Escocia sí decide

Los recortes y la austeridad han alimentado el desafecto de los escoceses hacia Londres y reforzado su sentimiento identitario

Partidarios y contrarios a la independencia, en campaña en el centro de Glasgow.

Partidarios y contrarios a la independencia, en campaña en el centro de Glasgow.

MARTA López

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Junto a la estación de metro de Queen Station, en el centro de Glasgow, dos jóvenes separados por apenas seis metros reparten discretamente folletos electorales: Michael a favor del sí y Lean por el no, mezclándose y confundiéndose entre ríos de gente que el viernes a media tarde, después del trabajo, avanzan rápido por George Street, arteria comercial en el vibrante corazón de la primera ciudad escocesa. La escena se repite en otros lugares: abundan los colores azul y rojo de los banderines, también los pines de Yes Scotland No thanks.

El centro bulle este fin de semana extrañamente soleado, en ambiente festivo y en una armonía absoluta, a solo cinco días de que más de cuatro millones de escoceses mayores de 16 años vayan a tomar una decisión que sí merece la calificación de histórica con todas las letras, pero también traumática: si ponen fin a la estable unión con Inglaterra que hace más de 300 años, en 1707, firmaron los parlamentos de las dos naciones. ¿Debe ser Escocia un país independiente?, se les pregunta. Y, en términos futbolísticos, hay partido.

Too close to call, se suele decir en inglés cuando un resultado es demasiado reñido como para anunciarlo. Y todo apunta a que eso es lo que puede pasar el próximo jueves en Escocia, donde las últimas encuestas conceden ventaja al no pero constatan el demoledor avance del  en el último mes, cuando el debate se ha instalado en la calle, en el pub, en las escuelas y en los barrios. Y la independencia se puede ganar por la mínima: basta con superar el 50% de los votos. Para Kathryn Crameri, analista al frente de la Escuela de Lenguas Modernas y Culturas de la Universidad de Glasgow, ese sería el peor escenario, porque «los que han apoyado el no se sentirían traicionados por el proceso». «Pero esto se hizo así porque nadie preveía que pudiera salir el », apostilla.

Quince años de autonomía

Hace solo un mes todos los sondeos daban por segura la victoria del no, con lo que el apoyo a la independencia ha cogido velocidad de crucero en las últimas semanas, alentado, según Crameri y otros politólogos, por la campaña tremendista que han hecho los partidarios de mantener la uniónSe trata en todo caso de un ascenso meteórico en un viaje iniciado en 1999, cuando, tras un referendo, la Administración laborista de Tony Blair devolvió el Parlamento a Escocia con una autonomía limitada -prácticamente restringida a las competencias de sanidad y educación y con nula capacidad de recaudar y gestionar impuestos- que ya hace años que a los escoceses empezó a saberles a poco, demasiado poco.

«Better Together (Mejor Juntos), se llama la campaña del no. ¡Qué desfachatez! Nunca hemos estado juntos. Siempre hemos estado por debajo», clama Helen, una mujer de mediana edad residente en un barrio humilde de Glasgow, para quien «laboristas y tories» son lo mismo. «Westminster nunca ha hecho nada por nosotros», añade.

Ese sentimiento de agravio es común a buena parte de los escoceses desde los 80 del siglo pasado, cuando las políticas de desindustrialización de Margaret Thatcher sembraron la ruina, con el cierre masivo de minas y astilleros y la pérdida de miles de empleos. A esos años negros siguió el giro al centro de Blair, que defraudó todas las expectativas en una Escocia de tradición socialista -«los laboristas vendieron su alma», lamenta John Hillay, que ahora hace campaña por el -, y cuando la gran recesión mundial devolvió en el 2010 a Downing Street a los conservadores, el divorcio se consumó. La agenda de austeridad de David Cameron conlleva recortar hasta el 2020 en 2.400 millones de libras (más de 3.000 millones de euros) las transferencias a Escocia.

«Con estos recortes será imposible mantener nuestro sistema de salud y de enseñanza», clama Bob, otro activista del Yes. Un sistema generoso que garantiza a los escoceses universidad y medicamentos totalmente gratuitos, políticas muy populares que han alimentado el deseo de lograr mayores transferencias de Londres. «Si nosotros manejamos nuestro dinero, seremos nosotros los que decidamos en qué lo gastamos», afirma Helen.

La economía ha contribuido a reforzar un sentimiento identitario que, a falta de un símbolo como la lengua, en Escocia combina varios elementos, pero que hace que los escoceses «se sientan políticamente diferentes», afirma Crameri.

Ni al paraíso ni al infierno

Tras meses de fuego cruzado, los electores son conscientes de que no van al apocalipsis que dibujan los partidos mayoritarios de Londres ni tampoco al paisaje idílico que venden los independentistas. «Por supuesto que la independencia no va a ser la panacea, pero es un paso en la buena dirección. Se trata de nuestro derecho a decidir cómo queremos ser», afirma Hillay, que solo admite haber votado una vez al Partido Nacionalista Escocés (SNP) de Alex Salmond, el líder carismático pero también controvertido que gobierna desde el 2007 y que ha hecho que estos días los ojos de buena parte del mundo estén fijados en lo que los escoceses decidan.

Ellos se saben en el centro de las miradas. Y los partidarios del  anhelan hacer historia entrando en el concierto de naciones occidentales a través de una consulta independentista exitosa. Lo nunca visto. Y hoy nada está escrito.