Tiembla el régimen
El Gobierno nepalí, atenazado por la corrupción y la parálisis, se ha visto superado por la tragedia, otra más en la convulsa historia del país
La conjunción de las placas de Euroasia e India bajo suelo nepalí anticipaban un seísmo, habían alertado los geólogos. Y algo más arriba, la tradicional volatilidad política también anticipaba la calamitosa gestión del desastre. Miles de nepalís aún esperan una semana después algo parecido a la ayuda oficial e incluso han escaseado las litúrgicas fotos de los líderes en los lugares del desastre. El Ministerio de Comunicación necesitó cuatro días para reconocer que se habían visto desbordados.
El vínculo es evidente: Nepal aprobó en el 2008 su plan estratégico para gestionar desastres, pero la inestabilidad política ha impedido que progresara.
Unos dirigentes tan corruptos como inútiles y la convulsa historia reciente explican el contexto. El pequeño país, emparedado por la India contra el Himalaya, padece un Parlamento inoperante tras siglos de feudalismo. Los titubeos democráticos tras el colonialismo británico fueron arruinados por el golpe militar liderado por el rey Mahendra en 1960. Se necesitaron más de tres décadas para que la presión popular consiguiera limitar el poder de la monarquía y no se desembarazaron de ella hasta el 2008.
Un oscuro magnicidio la había dejado seriamente tocada siete años atrás. El rey Birendra, la reina Aiswarya, el príncipe heredero Dipendra y otros seis miembros de la familia real murieron acribillados. El informe oficial explicó que Dipendra, despechado por la oposición paterna a casarse con su prometida, se presentó en palacio con uniforme militar, dos rifles, armas automáticas, drogado y borracho. También que se suicidó tras disparar a todo lo que se movía. Pero el pueblo exigió otra explicación más verosímil al saberse que los orificios de bala del presunto asesino estaban en su nuca y que el médico que supervisó el informe fue ascendido a ministro de Sanidad. Y nadie explicó cómo en el edificio con más guardias por metro cuadrado del reino pudo desatarse esa ensalada de tiros que, a juzgar por la cuarentena de balas en el cuerpo de la reina, no debió ser breve.
El vacío fue ocupado por Gyanandra, hermano del rey y ausente en la cena. Su entronización fue acompañada de toques de queda, manifestaciones y gritos de «abajo el rey». Hoy posee una gran fortuna.
Injusticia social
La pobreza y las injusticias sociales representadas por el sistema de castas ya habían estimulado un descontento social que capitalizaron los maoístas. En 1996 declararon una guerra al Gobierno que terminó 10 años y 16.000 muertos después. En su momento más álgido llegaron a controlar el 80 % del territorio nacional, según sus cuentas. En el 2006 bajaron del monte, entregaron las armas y entraron en un Parlamento que debía de marcar la reconciliación nacional. Incluso se integraron en el Ejército, su antiguo enemigo.
El Partido Maoísta arrasó en las elecciones del 2008 para la asamblea constituyente y en el 2013 perdió el poder a manos del Congreso Nepalí y sus aliados conservadores.
Las protestas y manifestaciones eran habituales en los meses anteriores al seísmo. Los maoístas habían convocado este mes una huelga general de tres días por la falta de aprobación de la Constitución, un asunto que colea desde 2008. El primer ministro, Sushil Koirala, ha ignorado todos los plazos prometidos. Además de la incapacidad política, también juega en contra el mosaico étnico nacional (khas, janajatis, madhesis…) y la ausencia de la familia real que en el pasado lo apelmazó.
La factura de la reconstrucción del seísmo podría alcanzar los 5.000 millones de dólares, la quinta parte de su PIB. En ese cuadro llegó el seísmo: un país con una renta per cápita de apenas 1.000 dólares y con una economía que confía en la agricultura, el turismo y las divisas de los emigrados por un lado y un Gobierno corrupto, paralizado e incapaz de satisfacer a sus ciudadanos incluso sin desastres naturales por otro. No extraña que los nepalís solo confíen en la ayuda internacional.
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