ENTREVISTA

Jaime FlorCruz:«El desafío de China es llenar su vacío espiritual»

Se jubila el filipino que fue jefe de la CNN en China y el periodista extranjero decano en el gigante asiático. Llegó a un país cerrado con trajes Mao, bicicletas y una ideología delirante. Se va de otro con rascacielos que busca su alma sepultada bajo el pragmatismo.

Jaime FlorCruz, junto a una cascada de acreditaciones de prensa, en la sede de CNN en Pekín.

Jaime FlorCruz, junto a una cascada de acreditaciones de prensa, en la sede de CNN en Pekín.

POR ADRIÁN FONCILLAS

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FlorCruz trabajó en una granja y en un barco pesquero, estudió en la Universidad de Pekín junto al defenestrado político Bo Xilai, entró en el periodismo por casualidad y ha diseccionado desde el asiento del conductor la mayor transformación de la Historia moderna: desde la apertura económica de Deng Xiaoping y la matanza de Tiananmen hasta el primer concierto pop o la llegada de la Coca-Cola.

 

-¿Cómo llegó?

 

-China en aquellos tiempos estaba aislada, como Corea del Norte hoy. Era agosto de 1971, un mes después de la visita secreta de Henry Kissinger que preparó la histórica llegada de Richard Nixon en febrero siguiente. Llegamos con curiosidad porque éramos izquierdistas. Una semana después estalló una bomba en Filipinas, murieron seis personas y Ferdinand Marcos suspendió el habeas corpus. Cinco de nosotros estábamos en la lista negra y no podíamos regresar.

 

-¿Encontró el paraíso esperado?

 

-Al principio mantuve mi idea romántica. No había brechas entre ricos y pobres, todos iban con los trajes Mao. Te enseñaban comunas, hospitales y granjas. La gente estaba segura y feliz. Después fui a trabajar a una granja durante casi un año y ahí vi la verdadera China. Plantábamos arroz, manzanas y peras durante siete días a la semana. No nos pagaban, solo la manutención. Los chinos nos habían pedido que esperáramos en el hotel a que la situación se tranquilizara en Filipinas. Pero yo tenía 20 años, quería cambiar el mundo y formar parte de la revolución.

-¿Cómo era la vida en la Revolución Cultural (1966-1976)?

 

-Habían pasado los años más locos, la gente ya no luchaba en las calles pero seguían las campañas ideológicas. Al principio pensé que la gente se creía la propaganda. Había familias separadas, hijos que denunciaron a sus padres por capitalistas. Mi epifanía llegó en 1974. Deng Xiaoping había tenido problemas por segunda vez. Un amigo del partido me dijo: Deng es un buen hombre, quiere cambiar China de la forma correcta. Me quedé perplejo. Supe entonces que no podía quedarme en la superficie.

-¿Qué problemas había entonces?

 

-No estaban preocupados por el dinero porque lo esencial venía del partido: comida, casa, sanidad. Pero sus salarios eran muy bajos y la economía no funcionaba. La propaganda aseguraba que todo iba bien pero en privado me pedían vino, aceite para cocinar o tabaco. Todo estaba racionado y yo los conseguía en la Tienda de la Amistad para extranjeros. Deng visitó Japón y Estados Unidos. La televisión lo emitió y la gente quedó impactada: los países imperialistas no se estaban muriendo de hambre, sino que era China la que se había quedado atrás.

-¿Había miedo o entusiasmo ante los cambios?

 

-Los emprendedores estaban excitados y los del partido no querían cambios radicales. Y los campesinos experimentaron algo mágico: Deng les dijo que si daban una parte de su cosecha al Estado, se podrían quedar la otra para venderla. Tan pronto lo oyeron empezaron a trabajar más duro y la agricultura nacional se disparó. Y 10 años después ya compraban los productos que las ciudades fabricaban.

-¿Cómo empezó en el periodismo?

 

-Al principio solo traducía prensa china y ayudaba en entrevistas. Mi primer reto fue el juicio en 1981 a la Banda de los Cuatro [los responsables de la Revolución Cultural]. Mi jefa en Newsweek estaba de vacaciones. Publiqué una historia de dos páginas y así los editores oyeron hablar de aquel pobre chico filipino que no podía volver a casa.

-Y consiguió una exclusiva impensable: el suicidio en 1991 de Jiang Qing, la viuda de Mao.

-Fue a través de gente de confianza. Las fuentes oficiales no nos lo desmintieron, así que lo dimos por bueno. Estábamos seguros porque nos dieron detalles, aunque no al 100%. Lo publicamos pequeño para no hacer ruido. Otros colegas extranjeros lo leyeron y llamaron al Ministerio de Exteriores. Y el Gobierno nunca nos acusó de difundir rumores. Diez días después lo publicó la agencia oficial.

-Conoció en la Universidad a Bo Xilai, poderoso político condenado a cadena perpetua en 2013.

 

-Era alto, carismático, guapo. Destacaba a pesar de que todos vestíamos igual. Las mujeres se sentían atraídas por él. Se juntaba con los extranjeros porque quería perfeccionar su inglés. Nos preguntaba por el mundo porque China seguía muy cerrada. Ya era ambicioso, pero le interesaba más el periodismo que la política.

-En las escaleras del Gran Palacio del Pueblo provocaba aglomeraciones.

