El gran legado de Mendiluce: el derecho de injerencia humanitaria

MONTSERRAT RADIGALES

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Por experiencia profesional y personal, los que desde hace muchos años nos dedicamos al oficio de explicar qué pasa en el mundo solemos tener un conflicto que nos ha marcado por encima de todo. El mío fue la guerra de Bosnia y Herzegovina. Me pilló siendo corresponsal de EL PERIÓDICO en Bruselas y a medida que aumentaban las atrocidades, los muertos, las expulsiones, la constatación de las existencia de campos de concentración y un largo etcétera, se me hacía cada vez más insoportable contemplar lo que ocurría en suelo europeo y observar a diario y en directo el desconcierto reinante en la Unión Europea y en la OTAN, la pasividad, las justificaciones insostenibles, la perversa neutralidad, y hasta el grado de humillación a manos de unos criminales que nuestros gobernantes estaban dispuestos a tolerar. El entonces reportero y hoy columnista de 'The New York Times', Roger Cohen, describió la situación como pocos. Recuerdo haberle leído que, por primera vez en Europa desde la segunda guerra mundial, los miembros de una comunidad eran asesinados “no por lo que han hecho, sino por lo que son”, en referencia a los musulmanes de Bosnia.

Afortunadamente en las instituciones europeas había voces que se rebelaban contra esta situación. Y una de las que sonaba más alta y más clara era la de José María Mendiluce, que llegó al Parlamento Europeo después de haber sido testigo directo de las masacres en su anterior posición en el Alto Comisariado de la ONU para los Refugiados (ACNUR). El que más de dos décadas después sigue siendo el libro de cabecera del conflicto de los Balcanes, ‘Death of Yugoslavia’ (La muerte de Yugoslavia), de Allan Little Laura Silber, recoge el testimonio de Mendiluce, que en abril de 1992, al inicio de la guerra, fue el primer funcionario internacional que entró en Zvornik, en el este de Bosnia, y vio cómo las calles estaban repletas de cadáveres y cómo los paramilitares serbios cargaban los cuerpos en camiones.

EL TRÍO

La conmoción por lo que ocurría en Bosnia me ayudó a establecer un vínculo de complicidad muy especial con Mendiluce, al igual que le ocurrió a mi buena amiga Ana Alba, tal y como ella explicó el pasado sábado en un excelente y conmovedor artículo en este mismo diario. Yo recuerdo a Mendiluce como el infatigable activista que unió sus fuerzas a otros dos eurodiputados, el socialista francés Bernard Kouchner (cofundador de Médicos sin Fronteras, que años después acabó siendo ministro de Exteriores de Francia) y el ‘verde’ alemán, Daniel Kohn-Bendit, héroe del Mayo del 68 francés.  Formaron un trío inolvidable e incansable y utilizaban todos los recursos que tenían a su alcance para propagar el concepto --entonces aún incipiente en el vocabulario internacional-- del “derecho de injerencia humanitaria”. Abogaron así por una intervención militar en Bosnia para detener las masacres, una intervención que al final llegó, aunque demasiado tardíamente.

El trío Mendiluce, Kouchner, Kohn-Bendit no perdía ocasión para la denuncia sobre lo que ocurría en Bosnia y buscaba todas las formas posibles de llamar la atención. Recuerdo que, en una ocasión, Mendiluce me explicó cómo estaban pensando en colar por la megafonía del Parlamento Europeo, durante un pleno en Estrasburgo, una grabación que circulaba en la que se oían las sirenas que sonaban en Sarajevo cuando se avecinaba un bombardeo. Hubiera sido memorable, pero al final desistieron. “El Parlamento no es un circo”, se justificó.

Mendiluce nos ha dejado prematuramente y muchos corazones, aquí y allí, lloran. Se ha ido un hombre bueno.