VIOLENCIA RACIAL EN EEUU

La guerra de las estatuas confederadas

Los incidentes de Charlottesville y los intentos de Trump de defender a la extrema derecha han puesto en marcha numerosas iniciativas para retirar los símbolos de la insurrección esclavista

Un operario junto al monumento a Roger Brooke Taney, tras ser retirado de los jardines del Parlamento de Maryland, en Annapolis, el 18 de agosto.

Un operario junto al monumento a Roger Brooke Taney, tras ser retirado de los jardines del Parlamento de Maryland, en Annapolis, el 18 de agosto. / periodico

Ricardo Mir de Francia

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El pasado viernes, en plena madrugada y ante la mirada pasiva de una veintena de vecinos, una cuadrilla de empleados municipales de Annapolis retiró la estatua de Roger B. Taney de los jardines del Parlamento de Maryland. La efigie llevaba allí 147 años como monumento a la memoria del que fuera presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos, el autor de una de las decisiones judiciales más oprobiosas de la historia del país. En 1857, cuatro años antes del inicio de la guerra civil, Taney pronunció la sentencia que negó la ciudadanía estadounidense a los “negros cuyos antepasados fueron importados y vendidos como esclavos” e impidió que pudieran recurrir a los tribunales para dirimir sus agravios. ‘Dred Scott’, como pasó a conocerse el fallo, fue uno de los catalizadores de la contienda posterior que dejó más de medio millón de muertos.

La estatua de Taney es uno de los muchos símbolos confederados que han desaparecido del espacio público desde que el pasado 11 agosto una manifestación de la extrema derecha degenerara en un pandemonio en las calles de Charlottesville (Virginia), donde murió una mujer atropellada por un supremacista blanco y otras 19 personas resultaron heridas. El resurgir de la violencia racista y la tibia respuesta del presidente Donald Trump, que equiparó el comportamiento de la jauría de nazis y 'klansmen' que marcharon con antorchas para protestar por la retirada de una estatua confederada con la de los contramanifestantes que acudieron a denunciar sus mensajes de odio, ha reavivado las iniciativas para retirar la iconografía de los militares, jueces y políticos que lideraron la insurrección de los estados esclavistas del Sur.

Desafío a la ley federal

En Durham (Carolina del Norte), docenas de ciudadanos derribaron a las bravas la estatua de un soldado confederado desafiando la ley estatal del 2015 que prohíbe retirar los símbolos de la rebelión sureña. En Baltimore (Maryland), se desmantelaron otros tres memoriales por orden de la municipalidad. Lexington, en Kentucky, y Nueva York pretenden hacer lo mismo. Y en Washington, el presidente del Caucus Negro del Congreso ha reclamado que desaparezcan las estatuas confederadas del Capitolio, construido por esclavos negros.

“Ha llegado el momento de distinguir claramente entre el reconocimiento de nuestro pasado y glorificar los capítulos más oscuros de nuestra historia”, dijo el gobernador de Maryland, Larry Hogan, tras aprobar la retirada del monumento al juez Taney. El debate no es nuevo, pero se ha recrudecido por la legitimidad que Trump ha concedido a los grupos de extrema derecha que los han convertido en su causa, al decir cosas como que había “buena gente” entre aquella suerte de camisas pardas que marcharon coreando consignas antisemitas o eslóganes nazis como ‘Sangre y tierra’. O cuando afirmó durante la campaña que, “en los viejos buenos tiempos’, los manifestantes que le increparon en sus mítines “hubieran salido en muletas”, en alusión a los linchamientos de los afroamericanos.

Figuras emblemáticas

Repartidos por 31 estados del país, quedan todavía unos 1.500 símbolos confederados, desde estatuas y monumentos a Robert Lee (comandante de las fuerzas rebeldes) y Jefferson Davis (presidente de la Confederación) a parques, calles y colegios dedicados a otras de sus figuras emblemáticas. Un personaje como el general Bedford Forrest, quien fuera el primer gran mago del Ku Kux Klan, tiene hasta siete monumentos consagrados a su memoria. En 27 de los 109 colegios con nombres confederados, la mayoría de los alumnos son negros, según un estudio del Southern Poverty Law Center.

Estos memoriales no se levantaron en los años inmediatamente posteriores a la guerra civil (1861-1865), como se podría pensar, sino en los períodos más crudos de la supremacía blanca que ha envenenado y sigue envenenando la historia del país. La primera gran oleada fue entre 1890 y 1920, coincidiendo con la aprobación de las leyes Jim Crow que sirvieron para segregar a los afroamericanos, una época marcada por los linchamientos y el terrorismo rutinario. La segunda fue durante el período de los derechos civiles, en un intento de frenar la historia, honrar la antigua insurrección y glorificar a los padres del 'apartheid' norteamericano. “Estos monumentos son un componente de la campaña para establecer la supremacía blanca en el Sur”, aseguraba recientemente al 'Wall Street Journal' el historiador Fitz Brundage.

Esclavitud y estilo de vida

En el empeño fue decisivo el trabajo de las Hijas de la Confederación, la organización fundada en 1894 por las viudas y huérfanas de los insurrectos. Nadie financió y promovió más monumentos que ellas, instrumentales también en la formación del mito de la “causa perdida”, la idea de que el Sur no se levantó para preservar la esclavitud sino su estilo de vida y los derechos de los estados frente al poder federal. En una carta enviada a sus miembros a principios del siglo XX para financiar una estatua en Baltimore, describían al soldado confederado como el “tipo más puro, noble e íntegro de guerrero cristiano que el mundo ha conocido”.

Las Hijas mantienen su cuartel general en Richmond (Virginia), la que fuera capital de la Confederación, y siguen activas en todo el país. Tras los incidentes de Baltimore lamentaron que “ciertos grupos de odio” se hayan hecho suyos la bandera confederada y otros símbolos, pero también subrayaron que no van a juzgar a sus antepasados con los estándares del siglo XXI.

No todos los descendientes de aquella criminal distopía racista siguen aferrados a la nostalgia. Los tataranietos de Stonewall Jackson, el general que lideró a los rebeldes en la batalla de Bull Run que abrió la contienda, pidieron la semana pasada en una carta que se retiren las estatuas de su antepasado en Richmond al considerarlas “un símbolo manifiesto del racismo y la supremacía blanca”.