La UE, improvisando en el Este

Un cadáver yace en el suelo de una calle de Donetsk, tras nuevos combates ayer.

Un cadáver yace en el suelo de una calle de Donetsk, tras nuevos combates ayer.

ELISEO OLIVERAS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La gestión de la crisis de Ucrania por la Unión Europea (UE) se ha caracterizado por una improvisación a caballo de los acontecimientos, en lugar de basarse en una meditada estrategia a largo plazo sobre los intereses reales europeos (no los de EEUU) en Ucrania y Rusia.

La actuación europea ha partido de una percepción errónea de la situación geopolítica, sin medir el coste para la población, sin prestar atención a las preocupaciones expresadas por Moscú (un socio clave para la UE) y sin prever las reacciones que eso desencadenaría en una Rusia que se siente acorralada.

Los dirigentes europeos han pretendido colocar a Ucrania bajo su órbita sin querer asumir el coste financiero que implica privarla de sus lazos comerciales con Rusia y sin que exista la posibilidad de integrarla en la UE en un futuro previsible.

La ceguera europea ha conducido a una guerra civil en Ucrania con más de 5.000 muertos, a la caída del 7% en el producto interior bruto (PIB) del país y a una escalada de tensión entre Occidente y Rusia sin precedentes desde el final de la guerra fría. Los líderes europeos actúan como si fuera posible que Rusia dejara de ser fronteriza con la UE, como si fuera viable para la UE sustituir el gas ruso por gas de EEUU (que sería un 60% más caro según la Comisión Europea) y como si Kiev no fuera tan responsable como los rebeldes de violar el alto el fuego y de bombardear civiles, como indican la OSCE y Human Rights Watch.

El premio Nobel de la Paz Mijail Gorbachev señala que Occidente se comporta como si quisiera derribar al presidente ruso, Vladimir Putin, con una revuelta popular y avisa que está cebando una «guerra caliente».

El anterior comisario europeo de Ampliación, Stefan Füle, fue incapaz de percibir que el anterior presidente ucraniano Viktor Yanukovich no iba a firmar el tratado de asociación con la UE sin una ayuda financiera suficiente para compensar las pérdidas de las exportaciones a Rusia y de los precios subvencionados de gas y petróleo rusos.

La anterior 'ministra' europea de Exteriores Catherine Ashton tampoco percibió la determinación de Moscú a frenar la expansión occidental en su frontera mientras no se atendieran sus quejas. Con retraso, el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, reconoció que quizá se había exigido demasiado a Ucrania, al forzarla a «decidir entre Europa y Rusia».

Tras el rechazo de Yanukovich a firmar el acuerdo de asociación con la UE el 29 de noviembre del 2013, AshtonFüle, la Comisión Europea y los Veintiocho se dedicaron a respaldar a los manifestantes que desafiaban a Yanukovich y reclamaban unos lazos más estrechos con la UE, sin disponer de un plan ante un eventual cambio de régimen.

Cuando Yanukovich fue derribado en febrero del 2014 después de la mediación de la UE, ni Ashton, ni Füle, ni los gobiernos europeos ejercieron una prudencial tutela o guía sobre las nuevas autoridades de Kiev. Eso condujo a que se plantearan leyes para privar al ruso del estatuto de lengua oficial regional y a que el nuevo poder en Kiev solo representara a la mitad occidental de Ucrania, marginando al resto del país con mayor población rusófona. Esto alimentó la rebelión de Crimea y otras regiones y dio a Moscú una excusa para intervenir para «proteger a la población rusa». La UE además no vaciló en dar un respaldo político incondicional al Gobierno de Kiev surgido de la revolución de febrero, a pesar de que cinco de sus ministros eran del partido de extrema derecha Svoboda.

RESPALDO CIEGO A KIEV

Después de la sublevación de las regiones rusófonas y la anexión de Crimea por Rusia, la UE ha intensificado su política de respaldo ciego a las autoridades de Kiev sin ejercer suficiente presión para alcanzar un compromiso realista con la regiones sublevadas, ni para frenar la belicosidad de los ultranacionalistas ucranianos, ni para reformar Ucrania, que sigue controlada por una oligarquía de la que forma parte el propio presidente del país, Petro Poroshenko.

Simultáneamente, la UE ha iniciado una espiral de sanciones contra Rusia que no ha contribuido a resolver el conflicto e impide un diálogo fructífero. Asimismo, el aliento al posible ingreso futuro de Ucrania en la OTAN no hace más que exacerbar la determinación de Moscú a intervenir para blindar su propia seguridad. La llegada de Syriza al poder en Grecia podría impedir la adopción de sanciones económicas adicionales contra Moscú, porque requieren la unanimidad de los Veintiocho. Pero, sin un enfoque europeo más equilibrado, la guerra en Ucrania continuará.