ANÁLISIS

El impacto

El neocolonialismo, el doble rasero y el expolio tienen poco de choque de civilizaciones

JOAN CAÑETE BAYLE

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El mismo día en que en París se producía la atroz masacre de 'Charlie Hebdo', casi 40 personas murieron en Saná (Yemen) en un atentado con coche bomba atribuido a la franquicia de Al Qaeda en la zona. En Siria, en el 2014, murieron 15 periodistas, 13 de ellos eran árabes y dos estadounidenses. Los titulares en la prensa internacional (expresión que suele significar la occidental) los generaron los viles asesinatos de los estadounidenses.

La diferencia de impacto, de repercusión, entre los muertos occidentales y los muertos orientales, sea donde sea y a manos de quien sea, es tan brutal que desde el mundo árabe y musulmán es percibida como un flagrante ejemplo de doble rasero, la evidencia de que una vida no vale lo mismo. #JeSuisCharlieHebdo, por supuesto. En París. Pero ¿también lo somos en Alepo? ¿Y en Saná? ¿O en la isla de Lampedusa? Y cuando las muertes de musulmanes (de largo, el colectivo más castigado por el islamismo) no son obra del Estado Islámico, o de Al Qaeda o de los talibanes, sino que son daños colaterales de bombardeos con los drones de Barack Obama, o del expolio y destrucción de Irak, o de la inacción (indiferencia, en realidad) ante las atrocidades de Bachar al Asad, el doble rasero se torna insoportable. ¿Dónde estaban, se preguntan muchos nicks en árabe en las redes sociales, tantos hashtags solidarios, tanta conmoción, tanta denuncia cuando los 500 niños muertos en Gaza este verano?

Entre el discurso del choque de civilizaciones (el que dice que lo único que sucede es que una parte del islam no soporta las libertades de Occidente y por eso las ataca al grito de Allahu akbar) y el demencial y medieval califato de Abu Bakr al Baghdadi hay más de mil millones de musulmanes atrapados a los que unos (Occidente) miran de reojo con desconfianza o directamente con agresividad (Marine Le Pen y companía) y otros (los fundamentalistas) tratan (y matan y someten) como infieles.

La matanza de París merece posturas firmes e ideas claras: sus autores no son representantes ni de la religión de millones de personas ni de los enormes problemas y agravios que sufren los países árabes y musulmanes: son asesinos inmersos en su inhumanidad. Pero el fundamentalismo como fenómeno plantea retos: de entrada, a las sociedades musulmanas, en cuyo nombre matan, algo que no pueden obviar.

Pero también tiene retos Occidente, al margen de mantenerse firme en valores como el de la libertad de expresión y los derechos humanos (eso sí: para todos, en todas partes y sobre todos los temas). Por ejemplo, afrontar de una vez la pregunta clave: por qué. Catorce años después del 11-S, debería ser evidente que el auge del fundamentalismo tiene causas y que no se le vencerá a base de bombas. También debería resultar evidente que el neocolonialismo, el doble rasero, el expolio de recursos naturales y el apoyo a dictadores de todo pelaje (desde los wahabistas saudís hasta los militares egipcios) tiene poco de choque de civilizaciones y sí mucho de la vieja geopolítica de toda la vida y el control de recursos naturales.  Cuando desde nuestra orilla exigimos a los musulmanes, así, a todos, sin matices, respeto a la vida, cabría preguntarnos en cuánto valoramos la suya.