Italia conmemora el 25 aniversario de Manos Limpias sin conseguir eliminar la corrupción

Antonio Di Pietro, uno de los impulsores de la operación Manos Limpias y posteriormente líder de Italia de los Valores, en el 2011, en Roma.

Antonio Di Pietro, uno de los impulsores de la operación Manos Limpias y posteriormente líder de Italia de los Valores, en el 2011, en Roma. / periodico

ROSSEND DOMÈNECH / ROMA

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Todo empezó con el equivalente en liras de unos 18.000 y 3.500 euros. Era una mañana fría y brumosa como las que en febrero amanecen en Milán. El imaginario colectivo, las crónicas de la época y algún indicio colocan los fajos de billetes en la cisterna del váter de una residencia de huérfanos, escondidos a todo correr por su director, el socialista Mario Chiesa, y cazados por los carabineros al mando de un fiscal que sería famoso, Antonio Di Pietro, mientras ya llamaban a la puerta del despacho de Chiesa.

Comenzaba así, el 17 de febrero de 1992, una aventura judicial, política, empresarial y social por la que Italia dejaría de ser lo que había sido hasta entonces, mejor o peor, pero otra cosa, como si se hubiese venido abajo el techo de una nación, engullendo a personas, partidos y empresas. Lo llamaron Manos Limpias, expresión que contagiaría a numerosos otros países, desde Guatemala hasta Rumanía, pasando por España.

Los millones incautados, fotografiados y firmados antes en la fiscalía, eran el importe que el empresario Luca Magni había entregado al director del centro, como comisión ilegal para hacerse con la contrata de limpieza de la residencia (75.000 euros). Cansado por las tajadas que le pedía, había denunciado el atropello de Chiesa, ya fichado en la fiscalía por la denuncia de una exesposa a la que no pagaba o pagaba demasiado poco de pensión, visto el volumen de sus ingresos y cuentas en Suiza.

MÁS DE 1.200 CONDENADOS

Tirando de aquellas liras y transcurridos tres años, serían condenadas 1.233 personas, entre políticos, empresarios y la farándula que acompaña el dinero. La fiscalía milanesa llegaría a investigar a 4.520 personas y, al cierre de los sumarios, solicitó el procesamiento de 3.200. Los condenados o con pactos de penas a cambio de una confesión por delitos relacionados con la corrupción fueron 1.300. A un cierto punto, casi la mitad de los parlamentarios nacionales de Roma se encontraron bajo investigación. “Hay colas larguísimas para confesar”, explicaban los magistrados de Milán.

Manos Limpias no fue un diluvio ni un alud ni una inundación, sino un terremoto o psicodrama de proporciones nacionales, con suicidios (o 'suicidados') de grandes empresarios, como Raul Gardini (Enimont), y tiros de monedas a los pies de los políticos mientras caminaban por las calles. Los electores aplaudieron en masa y enviaron ánimos de castigo a los jueces, por fax entonces, como hoy lo hacen por Twitter o Facebook, como se hiciera con el pulgar hacia abajo en las luchas de gladiadores en el antiguo Coliseo de Roma.

DESAPARICIÓN DE PARTIDOS

Cuatro años después, el Partido Socialista (PSI), liderado por Bettino Craxi, autoexilado a Túnez antes de ser detenido, dejó de tener influencia. La Democracia Cristiana (DC), que en solitario o coaliciones había gobernado ininterrumpidamente desde 1948, se disolvió y se dividió en tres partidos. Los socialdemócratas (PSDI), un partido menor propiciado por EEUU cuando el PSI era aún marxista, desapareció. Se esfumó también una entera clase de directivos nacionales de exindustrias estatales y privadas.

El único que permaneció en pie fue el histórico Partido Comunista Italiano (PCI), el de Antonio Gramsci, Palmiro Togliatti, Luigi Longo Enrico Berlinguer, orgulloso de su “diversidad moral”: solo su militante y empresario Primo Greganti pasó largamente por la cárcel, mudo todo el tiempo, lo que le valió el epíteto de “compañero G”, uno que no cantaba ni habría cantado nunca. Los magistrados le buscaron las pulgas por todos los recodos, pero tuvieron que absolverle por falta de pruebas.

EN BUSCA DE UNA NUEVA IDENTIDAD

Aquella “diversidad moral” duraría hasta que, con la caída del Muro de Berlín y el final de la división del planeta en “zonas de influencia” (EEUU-URSS), el PCI se transformaría sucesivamente primero en Los Progresistas y después en PDS, DS y finalmente en el actual Partido Democrático (PD), siempre en la búsqueda de una nueva identidad que todavía no ha encontrado.

Manos Limpias había destapado un entramado científicamente regulado por los partidos políticos, por el que un tanto por cien de todas las obras públicas, fueran estatales o locales, iban a las formaciones en proporción a sus votos electorales. Gracias a ello, por ejemplo, los socialistas italianos empezaron a hacerse con lo que actualmente alguien ha calificado como “el control del mercado español del aceite” (primera producción mundial) y compraron a un precio irrisorio algún laboratorio químico hispano sucesivamente transformado en multinacional.

GRAVAMEN DESTINADO A LOS PARTIDOS

Frente a un sistema de corrupción puesto patas arriba por la magistratura, Craxi, entonces presidente del Gobierno, lo defendió en el Parlamento como “moralmente justificable”. Su Gobierno llegaría a proponer, en honor de la transparencia, una ley que fijase una comisión del 7,5% sobre todas las obras públicas, como gravamen destinado a los partidos.

Diezmada la clase política que había gobernado y sin nuevos referentes políticos, entró en juego Cosa Nostra, la mafia de Sicilia, asesinando en un espectacular atentado (1992)  a los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino y dinamitando basílicas, iglesias, trenes y museos (1993). “Manos Limpias ha cambiado el sistema político italiano”, escribieron los diarios de los años 90. Y llegaron la Liga Norte y Silvio Berlusconi a ocupar los espacios dejados por socialistas y democratacristianos. También llegó Antonio Di Pietro con su partido, Italia de los Valores, que fracasó miserablemente y precisamente en la corrupción.

ESPERANZAS TRUNCADAS

Otros diarios añadieron que con Manos Limpias habían “nacido grandes esperanzas para un cambio profundo, con la expectativa de que pudiera nacer una Italia mejor, finalmente libre del yugo de la corrupción”. Y llegaron los indignados (M5S) del cómico Beppe Grillo quienes, en nombre de la anticorrupción, ya gobiernan en varias capitales, Roma incluida, aunque sin saber muy bien cómo hacerlo manteniendo las manos limpias.

En el 25 aniversario de aquella debacle moral, Piercamillo Davigo, actual presidente nacional de los magistrados y fiscal entonces del equipo milanés que hizo la limpieza, ha explicado duramente: “Resulta dramático lo poco que ha cambiado la situación y cuánto la corrupción empeora la deriva de Italia en el panorama internacional”. Según el magistrado, 25 años más tarde, “ahora la amenaza de la prisión no asusta, al igual que un espantapájaros asusta desde lejos y es inocuo de cerca, de manera que a la cárcel van los mafiosos y los bobos que se dejan  arrestar con las manos en el saco...”.