cuarta etapa: a través de macedonia y serbia

Hacinados en el tren

JAVIER TRIANA

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Macedonia marca el ritmo de paso. «¿Ves aquellas luces blancas?», ilustra el conductor de un autobús que acaba de llegar a Idomeni en mitad de la noche. «Eso es Macedonia. Cuando esa luz parpadea, significa que un nuevo grupo de refugiados puede atravesar la frontera». Desde ahí hasta el cruce fronterizo pueden pasar muchas horas. Ocho, diez. Una vez en Macedonia, un tren llevará a los refugiados hasta Slanishte, en la frontera Serbia, cruzando el país de sur a norte en tres horas. El otoño macedonio regala un precioso paisaje ocre y los refugiados se afanan en retratarlo con sus móviles. El tren está a rebosar y, en cuanto el sol se ponga, los pasillos se llenarán de niños durmiendo, sobre mantas o recostados sobre sus padres. Es un tren de uso exclusivo para los refugiados.

Se desembarca en Slanishte, donde varias organizaciones atienden necesidades médicas y proveen algo de alimento. Acto seguido, se pone rumbo hacia Miratovac, el primer pueblo de Serbia, a 10 kilómetros de allí. Las imágenes son un eco de antiguos éxodos: miles de personas cargadas con pesados fardos y mochilas caminando en la noche por un sendero a menudo embarrado, iluminado con la sola luz de los teléfonos de aquellos que aún conserven batería. Ya en el lado serbio, taxistas piratas tratan de cobrar precios exagerados. En Miratovac hay autobuses gratuitos hasta Presevo, donde llegar y esperar (entre 6 y 10 horas a pasar un nuevo registro de entrada) es todo uno, lo cual es más crudo de noche, a la intemperie y con el termómetro en un solo dígito. «¿Hay algún lugar en el que me pueda quedar con mi familia? Tengo hijos», pregunta un padre afgano. «No eres el único que los tiene», responde tajante un trabajador serbio de la Agencia de ONU para los Refugiados. Alrededor de la escena, decenas de familias están apostadas a los lados de la calle. Los escasos alojamientos de Presevo ponen tarifas desorbitadas por servicios cuestionables. Pero muchas familias optan por pagarlos para tener así un lugar más seguro para pasar la noche. El negocio a costa del refugiado es constante. Por eso ningún migrante pierde el tiempo. Por eso todos siguen presurosos el camino directo hacia Sid, en la frontera croata. Por eso, en el tren hacia Belgrado, no hay un solo refugiado.