informativos van cargados de noticias sobre extranjeros, las cancelaciones son automáticas. Pero a todo el mundo no le afectan. «Este es un lugar precioso, ideal para unas vacaciones, hay que ayudar a esta gente con este gran problema que tienen», dice Rafaelle, una turista francesa. La alcaldesa de Lampedusa, la combativa Giuseppina Nicolini, asegura que la caída del turismo «no es consecuencia de los flujos migratorios». «Durante 15 años los dos fenómenos no tuvieron relación hasta que en el 2011, Roberto Maroni [líder de la Liga Norte y entonces ministro del Interior en el Gabinete de Silvio Berlusconi] detuvo aquí a todos los tunecinos que llegaban a causa de la primavera árabe. Maroni quería que Lampedusa fuera la Guantánamo mediterránea», dice Nicolini.

«Si no estuviera Lampedusa, moriría mucha más gente», asegura la alcaldesa, para quien el final de la operación Mare Nostrum, por la que la Marina italiana patrullaba el canal de Sicilia y salvaba a centenares de personas, fue «un paso atrás». Italia financiaba enteramente Mare Nostrum, que empezó en octubre del 2013 y acabó un año después. Desde entonces, está en marcha la operación Tritón, con menos recursos y una misión mucho más limitada. «Es una operación policial que nunca ha logrado ni salvar vidas ni acabar con el tráfico de seres humanos», asegura Nicolini.

Destino: norte de Europa

Los migrantes poco saben de Mare Nostrum y Tritón. Lo que les lleva a lanzarse al mar es «el deseo de tener una vida normal y tranquila», afirma Amida, una somalí de 33 años. Hace dos meses dejó a sus dos hijos pequeños con unos vecinos y comenzó un viaje que la llevó a Lampedusa desde Libia en un barco de plástico, junto a su hermano, Laki, y 41 personas más.

El jueves abandonó la isla en un ferri que zarpó rumbo a Sicilia. A bordo llevaba 251 extranjeros llegados de África y Oriente Medio cuya primera escala en Europa fue Lampedusa. Ahora están en diversos centros de atención gestionados por las autoridades italianas en Sicilia. Allí podrán solicitar asilo para intentar quedarse en Italia o seguirán su viaje hasta destinos más al norte de Europa para pedir el estatus de refugiado. La mayoría prefieren ir a Alemania o a países del norte de Europa como Suecia, más proclives que el resto a acoger a refugiados y a dar trabajo a extranjeros.

Amida no tiene preferencias. «Puedo trabajar en cualquier sitio. En Mogadiscio lo hacía en un salón de belleza. Ponía guapas a somalís, ahora puedo embellecer a mujeres europeas», asegura entre risas. Luego se coloca en la cola para subir a bordo del ferri y agita la mano con el gesto de quien se siente satisfecho por haber logrado un triunfo, pero nervioso ante la incertidumbre de nueva etapa. «¡Deséanos suerte!», grita su hermano.