El dinero no basta para ganar en Iowa
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
RICARDO MIR DE FRANCIA / AMES (IOWA)
Un anuncio presenta al republicano Ben Carson como el garante de los valores judeocristianos y cierra con la promesa de mantener a América segura. Otro describe a Ted Cruz como “un falso conservador” que no cumple con lo que predica. En un tercero, Hillary Clinton se compromete a luchar por la igualdad salarial para las mujeres. Y en otro, Marco Rubio dice que América es el país "más excepcional en la historia de la humanidad”, un país donde los derechos de la ciudadanía emanan de Dios y no del Gobierno. Son las 11.30 de la mañana en Iowa. En menos de siete horas abrirán los caucus (asambleas electivas) y se empezará a votar. Los anuncios se suceden uno detrás del otro regando con millones de dólares a las cadenas locales. Para el espectador, es pura lobotomía política. Más de un centenar de anuncios se han emitido hasta 45.000 veces desde octubre.
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“Dejan mucho dinero en la economía local pero, como espectador, acabas aborreciéndolos y, poco después, no les prestas atención”, asegura Sue Beukeman, secretaria el Ayuntamiento de Kellogg, un pequeño pueblo del centro de Iowa. Las campañas y los grupos externos que las respaldan, los llamados Súper Comités de Acción Política, se han gastado más de 70 millones de dólares en anuncios de televisión, según la consultora SMG Delta. El republicano Donald Trump fue el último en sumarse a la fiesta. No emitió su primer espot hasta principios del año y se ha gastado bastante menos que Jeb Bush, Marco Rubio, Clinton y Bernie Sanders, los candidatos que más han invertido por este orden.
La propaganda no es necesariamente efectiva o determinante, especialmente ante la avalancha de anuncios negativos. En el sprint final de la campaña importa mucho más el trabajo que hacen sobre el terreno los voluntarios y equipos de campaña para convencer a los últimos indecisos y asegurarse de que aquellos que se han comprometido a votar por su candidato salen de casa desafiando la previsión de nevada. La participación en Iowa es históricamente baja. Ronda el 20%, por lo que cada persona importa. En los caucus conservadores de hace cuatro años, Mitt Romney le ganó a Rick Santorum por solo 34 votos.
TRANSPORTE PARA LOS ELECTORES
Tyler McCall desayuna copioso. El sábado condujo casi tres horas desde Kansas City para ayudar como voluntario a la campaña de Hillary en las horas finales. Tanto el viaje como la estancia en el hotel se la paga casi toda él. Por la tarde, se dedicó a ir casa por casa en una zona rural de carreteras polvorientas para pedirle a sus residentes que vayan a votar por su candidata. Casi cinco horas de trabajo y 62 timbres llamados. “No vas a cualquier sitio. Gracias a las encuestas y el ‘big data’ sabemos dónde viven los demócratas y cuáles si inclinan por Clinton”, explica McCall, de 23 años. En caso de que no conduzcan, las campañas ofrecen a los votantes transporte para llevarlos directamente al colegio electoral. Y durante todo el día les llaman para que no fallen. “Mucha gente te dice que la apoya, pero que no tiene tiempo para ir a votar”.
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Los caucus son diferentes a unas primarias o a unas elecciones generales. Hay que ir a una iglesia o un gimnasio y pasar allí varias horas de escenificación política para que tu voto sea contabilizado. Requiere tiempo y esfuerzo. Detrás de cada voto hay un trabajo inmenso y ejércitos de idealistas dispuestos a regalarlo. Sanders cuenta con 15.000 voluntarios en Iowa; Cruz con 12.000. Desde que Barack Obama revolucionara la forma de hacer campaña en el 2008, todos tratan de imitarlo. Cuantos más voluntarios, oficinas de campo y datos precisos sobre el votante se tengan, más opciones hay de ganar. Eso incluye saber desde la cerveza que bebe a su equipo favorito de fútbol americano. En oficinas de campo repartidas por el estado, Hillary tiene tres más que Sanders, aunque 11 menos que Obama en su día.
En una una universidad de Ames, el socialista de Vermont ha reunido a un centenar de voluntarios. Gente como Laurie Wildeman, que a sus 53 años es la primera vez que se involucra en una campaña. En los últimos meses ha hecho miles de llamadas telefónicas, ha repartido panfletos puerta por puerta, ha ayudado a organizar mítines y hoy representará a Sanders como capitana en uno de los caucus. “Hasta que no saquemos el dinero de la política de las grandes industrias no tendremos un gobierno por y para el pueblo”, dice Wildeman. “¿Por qué me gusta Sanders? Porque no se vende”, apostilla quitándose el jersey para mostrar una camiseta con ese mismo eslogan.
Si esta noche hay una elevada participación, Sanders debería ganar en el bando demócrata y Trump en el republicano. En gran medida, todo dependerá al final de gente como Wildeman y McCall, los voluntarios de esta historia.
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