LA BRUTALIDAD DE LA PENA DE MUERTE

Dos horas para morir

La inyección letal vuelve a fallar en Estados Unidos y un preso tarda 112 minutos en fallecer en la prisión de Arizona «Buscaba aire como un pez fuera del agua», dice un testigo

Joseph Rudolph Wood.

Joseph Rudolph Wood.

IDOYA NOAIN
NUEVA YORK

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En enero, en una prisión de Oklahoma, Michael Wilson clamó desde la camilla a la que estaba atado recibiendo la inyección letal: «¡Me arde el cuerpo!». Unos días después, en una cárcel en Ohio, tras recibir el sedante midazolam y el narcótico hidromorfona, Dennis McGuire tardó 25 minutos en morir, el doble de lo que ha sido habitual los 37 años en que se ha aplicado la inyección letal con un cóctel de tres fármacos.

En abril, también en Oklahoma y también con un nuevo protocolo de fármacos, llegó la desastrosa ejecución de Clayton Lockett, al que se vio agonizar durante 43 minutos hasta su muerte de un ataque al corazón. El miércoles, en Arizona, el experimento en que se ha convertido la muerte sancionada por los tribunales en Estados Unidos volvió a fallar. Según el recuento oficial de la ejecución, Joseph Rudolph Wood, de 55 años y condenado por el doble asesinato en 1989 de su exnovia y el padre de esta, Debbie y Eugene Dietz, recibió a las 13.57 hora local el midazolam y la hidromorfona, la misma combinación que ya se probó problemática con McGuire en Ohio. Fue declarado muerto a las 15.49 horas.

Hay dos versiones de lo que sucedió en esos 112 minutos. Según las autoridades y los familiares de las víctimas que presenciaron la ejecución en el penal de Florence, Wood «empezó a dormir» «a roncar». Otros testigos, en cambio, hablan de una escena mucho peor: más de 600 «jadeos y resoplidos» y estertores en el pecho y el estómago. Según ha dicho Michael Kiefer, reportero del Arizona Republic que con esta ha presenciado ya cinco ejecuciones, «buscaba aire como un pez fuera del agua». La agonía llevó a otro de esos testigos a decir: «En un momento llegué a preguntarme si iba a llegar a morir». Y, en un paso inusual, los abogados de Wood incluso hicieron dos apelaciones en medio de la ejecución intentando que se paralizara incluso cuando ya había comenzado. No tuvieron éxito.

Una revisión del proceso

Nadie, quizá ni siquiera la autopsia que se le va a practicar ahora a Wood, puede decir a ciencia cierta si el reo sufrió. Nadie tampoco puede negar que las cerca de dos horas que llevó su ejecución no fueron lo que se supone que debían ser. Incluso la gobernadora de Arizona, Jane Brewer, que ha asegurado que Wood «murió de manera legal», ha mostrado su «preocupación por el tiempo que llevó» la ejecucion y ha ordenado al departamento de prisiones del estado «acometer una revisión completa del proceso».

Hay quien va más allá. La Unión Americana de Libertades Civiles ha vuelto a pedir que se paralice la aplicación de la pena capital en todo EEUU mientras no se determina que las improvisaciones que se están haciendo ante la imposibilidad de conseguir los fármacos que formaban el cóctel triple tradicional no constituyen el castigo «cruel e inusual» que prohibe el Tribunal Supremo. El propio Wilson intentó que se retrasara la aplicación en su caso apelando a la falta de transparencia sobre el origen de los fármacos que se iban a usar en su cuerpo y su funcionamiento.

El debate no amaina, arrecia. Casos como los de Wilson, McGuire, Lockett y ahora Wood han reavivado el movimiento contra la pena capital en EEUU o, al menos, las llamadas a que se imponga una moratoria mientras no se determine cómo puede funcionar con los nuevos fármacos.  Aún quedan, sin embargo, muchas voces a favor de las ejecuciones. El miércoles se oyó la de Richard Brown, casado con una hermana e hija de las víctimas de Wood. «Los que pensáis que estos fármacos son malos: id al infierno», dijo en una comparecencia ante la prensa.