COMPLEJAS RELACIONES DE DOS ALIADOS

Hartos pero no tanto

Barack Obama y Binyamin Netanyahu, durante la visita del presidente estadounidense a Israel, en mayo del 2013.

Barack Obama y Binyamin Netanyahu, durante la visita del presidente estadounidense a Israel, en mayo del 2013.

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La conferencia que cada año celebra en Washington el Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (AIPAC), el más poderoso de los lobis proisraelís en EEUU, es un buen termómetro para evaluar el estado de las relaciones entre los dos países. Cientos de congresistas acuden a expresar su respaldo sin fisuras al Estado judío, y la Casa Blanca envía al mismísimo presidente o a alguno de sus lugartenientes. Pero este año ni Barack Obama ni su vicepresidente o su secretario de Estado asistirán a la cita que este domingo comienza. Una decisión deliberada para expresar su hartazgo con el primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu.

El drama de los últimos años ha dejado paso a una crisis marcada por los desplantes, los insultos cruzados y las recriminaciones. La última puñalada ha partido de Netanyahu, que aceptó una invitación de los líderes republicanos en el Congreso para dirigirse a las dos cámaras sin consultarlo antes con la Casa Blanca o el Departamento de Estado. Netanyahu no solo ninguneó a la Administración, sino que pretende utilizar el discurso del martes para denunciar las negociaciones con Irán, que aspiran a resolver el contencioso nuclear.

Ese diálogo es una de las grandes apuestas diplomáticas de Obama. Está muy avanzado, y los más optimistas sostienen que podría alcanzarse un acuerdo histórico a finales de marzo. Por eso los intentos israelís de dinamitarlo con la ayuda de sus aliados republicanos -la Casa Blanca ha llegado a acusar al Gobierno hebreo de «filtrar selectivamente» detalles del pacto-- han enfurecido a los demócratas. Algunos de sus congresistas han anunciado que boicotearán el discurso, mientras la asesora de Seguridad Nacional, Susan Rice, advirtió que la maniobra de Netanyahu resulta «destructiva» para el consenso bipartidista que existe en el apoyo a Israel.

ODIO MUTUO

Obama y Netanyahu se detestan. Un sentimiento que compartió en su día Bill Clinton. «¿Quién coño se cree que es? ¿Quién es aquí la superpotencia?», exclamó tras su primera reunión en los 90 cuando 'Bibi' fue también primer ministro. Pero hasta no hace mucho tiempo, la ropa sucia se tendía a lavar en privado, una máxima que ha pasado a mejor vida. «La cosa con Bibi es que es un cagado», le dijo en octubre un alto funcionario estadounidense a 'The Atlantic'. «Lo bueno es que tiene miedo a lanzar guerras; lo malo es que no hará nada para encontrar un acomodo con los palestinos o los estados árabes sunís. Solo le interesa sobrevivir políticamente».

Tal es la frustración de la Casa Blanca, que su enviado para las negociaciones con los palestinos se atrevió a culpar en mayo al insaciable apetito expansionista de Netanyahu y su Gobierno de colonos de arruinar el último proceso negociador, una apuesta personal del secretario de Estado, John Kerry. «Los israelís no deberían ignorar la amarga verdad: el principal sabotaje vino de los asentamientos», dijo entonces Martin Indyk. Tuvo que dimitir.

ESCUDO EN LA ONU

Hay quien piensa que Netanyahu lleva demasiado tiempo jugando con fuego porque sin el escudo estadounidense en foros como las Naciones Unidas, Israel podría convertirse en algo muy parecido a un Estado paria. Las nuevas generaciones de estadounidenses se están distanciando progresivamente de Israel. Y los grandes popes judíos de la prensa progresista, nombres como Roger Cohen Peter Beinhart, empiezan a criticar sin ambages la deriva religiosa y ultranacionalista del sionismo israelí.

Pero es muy cuestionable que esta crisis vaya a tener consecuencias prácticas. «Puede que los americanos duden un poco más la próxima vez que tengan que ponerse del lado de Israel, pero dudo de que vaya a suceder a corto plazo», opina la reputada periodista israelí Anat Saragusti, afincada en Washington. El Estado judío sigue teniendo carta blanca en el Congreso y pese a sus pataletas, Obama ha sido extraordinariamente fiel a Israel.

OTROS PRESIDENTES

Mucho más que otros presidentes. Eisenhower obligó a Ben Gurion a retirarse del Sinaí en 1956. Carter amenazó con retirarle la ayuda militar después de que Begin invadiera el sur del Líbano en 1977. Reagan suspendió temporalmente el Memorando de Entendimiento como protesta por la anexión del Golán sirio en 1981. Y Bush padre congeló durante unos meses las garantías de crédito para obligar a Shamir a acudir a la Conferencia de Madrid en 1991.

Obama no se ha atrevido a mover ficha. Más bien, lo contrario. Envió armas a su aliado cuando las necesitó y ha bloqueado todos los intentos palestinos para obtener un Estado en la ONU. Por eso esta crisis tiene más de ruido que de sustancia, más de espectáculo para ganar puntos políticamente que de consecuencias prácticas. Y con AIPAC no quedará tan mal. Allí estarán Susan Rice y Samantha Powell, su embajadora ante la ONU.