Tensión en un país de la Unión Europea

Hungría inquieta

Manifestantes en contra de la nueva Constitución, el día 2, en Budapest.

Manifestantes en contra de la nueva Constitución, el día 2, en Budapest.

J. M. FRAU
BERLÍN

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En junio de 1989, Víktor Orban, que entonces tenía 26 años, exigió elecciones libres y la retirada de las tropas soviéticas de su país. Aquel discurso que pronunció el joven estudiante en la plaza de los Héroes de Budapest durante un homenaje a los resistentes de la revolución de 1956 le llevó a la primera línea política de Hungría y fue considerado fundamental en los cambios del país a finales de la década de los 80. Un año antes había fundado, junto a otros compañeros, el partido Fidesz, (Federación de Jóvenes Demócratas), que en la actualidad gobierna Hungría con cambios legislativos que recortan las libertades y provocan masivas protestas ciudadanas.

El pasado octubre, y en el mismo escenario, se conmemoraba el 55º aniversario de la revolución de 1956, pero las circunstancias para Orban habían cambiado radicalmente. Esta vez, decenas de miles de manifestantes protestaban contra las medidas que aplica al frente del Gobierno desde que el 11 de abril del 2010 obtuvo una mayoría aplastante del 52,8% de los votos, un porcentaje que otorgó a Fidesz el 68% de los escaños del Parlamento.

Las protestas reúnen cada vez a más gente, que ya ha encontrado un apelativo, no especialmente cariñoso, para su primer ministro: «Viktator, Viktator», corean en las concentraciones. El pasado día 2 fueron 100.000, según los organizadores. Aquel día, una pancarta pedía, en inglés, disculpas a Europa por el primer ministro que eligieron no hace todavía dos años («Hey Europa, sorry for our Prime Minister»). Las decisiones de Viktor Orban están uniendo a la oposición, y personas que no se interesaban por la política participan ahora activamente en las movilizaciones. Al mismo tiempo, el apoyo popular al partido de Orban está cayendo por debajo del 20%, según recientes sondeos.

REVOLUCIÓN/ El 17 de mayo del 2010, en el discurso inaugural de la legislatura después de su aplastante victoria de abril, Orban habló de revolución. Consideraba los resultados una auténtica revolución, y afirmó: «Cumpliré mi misión de ejecutar profundos cambios en Hungría. Los húngaros esperan que el nuevo Gobierno derrote al crimen, al paro, a la desesperanza y a la corrupción. La gente ha votado por un nuevo sistema».

Tardó poco en ejecutar los «profundos cambios». Su Gobierno empezó a reformar leyes fundamentales con un celo nunca visto, y a situar en puestos clave, como la Fiscalía General, a miembros del partido Fidesz. Pero también tardó poco en encontrar la oposición de los ciudadanos. El 1 de enero entró en vigor la nueva Constitución -con enmiendas que, entre otros, merman la independencia del Banco Central, limitan los poderes del Tribunal Supremo y amplían las restricciones a la libertad de información-, lo que motivó las protestas del día siguiente. Pero justo un año antes, el 1 de enero del 2011, ya había empezado a aplicarse la ley de control de los medios de comunicación, públicos y privados, que prevé multas de hasta 90.000 euros para medios escritos y digitales, y de hasta 750.000 para radios y cadenas de televisión, que emitan contenidos que la agencia estatal encargada de supervisar los medios considere inconvenientes.

Ocurrió justo cuando Hungría iniciaba la presidencia de turno del Consejo Europeo. La situación empezó a preocupar a la Unión Europea (UE), que veía cómo el país que en 1989 era la esperanza de Europa del Este, miembro de la UE desde el 2004, podía ser una amenaza a los valores. En diciembre del 2010, el presidente del grupo socialdemócrata en el Parlamento Europeo, Martin Schulz, advirtió: «Budapest puede tener graves problemas por su política». Habían pasado solo siete meses desde la toma de posesión de Orban, las alarmas empezaban a sonar y varios eurodiputados se preguntaban si un país que restringe la libertad de opinión y de información es digno de pertenecer a la UE.

Al concluir la presidencia del Consejo Europeo, Orban presentó el balance de sus seis meses de gestión ante el Parlamento Europeo. Fue recibido con cierta hostilidad, pero respondió con dureza a quienes cuestionaban su política: «Ningún primer ministro europeo, ningún Gobierno europeo está en posición de decir a los húngaros qué clase de Constitución pueden tener o no», respondió a un eurodiputado. Y a Cohn-Bendit, ideólogo del Mayo del 68, hoy presidente del grupo verde, le dijo: «Nunca podrá decir a los húngaros lo que pueden y lo que no pueden hacer».