Nada sería igual tras el 'sí'

El resto del Reino Unido debería redefinirse y David Cameron podría tener que dimitir como primer ministro La pérdida de los diputados escoceses haría muy difícil un triunfo laborista

Nada sería igual tras el 'sí'_MEDIA_1

Nada sería igual tras el 'sí'_MEDIA_1

BEGOÑA ARCE / LONDRES

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Sí la independencia de Escocia triunfa, si una de las cuatro naciones que componen el Reino Unido se separa, el resto del país deberá redefinirse por completo. Habrá cambios fundamentales en su estructura política, económica y de defensa y en su posición en el mundo. De momento hay muchas preguntas y pocas certezas, pero con una Escocia soberana, el Reino Unido jamás volvería a ser el mismo.

La primera brecha que se abriría nada más terminar el cómputo de los votos sería en el Gobierno británico. David Cameron fue quien convocó el referendo y sobre él recaería la responsabilidad de haber perdido un tercio del territorio nacional y el 10% de su población. Es posible que el primer ministro tuviera que dimitir, aunque haya dicho ya que no lo hará. No hay norma legal o constitucional que le obligue a ello, pero una rebelión de sus propios diputados, furiosos por la hecatombe, podría provocar su caída.

El jefe de la oposición, el laborista Ed Miliband, también tendría problemas en sus filas por no haber sido capaz de salvar la consulta movilizando a los electores escoceses. La hipótesis más probable, sin embargo, es que tanto Miliband como Cameron siguieran donde están, al menos en un primer momento, dada la enorme crisis económica que podría provocar la salida de Escocia.

El  retumbaría como una bomba en los mercados internacionales. La acción más inmediata, tanto para el Gobierno británico como para el escocés, sería frenar, junto al Banco de Inglaterra, un posible movimiento de pánico. En esas turbulentas circunstancias, la dimisión del primer ministro y la caída del Gobierno agravarían la situación. Una de las disputas que sería más urgente resolver para tranquilizar al mundo financiero es el futuro de la libra esterlina. El líder independentista, Alex Salmond, insiste en que Escocia continuará usando la divisa, pero el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, ha repetido que la unión monetaria «no es compatible» con la soberanía. De esa misma opinión son los tres partidos del Parlamento de Westminster.

Febriles negociaciones

El Gobierno de Londres debería además participar en un febril periodo de negociaciones para completar la independencia escocesa. Salmond quiere que todo ese proceso esté concluido para marzo del 2016. La política británica entraría en un compás de espera y sería muy posible que las elecciones generales previstas para mayo del año próximo se aplazaran. Uno de los argumentos es que no sería justo que Escocia pudiera participar en esos comicios después de haber decidido marcharse.

La composición y el tamaño del Parlamento de Westminster tampoco volverían a ser iguales. Tras la independencia deberían desaparecer de él todos los diputados escoceses, lo que quizá impediría al laborismo poder formar gobierno alguna vez. De los 254 parlamentarios laboristas que hoy tienen escaño en la Cámara de los Comunes, 41 son escoceses. Las matemáticas juegan claramente a favor de los conservadores, que podrían perpetuarse en el poder.

El Nuevo Reino Unido -quizá esa sería la nueva denominación del país- podría perder su puesto como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Eso dependería en gran medida de si Escocia alega que ambos países son nuevos estados. Según el Foreign Office (ministerio de Exteriores británico), el Gobierno ha pedido consejo legal y su situación permanecería invariable.

En materia de defensa tampoco estaría decidido el futuro de los misiles nucleares Trident. El Partido Nacional Escocés (SNP) de Salmond ha insistido vehementemente en que quiere deshacerse del arsenal, ubicado en una flota de cuatro submarinos en aguas escocesas, en el primer periodo parlamentario tras la independencia. Londres, sin embargo, considera que los costes del traslado serían enormes, además de la pesadilla que supondría encontrar una nueva ubicación, adecuada y segura.