EN RUTA CON LOS REFUGIADOS

Ni un juguete en el equipaje

El número de menores migrantes hacia la Unión Europea se ha triplicado en los últimos cinco meses. Alemania y Suecia son los países de la UE que mejores condiciones de asilo ofrecen para los niños.

La interrupción, durante el viaje de los niños refugiados, de la educación y las secuelas físicas y psicológicas figuran entre las mayores preocupaciones de las familias

El éxodo de los niños refugiados

El éxodo de los niños refugiados

JAVIER TRIANA

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La familia de Osman está sentada en la calle. Alrededor, muchas otras familias se cobijan en tiendas de campaña, o bajo los soportales del edificio principal del puerto de Mitilene, la capital de la isla griega de Lesbos. Atardece, y aunque el día ha sido soleado y claro, el frío de la noche empieza a asomar, como así lo hacen las primeras hogueras.

Osman es sirio, pero nació en Turquía hace siete meses y ahora está en Grecia. Viste un 'body gris' con anchas rayas rojas, y sus enormes ojos negros parecen observar todo con tremenda atención. Su tío, en la veintena, lo tiene en brazos, pero él se echa hacia adelante moviendo las piernas, como queriendo caminar. Su madre, Armine, cuenta que Osman está bien, que no ha enfermado durante el viaje. También explica que huyeron de Damasco estando ella encinta y se quedaron un tiempo en Turquía, donde nació el pequeño Osman. Ganaron un poco de dinero y decidieron tratar de prosperar, poniendo rumbo a Suecia. En el equipaje no ha cabido ni un sonajero, porque no era imprescindible.

Es el mismo caso que otros niños del puerto, que se entretienen jugando a pillar, correteando por entre las tiendas de campaña, o pateando botellas de agua vacías. Estas son a veces fantásticas bombas de ruido, cuando las hacen explotar saltando sobre ellas, haciendo que el tapón salga disparado y sobresaltando a todo el que tienen alrededor.

BOTELLAS, SILBATOS, PIEDRAS

Jodi, Iljoud, Mohamed e Iman han llegado en la misma patera desde Turquía y esperan en un punto de recogida de Lesbos a que los autobuses de alguna oenegé los lleven a Moria o Kara Tepe, los campamentos en los que comienza el proceso de registro para los refugiados. No saben el tiempo que estarán allí, y sus padres no hacen más que preguntar aquí y allá qué hay que hacer ahora, una vez llegados a Grecia, o si alguien les puede dar una manta térmica.

Los críos están menos preocupados: siguen soplando el silbato de emergencia que llevaban durante el arriesgado trayecto en patera desde la costa turca, y este es muchas veces su único juguete. Se montan en una lancha de salvamento que hay varada sobre las rocas de una de las playas de la isla, donde les toca esperar a los autobuses, y juegan a menearla. Cuando se aburren, desembarcan de un salto y comienzan a tirar piedras al mar. Aunque el objetivo real es un viejo barco encallado que unos días atrás ha transportado a un grupo de refugiados hasta esa orilla griega. Cuando lo golpean con los cantos, suena un sordo ¡clonk! Y los críos celebran la diana.

«Este viaje es un desafío para los niños. Se enfrentan a unas dificultades enormes y les está pasando factura a nivel físico y psicológico», asegura Kristen Elsby, responsable de Comunicación de Unicef para el centro y el este de Europa. La emergencia, además, está lejos de concluir: «Hemos visto un incremento en los números en los últimos meses. Los datos de junio del cruce entre Grecia y la antigua república yugoslava de Macedonia señalaban que una de cada 10 personas que cruzaban eran niños, y ahora vemos que es uno de cada tres». Según Elsby, el cambio demográfico se debe a que los primeros en emigrar fueron los varones jóvenes, a modo de avanzadilla. Una vez estos han llegado a su destino, intentan traer al resto de la prole.

