"No encuentro a mi hijo"
Los dramas personales se suceden en el hosptial pediátrico de Niza
Montse Martínez
Periodista internacional
Periodista
MONTSE MARTÍNEZ / NIZA (Enviada especial)
Nada, en el interior del Hospital Lenval, el centro hospitalario pediátrico de Niza, hace presagiar el drama que se esconde en las habitaciones. A excepción de personas que cruzan el hall reprimiendo su dolor. El silencio es total.
A diferencia de otras partes del mundo, de otras masacres similares, los reporteros, sin cámara, pueden entrar en los hospitales de Niza. Sorprendente, cuanto menos. La policía observa, eso sí, que las familias de las víctimas no sean acosadas cuando se niegan a hablar. Un no es un no.
Parece obvio que el hombre apoyado contra la pared, al que todo el mundo abraza, tiene a un pequeño ingresado. Pero la realidad vuelve a superar a la imaginación.
“Mi hijo ha muerto y mi hija, en coma, se debate entre la vida y la muerte”, dice, casi sin que le salga la voz . No puede continuar. Es su primo, Joseph, quien completa la historia. Medhi y Chérine son gemelos, de 13 años. Medhi es el varón, fallecido. Chérine es su hermana, la niña que lucha por vivir.
Familia y amigos intentan hacerse fuertes en el hospital. Fueron los abuelos, procedentes de una localidad marroquí cercana a Marrakech los que emigraron a Niza en los años 60, donde ya vieron nacer a sus nietos. El niño de 13 años, Medhi, no es el único fallecido en la familia. También murió su tía, Fátima, a su lado cuando el camión los arrolló y los mató en el acto.
"LO HE PERDIDO, LO HE PERDIDO"
Tras pensar que no puede haber nada peor que el caso de los gemelos, llega Tahar, un hombre de 39 años, a la puerta del hospital. Va acompañado de otros cuatro hombres, amigos y familia directa. "Lo he perdido, lo he perdido", repite en francés, con los ojos completamente enrojecidos. No para quieto. Fuma, anda, se levanta, se sienta. "No encuentro a mi hijo de cuatro años, no sé todavía dónde está", dice.
Es uno de los acompañantes quien detalla que Tahar salió con su mujer, Olfa, y su hijo Killiam a ver los fuegos artificales la fatídica noche del 14 de julio. El Paseo de los Ingleses estaba tan lleno que apenas se podía dar un paso. La pareja habló por teléfono. Ella se había quedado con el niño y unas amigas rezagada y atrapada entre el gentío y quedaron en juntarse poco después.
Sin contar con que un camión blanco, conducido por un terrorista, se interpondría dramáticamente en sus planes. Cuando Tahar supo de lo sucedido, corrió en busca de los suyos. A su esposa la encontró muerta en el suelo -"no pude ni decirle unas palabras", se lamenta- y a Killiam, de cuatro años, todavía lo busca por hospitales y comisarías. Este sábado, en el Hospital Pasteur, supo que el pequeño también había fallecido.
Noçoise tiene 62 años y está sentada en el suelo de un pasillo de la primera planta del Hospital Lenval. Lleva unos auriculares puestos y marca el ritmo con los pies. Es de las afortunadas. Su nieta vive -explica- pero cuenta cosas que presagian una recuperación psicológica difícil. "Repite que vio cabezas por el suelo y sangre por todas partes", lamenta la abuela de la pequeña.
Diez niños murieron en el atentado. El doctor Christian Ridelme, que el viernes había dormido apenas dos horas, hace balance: en el centro hay 15 niños, 5 de los cuales se encuentran muy graves. Al margen de los que pueda haber ingresados en otros centros. El terrorista no tuvo miramientos. Dos kilómetros dando volantazos sin importarle si lo que se llevaba por delante eran también niños.
Cuenta el médico que el personal del hospital lo ha dado todo para atajar la crisis. "Han acudido a trabajar sin que les tocara", explica para recordar que la noche del ataque no daban más de sí. "Llegaban heridos sin parar y muchos sin identificar", rememora.
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