La frontera maldita
Furgonetas con las luces de posición extinguidas y atestadas de muebles, maletas, colchones y enseres de cocina, surcando la oscuridad, entre vaivén y vaivén, en el más absoluto sigilo. Parejas de hombres que caminan en círculos distraídamente aunque en realidad intenten, de forma disimulada, aproximarse a un montículo, situado junto a una vía de ferrocarril en desuso, donde, agazapados, se parapetarán durante horas a la espera de una oportunidad. Motocicletas que avanzan a velocidad reducida por entre los guijarros, esforzándose por evitar, quienes las conducen, además de golpes bruscos de volante, los hondos socavones del camino y los halos de los focos con los que la policía turca ilumina el terreno colindante a intervalos regulares.
En cuando el sol se oculta tras el horizonte, un abigarrado elenco humano se concentra en los aledaños de la extensa y desértica llanura pedregosa que separa Siria de Turquía entre las poblaciones sirias de Ayn al Arab y Tell Abyad. Como si de aves nocturnas se tratara, aspirantes a refugiados, familias enteras, pasadores, buscavidas y contrabandistas se apoderan, tras el ocaso, de esos treinta y pico kilómetros de línea de demarcación fronteriza exentos de pasos. La carretera siria transcurre casi paralela a la alambrada de espino que separa ambos estados, lo que facilita la huida de un país donde la guerra va camino de cumplir su cuarto año de existencia.
Tentativas de fuga
Las tentativas de fuga no siempre son coronadas por el éxito. Turquía, cuyo Gobierno está siendo acusado por sus socios occidentales de laxitud en la vigilancia de sus fronteras, permitiendo el flujo de combatientes yihadistas que se unen a las filas del Estado Islámico, intenta reforzar los controles y dar una apariencia de autoridad a sus aliados europeos y estadounidenses.
Desde el lado sirio, al otro lado de la verja, ya en Turquía, es posible distinguir, casi de forma permanente, luces de color azul en constante movimiento: pertenecen a los coches de la policía otomana que patrullan arriba y abajo junto a la barrera de metal y que, en cuanto detectan movimientos sospechosos en el lado sirio, hacen un alto en el camino e intentan disuadir a las personas concernidas -mediante maniobras intimidatorias como advertencias por altavoz o disparos al aire- de entrar en territorio turco, conminándoles a regresar por donde han venido.
Y es que desde hace ya meses, el enorme portón marrón del puesto de Tell Abyad, que los habitantes de la provincia turca de Sanliurfa y los de la siria de Raqqa empleaban habitualmente para el trasiego transfronterizo, está clausurado. Es la frontera maldita que separa a Turquía de los dominios del califa Abú Bakr al Bagdadi.
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