EL DESAFÍO DEL TERRORISMO

Guantánamo da alas a la lucha yihadista

Traslado de un preso en el interior de Guantánamo, en marzo del 2010.

Traslado de un preso en el interior de Guantánamo, en marzo del 2010.

RICARDO MIR DE FRANCIA
WASHINGTON

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La policía española desmanteló el pasado lunes en Madrid una red dedicada presuntamente a captar yihadistas y enviarlos a Oriente Próximo para combatir a las órdenes del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIL), la sanguinaria organización fundamentalista que opera en Siria e Irak. El grupo tenía una finca en Ávila, donde organizaba acampadas para adoctrinar a sus miembros y adaptarlos a las condiciones que encontrarían al llegar a destino. El jefe de la red era Lahcen Ikasrrien, un marroquí afincado en España que pasó tres años en Guantánamo tras ser capturado en Afganistán en el 2001. El Pentágono lo acusó -nunca formalmente- de formar parte de un grupo de artillería de Al Qaeda, algo que Ikasrrien siempre negó, según los informes  filtrados por Wikileaks. Y la Audiencia Nacional llevaba varios años investigando las presuntas torturas que sufrió.

El caso de Ikasrrien está lejos de ser excepcional. De los 630 presos que han salido de Guantánamo desde que la Administración de George Bush abrió el penal hace más de una década, algunos regresan a la violencia o toman las armas por primera vez porque fueron detenidos pese a no tener vínculos con el terrorismo. Los números hay que tomarlos con precaución. Según el último informe del Departamento de Defensa de EEUU, el 16% de los presos liberados han incurrido en actividades «terroristas o de insurgencia» y otro 12% se sospecha que lo ha hecho. Entre los dos grupos suman 169 individuos. La New American Foundation, que no trabaja con información clasificada pero sí publica la identidad de los reincidentes, rebaja esos números al 4% (confirmados) y 4,7% (se sospecha). Un total de 53.

«La mayoría no acaba en el campo de batalla, pero una buena forma de analizarlo es qué hacen aquellos que sí toman las armas», dice Daveed Gartenstein-Ross, un experto en terrorismo de la Fundación para la Defensa de las Democracias. Muchos asumen posiciones de liderazgo en Al Qaeda, los talibanes o los satélites que operan en Irak, Libia o Siria. Gente como Said Ali Al Shihri, un saudí que se convirtió en el segundo de mando de Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP, de sus siglas en inglés) antes de ser asesinado en Yemen en el 2013. O el también difunto Abdulá Mehsud, un comandante talibán al frente de cientos de militantes en el norte de Pakistán. Otros se dedican a orquestar ataques, secuestros o a reclutar militantes y financiar sus actividades. El kuwaití Abdulá al Ajmi condujo un atentado suicida en Irak mientras el ruso Ravil Gumarov voló un gasoducto en una provincia rusa del Cáucaso.

Gartenstein-Ross explica la preeminencia de la que disfrutan los exprisioneros de Guantánamo por la «mística» que rodea a aquellos que pasan por el penal. «No solo Guantánamo, sino cualquier cárcel. Los exprisioneros han sido vitales para revitalizar el movimiento yihadista en Egipto, Libia o Túnez», afirma. El año pasado, durante el funeral de un marroquí abatido en Siria por las fuerzas del régimen de Asad, sus compañeros recordaron que había soportado «durante cinco años la prisión americana de Guantánamo, donde no se reformó ni cambió», según un vídeo publicado en la red.

SIN REHABILITACIÓN / En Guantánamo no hay servicios de rehabilitación para los internos. Desde que entran hasta que se van o pierden la cabeza son interrogados para sonsacarles información y algunos acaban diciendo lo que sus captores quieren oír por simple extenuación. Otros países como Arabia Saudí o Yemen, segundo y cuarto respectivamente en la lista de destinos de los repatriados, sí ofrecen tratamiento pero no siempre funciona. «Si tienes a alguien encerrado ilegalmente durante años, probablemente va a salir de allí bastante enfadado», dice Andrea Prasow, subdirectora de Human Rights Watch (HRW) en Washington.

En cualquier caso, la reincidencia de los internos, muy inferior al de los presos comunes en EEUU (más del 60% vuelve a delinquir tras ser liberado), es un elemento clave en el debate sobre el cierre de Guantánamo. «Si te fijas en el daño que han ocasionado, es enorme. Esta gente ha sido responsable de cientos de muertes como mínimo», dice Gartenstein-Ross. Prasow discrepa, argumentando que la mayoría de los que salen del agujero solo quieren rehacer sus vidas y reencontrarse con sus familias.

«Los expertos en seguridad nacional llevan años diciendo que mantener la cárcel abierta aumenta la capacidad de los terroristas para reclutar nuevos miembros y daña la reputación internacional de EEUU», dice desde HRW. «En todo el mundo hay gente que vuelve a delinquir al salir de la cárcel, pero eso no significa que para evitarlo haya que tenerlos encerrados eternamente», concluye Prasow.