EL 40% DE LOS AHOGADOS

«Muchos encuentran el cruce en barca de Turquía a Grecia especialmente traumático. Hasta la fecha, este año hemos visto que entre un 30 y un 40% de los muertos en estos cruces eran niños», indica Elsby. El 28 de octubre, en el mayor naufragio del Mediterráneo oriental en el 2015, en el que se ahogaron 43 personas, 20 de ellas eran bebés y menores. Solo este viernes por la mañana, seis más.

Niñas por edad, pero adultas por responsabilidad son la siria Asra y la afgana Rashina, ambas de 15 años. Son las únicas que hablan inglés de sus familias, por lo que sus traducciones a las instrucciones que ofrecen los miembros de las oenegés que les asisten a su llegada a Lesbos resultan clave para sus todos los compañeros de viaje. Los traductores de árabe o farsi no abundan entre los voluntarios.

Entre la respuesta de Unicef a este fenómeno migratorio se encuentran carpas dedicadas a los niños en las fronteras de Macedonia y Croacia, lugares en los que estos pueden descansar y jugar. Allí hallan pinturas y juguetes al fin. Sus problemas son los propios de un viaje así, con una alimentación inadecuada y un acceso a medidas higiénicas muy limitado. Las diarreas o las erupciones cutáneas son frecuentes. Según la oenegé Save the Children, la bajada de las temperaturas ha provocado múltiples casos de hipotermia y neumonía infantil en los Balcanes.

Estos, al igual que la abrupta interrupción de su proceso educativo son motivos de extrema preocupación. Hay síntomas de estrés y de otros trastornos psicológicos, aunque la ayuda que se puede ofrecer a este respecto durante la ruta es de mínimo impacto. «Tenemos que tener presente que esto no es una emergencia al uso», incide la portavoz de Unicef. «La gente no permanece varios días o semanas o meses. Se paran unas pocas horas. No quieren quedarse atrás en la fila o quedarse sin subir al tren. Todo pasa muy rápido. Las agencias humanitarias nunca habían provisto ayuda a gente que viaja a este ritmo».

Pero Elsby pone las cosas en contexto: «En Turquía hay un millón de niños refugiados, y las cifras son similares en Líbano o Jordania. Hay que recordar que la escala de la crisis es mucho mayor en los países del entorno de Siria desde el 2011 de lo que es en Europa».

SOLOS EN LA TRAVESÍA

Otro de los fenómenos que preocupan en Unicef es el de los menores que viajan solos. «Normalmente, en una emergencia, cuando les identificas, les derivas a un programa de protección social y están asistidos durante meses. Pero eso no es lo que estos jóvenes quieren: solo buscan seguir avanzando de país en país»explica Elsby. Son chavales como Ahto, que era estudiante en Irak, pero su familia decidió mudarse a la vecina Turquía. Tras unos meses allí, fue el único de los siete miembros en abrir brecha rumbo a Alemania. Una tía suya vive en Hannover. A sus 16 años, este kurdo partió solo hacia Grecia. Como es un varón joven, no es un grupo de ayuda prioritaria para los voluntarios que reciben a los refugiados al desembarco. Ahora tiene que caminar varios kilómetros hasta el primer campamento provisional.

Por el polvoriento camino que zigzaguea en el litoral norte de Lesbos, cuesta arriba y cuesta abajo, llama a su padre para contarle que ha llegado. Y su padre le relata que él está en el mercado, en la ciudad turca de Konya, comprando chocolate. Al rato él mismo saca unas galletas de chocolate de la mochila y hace una pausa. Unos kilómetros después, llega a un campamento, desde el que le mandarán en autobús a otro más grande para registrarse ante las autoridades y luego montará en un barco hacia Atenas para seguir hacia el norte.

En ese barco ya está Mahtab, una niña iraní de 10 años que viaja con su madre y se aburre a más no poder. Así que en cuanto ve un perro a bordo se pone a jugar con él de inmediato. En su ciudad natal tenía siete y los echa de menos. Cuando lleguen a Finlandia, si pueden, comprarán uno.