Desbandada en las playas de Túnez

MAYKA NAVARRO / SUSA (enviada especial)

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En el tramo de playa privada que ocupa el Hotel Riu Imperial Marhaba faltaban el sábado las hamacas blancas de plástico que el viernes se utilizaron como camillas para trasladar a las decenas de heridos que sobrevivieron a la locura que el joven Abú Yahya Al Kairouari Abú Yahya Al Kairouari desató con un kalasnikov en nombre de la Yihad. Alrededor del cercado de hamacas que precariamente preservaba el escenario de la masacre, los pocos turistas que aún no habían logrado huir de la paradisiaca Susa se acercaban para inmortalizar el lugar con las cámaras de sus teléfonos, rezar, llorar o depositar flores.

A los tunecinos les costaba pronunciar la palabra atentado terrorista. "De verdad que no me sale. Atentado terrorista. ¿Otra vez? Querría borrar esas palabras de mi vocabulario", dice Seifalah Nazloui, antiguo guía turístico en español que con la crisis de visitantes destada tras el atentado del Museo Bardó, en marzo pasado, empezó a trabajar como visitador médico.

El Hotel Riu Imperil Marhaba, propiedad de la familia de la política tunecina Zohra Driss, y que cuenta con capital español de la cadena hotelera Riu, despertó con el deseo de haber sufrido una pesadilla. Pero era real. Tan real como los ecos de los gritos que parecía todavía resonar bajo las palapas de la orilla.

Un joven de la zona armado con un kalasnikov, pantalón corto y camiseta negra, desenterró el subfisil que había escondido en la arena junto a una sombrilla, y empezó a disparar a las personas que a esa hora, las 11,30 de la mañana, una hora más en España, ya reposaban felizmente en sus hamacas, a cinco pasos de la orilla del mar.

ENTRADA SIN OPOSICIÓN

"Primero escuché el ruido. Me giré y le ví disparado. No me lo podía creer. Apuntaba hacía abajo, a aquellos que aterrorizados no tuvieron tiempo de levantarse de las toallas". Lo cuenta Hassen un trabajador de la playa, con un puesto a menos de cien metros en el que alquila tablas de surf y patines. "Durante unos segundos permanecí inmobil. No sabía si acercarme o salir corriendo. La gente corría en mi dirección. Intenté seguirle con la vista. Y le perdí entrando en el hotel", recuerda. Es increíble porque varias personas contaron como a pesar del terror desatado en ese momento, no podían dejar de mirar al terrorista. Como si se tratara de un videojuego. "Quería escuchar. 'Corten'. Como en las películas. Pero que va. La sangre de la gente era sangre de verdad". 

El terrorista no dejó de disparar ni un segundo. Abandonó la zona de la playa privada y accedió al jardín del hotel, atravesó la zona de la piscina, entre los gritos desesperados de inquilinos y los trabajadores del recinto que corrían de un lado al otro sin saber qué hacer ni dónde esconderse, y mezclándose con los primeros heridos de bala que intentaban escapar del horror.

El terrorista alcanzó la recepción sin ningún tipo de resistencia. El hijo de la dueña del hotel Mohamed Bshur explicó que el recinto nunca ha tenido seguridad armada. "Este lugar, hasta el viernes, era un rincón de paz. Un paraíso para estar féliz. Trabajaremos para recuperar esa tranquilidad", explicó. Lo cierto es que el terrorista estuvo casi media hora por las instalaciones del hotel hasta que finalmente deshizo el camino andado y regresó nuevamente a la playa, cargando al hombro el Kalasnikov y una bomba en la mano izquierda. Las camaras de seguridad del hotel, ya en poder de la policía tunecina, recogieron la cruel secuencia.

"IBA TRANQUILO. CAMINANDO EN SILENCIO"

Said otro de los trabajadores de la playa decidió seguirlo de cerca con un grupo de jóvenes de la playa, entre ellos Hassen. Eran siete y caminaron tras él a una distancia razonable con la idea de que no escapara y poder atraparlo. "Ni siquiera huyó corriendo. Iba tranquilo. Caminando en silencio". Al tomar a la izquierda la primera callejuela que conduce a la carretera principal, paralela al mar, a unos 600 metros del hotel el terrorista fue abatido por la policía.

La playa del Port el Kantaoui presentaba este sábado un aspecto casi desértico para lo que acostumbra en estos días de temporada alta. Los hoteles habían colgado el cartel de lleno, recuperados por el efecto del atentado del Museo Bardó, y el sábado empezaron a sufrir una desbandada. En el Riu Imperial Marhaba aún durmieron el viernes un centenar de visitantes alemanes.

Al mediodía quedaban solo 40 y la dueña aseguró que los operadores estaban acelerando todos los trámites para que pudieran regresar a su país los que lo desearan o cambiarse de hotel si preferían seguir disfrutando de Túnez. No había ni un solo español registrado ni en el hotel del atentado, ni en los más cercanos.

"No podemos rendirnos ahora. Este país solo saldrá adelante de la mano del turismo europeo. O las autoridades frenan esta locura o este país habrá que enterrarlo junto a las víctimas de los atentados", añadía Seifalah Nazloui.

Una joven alemana amiga de dos de las víctimas mortales se acercó al mediodía a depositar un ramo de flores con un cartel y una pregunta sin respuesta en inglés. "Why?"