Dunas de destrucción

Destrucción en la mezquita de los Omeyas de Alepo.

Destrucción en la mezquita de los Omeyas de Alepo.

XAVIER MORET

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El conde de Volney, orientalista francés, escribió en 1791 Las ruinas de Palmira, un ensayo en el que medita sobre la desaparición de los imperios que, por su grandeza, parecían destinados a ser eternos. Viajero ilustrado, Volney inicia el libro en las ruinas de Palmira, la histórica ciudad asediada por el desierto de Siria que hoy sufre los desastres de la guerra.

Recuerdo, de cuando estuve en Siria en el 2009, la euforia que me invadió al llegar a las ruinas de Palmira, con cientos de columnas desafiando el paso del tiempo en medio del desierto. Era una visión maravillosa, similar a la que debió de contemplar el conde de Volney cuando en 1873, con solo 25 años, llegó allí en una caravana procedente de Damasco. «De repente -escribe- divisé en el llano la escena de ruinas más impresionante: una multitud innumerable de soberbias columnas enhiestas que se extendían hasta perderse de vista en hileras simétricas».

Hoy, por desgracia, el Museo de Palmira ha sido saqueado y las columnas y el templo de Bel han sido dañados por las bombas. La que hasta 273 fue una gran ciudad de la Ruta de la Seda vuelve a estar amenazada por la destrucción.

Jaled Assad, director de las excavaciones de Palmira entre 1964 y el 2006, me contaba ilusionado en el 2009 lo mucho que habían tenido que trabajar para que Palmira recuperara su esplendor. «Las dunas cubrían buena parte de Palmira cuando llegamos», recordaba. «Levantamos 300 columnas caídas. Poníamos andamios en cada columna y tardábamos seis días en levantarla. Fue un trabajo lento y duro, pero valió la pena».

A pesar de la amenaza de los bandidos del desierto, las ruinas de Palmira fueron visitadas con devoción por grandes viajeros del XIX y de principios del XX, y también por personajes como Lawrence de Arabia o la novelista Agatha Christie, casada con el arqueólogo Max Mallowan. El maravilloso hotel que había junto a las ruinas, el Zenobia, perteneció en los años 20 a Marga d'Indurain, de quien Cristina Morató escribió la apasionada biografía Cautiva de Arabia. Hoy, sin embargo, el esplendor está tocado de muerte.

A unas horas por carretera de Palmira se encuentra otra maravilla siria alcanzada por las bombas: el castillo de Krak des Chevaliers, en el que los caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén se refugiaron entre 1142 y 1271. Su ubicación, en lo alto de una colina cerca de la frontera del Líbano, le da una apariencia inexpugnable, reforzada por sus altas murallas y los distintos recintos fortificados.

Un castillo admirable

Cuando Lawrence de Arabia lo visitó en 1909 lo calificó como «el castillo más admirable del mundo». Cien años después, en el 2009, seguía siendo un escenario fascinante en el que aún resonaba el eco de las batallas con los mamelucos. Los rebeldes sirios se refugiaron en él al inicio de la guerra y, aunque ya han sido desalojados, los impactos de mortero han dañado el castillo.

La guerra también ha afectado a algunos edificios históricos de Damasco, como la Mezquita de los Omeyas, pero es en la ciudad de Alepo donde más se nota el rastro de la destrucción: el zoco histórico se quemó, el minarete de la Gran Mezquita se derrumbó y los valiosos manuscritos de la biblioteca fueron destruidos. «No puedes imaginarte lo mucho que se ha perdido en Alepo», me escribe el escritor sirio Khaled Jalifa, que vive en Damasco. «Los sirios somos gente de paz a la que le gusta la música y el café. Ese país en el que reinaba la fragancia de las rosas hoy está expuesto a una guerra que se ha cobrado demasiadas víctimas».