LA RELACIÓN DE WASHINGTON Y RIAD

El incómodo amigo saudí

Obama presenta sus respetos al nuevo rey de Arabia Saudí en Riad en un viaje relámpago

Calidez bilateral 8 Obama, junto al rey saudí Salman, en Riad, ayer.

Calidez bilateral 8 Obama, junto al rey saudí Salman, en Riad, ayer.

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTO N

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Trece días antes de la muerte del rey Abdalá de Arabia Saudí, las autoridades del reino propinaron frente a una mezquita los 50 primeros latigazos al bloguero Raif Badawi, condenado a 10 años de cárcel 1.000 flagelaciones por abanderar la libertad de expresión. Seis días antes, en la ciudad santa de La Meca, le cortaron la cabeza con una espada a una inmigrante birmana acusada de haber matado a su hijastra mientras clamaba su inocencia. No fue un hecho particularmente excepcional. Solo el pasado mes de agosto se decapitó a 26 personas, una práctica que tanta repulsión genera cuando corre a cargo del Estado Islámico.

Pero tras la fallecimiento de Abdalá, el penúltimo monarca absoluto de la dinastía de los Saud, los líderes de medio mundo acudieron a presentar sus respetos y estrechar lazos con su sucesor y hermanastro, Salman Abdelaziz. El último en hacer escala en el reino ha sido Barack Obama. El presidente de EEUU, que no acudió a la manifestación de París por el atentado contra Charlie Hebdo ni envió a sus lugartenientes por problemas de agenda, recortó ayer su viaje a la India para pasar cuatro horas en Riad. Cambió una visita al Taj Majal por una cena de gala y unas horas de conversación con Salman, que ha prometido continuismo.

«Tenemos intereses estratégicos comunes con Arabia Saudí», dijo Obama poco antes de recalar en el reino, donde llegó acompañado de la plana mayor de su aparato de seguridad. «A veces hay que encontrar un equilibrio entre la necesidad de hablarles sobre los derechos humanos y las preocupaciones urgentes en temas como el antiterrorismo o la estabilidad regional», añadió tras sugerir que no hablaría de la condena a Badawi.

La incómoda relación entre los dos países, sellada en 1945 con un pacto de protección militar a cambio de petróleo, no atraviesa por su mejor momento. Riad recela de las negociaciones nucleares con Irán; se siente traicionado por la negativa de Obama a bombardear al régimen sirio, y vio con horror como Washington bendijo inicialmente las revoluciones árabes. Pero con su viaje, con su deferencia, Obama está enviando un mensaje claro: nada ha cambiado pese a las desavenencias.

Amplias reservas

Ni siquiera la revolución energética en EEUU, que acaba de sobrepasar a Arabia Saudí como mayor productor de petróleo, ha dado pie a un giro substancial. EEUU tiene unas reservas probadas de 10.000 millones de barriles de crudo, una cantidad muy modesta frente a los 460.000 millones que suman las monarquías del Golfo. Y aunque la decisión saudí de mantener la producción en la OPEC, y con ello los precios a la baja, esté dañando moderadamente a la industria estadounidense del fracking, hace estragos en la economía rusa e iraní para gusto de Washington.

Aquí nadie se engaña. Saben que los Saud llevan décadas exportando el fanatismo wahabi que nutre la ideología de Al Qaeda y el EI, pero se les considera aliados indispensables contra ese mismo terrorismo que han contribuido a crear. La reciente caída del Gobierno prooccidental en Yemen es un recordatorio de cómo EEUU necesita a Arabia Saudí para estabilizar la región, contener al yihadismo y garantizar el flujo del petróleo

Riad tiene también motivos para estar satisfecho. Obama ha acabado aceptando la vuelta al status quo surgido de las contrarrevoluciones árabes financiadas con dinero saudí. La represión en Baréin, la brutalidad de Al Sisi en Egipto... Todo ha vuelto a la normalidad.