 

-En cualquier país habría ganado las elecciones. Parecía una estrella de cine, abrazaba a los niños... Su caída pudo deberse tanto a la corrupción como a las pugnas de poder. Muchos se sintieron amenazados. Y después llegó el asesinato de un empresario inglés ordenado por su esposa, la huida de su subordinado al consulado estadounidense… fue su final.

-¿Los estudiantes en Tiananmen en 1989 temían que se les disparase?

 

-No, y yo tampoco. El escenario quedó preparado, pero no intencionadamente. Pensé que las protestas estaban acabadas muchas veces. Los estudiantes declaraban la victoria y se iban al campus, pero después regresaban. No se ponían de acuerdo en la estrategia. Tampoco China tenía entonces unidades antidisturbios y todo quedó confiado al Ejército. Intentaron varias veces que se dispersaran sin disparar. Enviaron destacamentos de soldados desarmados para negociar, pero algunos fueron golpeados y humillados. La cúpula del partido también estaba dividida. Todos esos elementos conspiraron para el desenlace.

-Y ahí conoció a Liu Xiaobo, el disidente encarcelado y Nobel de la Paz.

 

-Fue el 4 de junio. Horas después de los disparos, una mujer me llamó y pidió que recogiera a mi amigo, un cantante taiwanés, en un hospital. Lo pensé porque no sabía si era correcto que un periodista ayudase a fugitivos. Conduje mi coche por las calles desiertas, solo había soldados y tanques. Vi a mi amigo en la puerta, disfrazado de médico, y detrás estaba Liu. Los metí rápidamente en el coche, mucha gente podía reconocerlos.

-Se cumplen 30 años del primer concierto de una banda extranjera. Fue Wham!

 

-Sí, en un estadio pequinés abarrotado con 8.000 personas, todas sentadas. Había mucha policía porque nadie sabía qué podía ocurrir. Ellos cantaban el Wake me up before you go go y la gente los miraba fijamente, muy curiosa y extrañada, no sabían cómo reaccionar. Cuando algún joven aplaudía o se levantaba, la policía los reprendía inmediatamente. Fue un shock. Los jóvenes lo disfrutaron porque en ese tiempo el pop extranjero llegaba en contrabando de cintas de casete. Había gente mayor, en su mayoría miembros del partido.

-Los chinos son más ricos y poderosos ahora, pero la mayor felicidad parece estar en la China rural.

 

-Tener un gran coche o una lujosa casa no te da necesariamente la felicidad. También necesitas fe, valores familiares. El gran desafío de China es llenar el vacío espiritual. El maoísmo está desacreditado, las religiones se consideran burguesas, el confucionismo es rechazado. China está en crisis espiritual desde hace 20 años, muchos intentan encontrar el sentido de todo esto. Necesitan encontrar el pegamento para los 1.300 millones de habitantes. El Gobierno ofrece el nacionalismo. Es una vía rápida y eficaz para aglutinar a la gente pero también peligrosa porque puede desembocar en el patrioterismo.

-¿Qué historia habría querido contar?

 

-Entrevistar a Mao. O al menos a Zhou Enlai [su primer ministro]. Y estar en una reunión del politburó, ser una mosca en la pared y ver cómo toman las decisiones.

-Sabemos muy poco de la política.

 

-El sistema tiene muchas capas. Quizá pelamos más ahora a través de gente que sabe más que nosotros. Pero un experto en política china es una contradictio in terminis. Algunos asuntos siguen sellados pero otros son más accesibles. Antes era difícil hablar con los chinos. Muchas veces llamaban a la policía porque se asustaban. Ahora no. Escribimos historias impensables antes.

-Durante estos 43 años ha escuchado a los expertos extranjeros anunciar el inmediato colapso de China.

 

-Y aquí seguimos. Yo aún no escucho el murmullo del terremoto, mis amigos chinos no están sumidos en el pánico. Por supuesto hay graves problemas, pero no provocarán un colapso. Los chinos son más resistentes de lo que se cree.

-¿Pensó que China podría convertirse en lo que es hoy?

 

-Si alguien me lo hubiera sugerido, habría pensado que era un loco o soñaba. Desde las calles colapsadas por coches a la Coca-Cola. Estaba convencido de que no triunfaría, los chinos decían que era horrible, que sabía a medicina. Y poco después estaba en todas partes. Cualquier cosa puede pasar aquí debido a su pragmatismo: pueden hacer mañana lo contrario de lo que dicen hoy sin sentirse culpables ni obligados a dar explicaciones.

-Muchos extranjeros que llegan a China se sorprenden. Esperaban un país sombrío de gente oprimida. Los periodistas, ¿estamos haciendo bien nuestro trabajo?

 

-Yo también me lo pregunto. Eso indica lo difícil e importante que es. Es muy complicado explicar el cuadro de China por grande y complejo. Es muy frustrante. Intentamos pintar un mosaico juntando todas las pequeñas piezas. Hay algunas muy bonitas y otras horribles. Tienes que alejarte para ver el conjunto. Tenemos que trabajar muy duro para recoger todas las piezas, pero la audiencia también tiene que esforzarse para entenderlas y colocarlas en perspectiva. Normalmente solo se queda con el hombre tanque de Tiananmen o con los graciosos pandas, lo simplifica todo. Y entre esos dos conceptos está la verdadera China.