LA DEMOGRAFÍA MÁS LONGEVA DEL MUNDO
Japón se muere de vejez
La rendición japonesa en la segunda guerra mundial le pilló ya cuarentón. Este martes ha muerto a los 112 años Sakari Momoi, el hombre más viejo del planeta. Había tomado el título de otro japonés y a otro japonés se lo deja, certificando el monopolio del país del Sol Naciente en el apartado de longevidad del libro Guiness.
Un fallo fatal en su riñón precipitó su marcha antes de lo planeado. El pasado año decía mientras recibía la placa de conmemoración que quería vivir dos años más. Antes había dejado la receta para alargar la existencia: muchas horas de sueño y dieta variada.
Momoi había nacido el 5 de febrero de 1903 en la prefectura de Fukushima, atada para siempre al fantasma nuclear. La prensa nacional cuenta que ejerció de profesor y dirigió un instituto en Saitama (norte de Tokio), que disfrutaba con la caligrafía y la poesía china, que viajó por todo el país con la mujer que había desposado en 1928 y que hasta sus últimos días participó en las actividades recreativas del hospital de la capital donde transcurrió su invierno vital.
Su defunción traslada el título a Yasutaro Koide, residente en la ciudad de Nagoya y apenas un mes más joven que Momoi según las cuentas del Ministerio de Salud.
En abril había fallecido Misao Okawa por un fallo del corazón pocas semanas después de presuntamente haber soplado las 117 velas. Okawa también defendía la dieta variada nacional, desde el sushi a la sopa de fideos ramen.
Su muerte provocó un imprevisto histórico que perdura: la persona más vieja, hombre o mujer, no es japonesa. Se trata de la neoyorquina Susannah Mushatt Jones, de 116 años y conocida como T por su centenar de nietos y sobrinos.
Problemática social
Es la preceptiva excepción a la regla. Hay 58.000 japoneses centenarios y el 87% son mujeres. Una cuarta parte de los 126 millones de japoneses supera los 65 años y el porcentaje alcanzará el 40% a mediados de siglo. El envés de esos venerables ancianos que vencen la lógica biológica es una problemática social y económica sin remedio a la vista. La manutención de los jubilados es cada vez más ardua para la menguante clase trabajadora, escasa de mujeres por la tradición machista y de extranjeros por las restricciones a la inmigración.
Un importante fabricante de pañales ya desveló el pasado año que vendía más para ancianos que para bebés. Y con esa demografía es complicado arrancar una economía gripada durante casi dos décadas. Lo dijo con escasa sensibilidad el ministro de Economía, Taro Aso, al pedir a los ancianos que «dejaran de utilizar el dinero del Gobierno» y «se murieran pronto».
Japón desveló el 2014 que la población se había contraído en 244.000 personas, la mayor bajada desde la segunda guerra mundial, y que los nacimientos apenas superaron el millón, la peor cifra desde que hay estadísticas, en 1899. Antes de que naciera Momoi.
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