Un destino forjado en Tiananmén

La revuelta estudiantil de 1989 selló la conciencia política de Liu Xiaobo

El disidente político chino y premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo, en un acto en Pekín.

El disidente político chino y premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo, en un acto en Pekín.

ADRIÁN FONCILLAS / PEKÍN

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Tiananmén se cruzó en la plácida vida de Liu Xiaobo. Había nacido en 1955 en Changchun (provincia norteña de Jilin), fue el tercero de cinco hermanos en una familia de intelectuales alineados con el partido y perteneció a la primera generación que entró en la universidad después de su cierre durante la demencial Revolución Cultural. Estudió literatura y filosofía y pronto su elocuencia y carisma le catapultaron a la docencia en la prestigiosa Universidad Normal de Pekín. También era requerido para charlas en universidades de Oslo, Hawai o de Nueva York. Ahí estaba Liu en junio de 1989 cuando, sin haber mostrado antes inclinaciones políticas, sintió el irrefrenable impulso de volar a Pekín para acompañar a los estudiantes en la plaza.

Liu no se explica sin Tiananmén. Allí empezó la huelga de hambre en apoyo a los manifestantes y después negoció su salida ordenada antes de que entraran los tanques. La factura sangrienta habría sido mucho mayor sin él. Liu se ganó la primera de las tres condenas por las que pasó casi un cuarto de su vida en prisión. Nunca se perdonó su confesión escrita para acortarla al entenderla como una traición a las víctimas. Muchos años después dedicaría su Nobel de la Paz a “las almas perdidas” aquella madrugada del 4 de junio.

Las bases de su guerra con el régimen habían quedado fijadas y Liu se erigió en un defensor de la libertad de expresión. “Estrangularla supone pisotear los derechos humanos, reprimir la humanidad y borrar la verdad”, dijo en su icónico discurso 'No tengo enemigos' leído tras ser sentenciado por última vez.

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Liu se casó con la poetisa Liu Xia en 1996 cuando estaba bajo custodia. Fue ella la primera en intuir que esa Carta 08 que estaba ayudando a redactar supondría un punto de no retorno. Los 19 puntos del manifiesto exigían un marco más amplio de libertades y derechos humanos, pedían al Gobierno que renunciara al poder y defendían elecciones multipartidistas. La Carta fue firmada por 300 intelectuales y Liu fue encarcelado el día de Navidad deL 2009. La sentencia le describió como “un gran criminal” de “efectos malignos” y le condenó a once años. Esta vez rechazó la confesión.

IMPACTO DIPLOMÁTICO

El Nobel de la Paz descompuso a Pekín. Censuró su nombre y todos sus escritos, impuso sanciones económicas a Noruega y decretó un arresto domiciliario que aún dura a su esposa a pesar de que nunca ha sido acusada de delito alguno. También rescató alguna de sus viejas y desafortunadas opiniones: Liu había apoyado la guerra de Irak y sostenido que China necesitaría 300 años de colonialismo para alcanzar el nivel de Hong Kong. En algunos sectores de la disidencia se le achacó cierta arrogancia intelectual, un pecado juvenil que después mutó en humildad desarmante. En sus últimos años se ha dirigido con exquisita amabilidad a los policías, jueces y carceleros que le han privado de libertad y de sus últimos deseos.

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A Liu también le atormentaron las desgracias que su lucha causó a su esposa, aquejada de depresión por su encierro. “Mi amor es sólido y afilado, capaz de superar cualquier obstáculo. Aunque me machacaran hasta convertirme en polvo, con mis cenizas te abrazaría”, escribió desde la cárcel.