La contienda
Ellas solas: la hora de las mujeres
«Voy a deciros algo terrible. Solo una de cada diez de vosotras se casará. [...]. Casi todos los hombres que se podían haber casado con vosotras están muertos. Debéis abriros paso en este mundo lo mejor que podáis. La guerra ha dejado más huecos para las mujeres que antes, pero tendréis que luchar». Este discurso de una directora de instituto femenino inglés a sus alumnas en 1917 refleja el desequilibrio de sexos que creó la Gran Guerra y sus consecuencias: las mujeres tendrían más oportunidades laborales y muchas quedarían solteras.
Aumentó el porcentaje femenino de población activa. En Gran Bretaña, por ejemplo, las asalariadas pasaron de ser menos de 6 millones en 1914 a 7,3 en 1918 y de representar el 26% de la mano de obra total a ser el 36%. En Francia la cifra osciló del 32% al 40% y una cuarta parte de trabajadores de fábricas bélicas fueron mujeres (llamadas munitionnetes).
SEPTICEMIA / Su labor allí era peligrosa al manipular componentes tóxicos, apunta el historiador John H. Morrow Jr.: el tetrilo amarilleaba su piel (síntoma de ictericia) y la exposición a otros productos como el trinitrotolueno (TNT) o la pólvora negra provocaba dolencias fatales y diversos riesgos, como sangrado nasal, erupciones cutáneas, septicemia o dolores abdominales. Pero la actividad agrícola femenina continuó siendo crucial. Los censores franceses informaron de ello en 1916 al comentar las cartas enviadas desde el campo: «Las mujeres se matan a trabajar sin poder sustituir a los hombres que combaten o que han muerto».
El conflicto permitió a muchas jóvenes sustraerse de los ámbitos que le estaban destinados, recogidos en el lema germano Kinder, Küche, Kirche: niños, cocina, iglesia. Incluso en Rusia, Maria Bochkareva formó el batallón femenino de la muerte en junio de 1917, cuya inserción bélica no fue fácil y cuando se planteó que sus miembros sustituyeran a hombres en labores auxiliares, estos se opusieron por temer ir al frente.
Igualmente, al acabar la guerra, los excombatientes tampoco aceptaban de buen grado el nuevo rol femenino. Así, en 1923 un teniente inglés retirado, G. Dickens, se indignó en The Times porque fue dado a una mujer un trabajo al que optó: «En ese momento no reaccioné, hasta que supe que a una mujer soltera ¡le habían dado el puesto de un hombre!». El monopolio masculino del mercado laboral empezó a tocar a su fin.
LA SOLTERÍA / Por otra parte, la soltería
-como cuenta Virginia Nicholson en el ensayo Ellas solas- fue un fenómeno social relevante en Gran Bretaña. Allí dos millones de mujeres quedaron solteras por falta de pareja y fueron llamadas las «mujeres del excedente». Si bien en muchos casos les fue difícil convivir con su soledad, en otros les llevó a romper convenciones sociales al tener relaciones extramaritales o descubrir sus preferencias sexuales por mujeres.
Con la contienda, pues, la mujer empezó a cambiar su rol sin posible vuelta atrás. Lo testimonió la introducción del sufragio femenino en Rusia y Holanda en 1917 y Estados Unidos en 1920 (en 1918, Gran Bretaña permitió votar a mujeres mayores de 30 años). Y es que como argumenta Nicholson, la guerra cambió a muchas mujeres, pero ellas también cambiaron a la sociedad.
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