CRÓNICA DESDE LISBOA

El europeísmo ya no se canta

Solo el 31% de los portugueses confían en la UE, el índice más bajo de las últimas décadas

Protestas 8 Marcha contra la troika en Coimbra, en marzo del 2013.

Protestas 8 Marcha contra la troika en Coimbra, en marzo del 2013.

SUSANA IRLES / Lisboa

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

«Quiero ver Portugal en la CEE», repetía el sencillo de la banda portuguesa G.N.R. en 1981. La CEE era la Comunidad Económica Europea y los deseos de Portugal de entrar en la familia europea animaban la venta de 15.000 discos del popular himno roquero, mientras el escepticismo connatural de los portugueses alertaba en la canción «cuánto más se habla, menos se ve». Entre lamentos e incertezas, el presidente socialista Mário Soares empezaría a recorrer las capitales europeas en busca de apoyos hasta que el sueño se cumplió en 1986: la puerta del club se abría a Portugal y España.

Casi tres décadas más tarde, los portugueses se sienten más europeos (58%), por debajo de la media europea y de sus vecinos españoles (69%) pero sin caer al escalón griego (42%). Sin embargo, su confianza en la UE se sitúa en su punto histórico más bajo (31%), según el último Eurobarómetro de otoño. La degradación se acentúa al ritmo de la aplicación de los ajustes y reformas acordados desde el 2011 con la troika a cambio del rescate. Del 2009 al 2013, los portugueses que confiaban en la UE pasaron de la mitad (48%) a menos de un tercio.

Aunque el peso de la crisis también arrastró el crédito del Gobierno nacional, al igual que en el resto de países en recesión, Portugal se manifiesta particularmente negativo en varios aspectos. Junto a Grecia, es uno de los más pesimistas sobre el futuro de la UE y sorprende la súbita depresión en la confianza en la Comisión, que aun formando parte de la denostada troika, está presidida por el exprimer ministro portugués José Manuel Durao Barroso. En una década, la inversión es total: si en 1993 un 56% creía en la institución, hoy un poco más que ese mismo porcentaje desconfía de ella.

El desencanto portugués se radicaliza en un parámetro no menospreciable si se compara con los otros países rescatados y del sur de Europa. Su aceptación de la zona euro es aún menor que la del país heleno o la de España; solo el 50% ve favorablemente la moneda única frente al 42% que la rechaza.

La senda con destino a Bruselas era vista en los años 80 como una salida de emergencia en tiempos de incertidumbre. La descolonización tardía de las colonias lusas tapió la vocación atlántica de este país apostado en el recodo último del sur de Europa. La CEE se encargó de derrumbar el muro que suponía España para los portugueses y la libre circulación de mercancías insufló oxígeno a una debilitada economía portuguesa.

El progreso llegó a veces de manera gradual, otras veces a grandes zancadas, pero no sin baches. En los años 90, se anunció que el país había superado a Grecia en crecimiento económico. El espejismo poco tardó en desvanecerse y a partir del 2002 las velocidades cambiaron. Entre el 2001 y el 2011, el PIB portugués creció solo un 2,8%, la penúltima posición en la UE. El sentimiento de inferioridad luso se agranda cuando cruza la frontera. En el mismo periodo, España creció un 29%. En Irlanda, el avance fue del 22%. El tímido despegue económico trastabilló las expectativas de una exigua clase media. Portugal es hoy el segundo país más desigual de la UE, solo por detrás de Letonia. Lejos queda el tarareo de la banda G.N.R.: «Oh boy, qué bueno es estar en la CEE».