Ira en el Sarrià griego

Los habitantes del rico municipio de Kifisiá, en el norte de Atenas, muestran su indignación con la gestión del Gobierno de izquierdas

Exhaustos 8 Una pensionista es atendida tras un mareo delante del Banco Nacional de Grecia, Atenas.

Exhaustos 8 Una pensionista es atendida tras un mareo delante del Banco Nacional de Grecia, Atenas.

MARC MARGINEDAS / ATENAS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El pasado reciente de Kifissiá comparte sorprendentes similitudes con antiguos municipios del área barcelonesa que acabaron siendo absorbidos por la gran ciudad a principios del siglo pasado, como Sarrià, o incluso, haciendo un ejercicio de abstracción, con poblaciones de la zona metropolitana de la capital catalana donde en la actualidad residen las clases acomodadas, como Sant Cugat del Vallès.

Situada en el extremo norte del gran Atenas, a los pies de una cadena montañosa cubierta por vegetación, Kifissiá disfruta en verano de temperaturas sensiblemente más bajas, lo que favoreció que se convirtiera, al igual que sus réplicas barcelonesas, en lugar predilecto de descanso estival para los atenienses de pro. Se accede a este pequeño municipio residencial directamente desde la plaza Omonia, en el centro de Atenas, tras un viaje en la línea 1 de metro de unos 20 minutos de duración, trayecto que en su último tramo se realiza por la superficie. En resumen, casi como tomar un convoy de los FGC en Catalunya para descender, al cabo de un cuarto de hora, en alguna estación de la rica comarca vallesana, como Mira-sol o Valldoreix.

En estos días previos al trascendental referéndum griego, los habitantes de tan privilegiado emplazamiento, donde los recortes no parecen haberse dejado sentir en demasía, contienen la respiración, sin ocultar su preferencia por un triunfo del  y sobre todo, sin hacer demasiado ostensible su indignación ante lo que consideran una línea de actuación irresponsable del Gobierno izquierdista de Syriza.

«No quiero decir nada, estoy furioso», arremete un joven, sin apenas detenerse ante los requerimientos del reportero. «No tengo tiempo para hablar de política, tengo un trabajo», responde un viandante, caminando también a paso ligero. En un parque situado junto a la estación de metro, jóvenes vestidas con ropa de marca pasean y conversan en una elegante terraza que sirve aromáticas tazas de café griego, la versión local de un café turco. En un kiosko, se ponen a la venta, sin que nadie les preste atención, ejemplares de Le Monde o The New York Times, con portadas con la imagen de Nicolas Sarkozy alertando de las consecuencias del «desastre griego».

Alto fraude

Poco después de retirar dinero de un cajero automático, Dimitra, abogada de profesión, accede a responder, eso sí, sin mencionar su apellido ni permitir que se le tomen fotografías. «Tenemos que votar sí y ser muy responsables; si hubiera votado por este Gobierno, me sentiría muy traicionada», se indigna.

Uno de los factores que ha contribuido a agravar la crisis de la deuda griega radica precisamente en la reticencia de las clases altas del país a pagar impuestos. Según la Federación de Industrias Griegas, el Estado deja de recaudar 30.000 millones de euros anualmente debido a la evasión fiscal. Un estudio del 2011 cifra que el fraude a Hacienda aumenta en periodos electorales -debido a una mayor laxitud de las inspecciones por parte de la burocracia- en un 0,2% del PIB anual. Eso sí, nada de ello parece ser tema recurrente de conversación en las terrazas de Kifissiá.