EL SANGRIENTO INICIO DEL SIGLO XX / EL ANTIBELICISMO QUE NO CUAJÓ

La derrota del pacifismo

La guerra fue la prueba de fuego de los pacifistas, que se nutrían del movimiento obrero internacionalista y del cristianismo. El patriotismo nacionalista, sin embargo, los arrasó. Muchos de aquellos valientes tildados de cobardes perdieron la vida.

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POR ROSA MASSAGUÉ

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U na pluma blanca era señal de cobardía, como bien sabía Harry Faversham, el héroe ficticio victoriano que recibió hasta cuatro. Durante la guerra hubo más de un destinatario de la insultante pieza. Pacifistas, antibelicistas y objetores de conciencia eran vistos como unos gallinas por unas sociedades seducidas por el patriotismo que el poder lubricaba.

El pacifismo no era nuevo. En 1914 ya contaba varias décadas de vida y distintas fuentes ideológicas. El movimiento obrero había embocado la línea antibelicista e internacionalista desde la idea de igualdad y solidaridad. Partidos socialistas y sindicatos se oponían a la guerra considerando que los obreros se matarían entre sí en beneficio de los patronos capitalistas. Otra fuente bebía en principios morales y religiosos, concretamente cristianos.

Ejecuciones

El socialista francés Jean Jaurès, asesinado el 31 de julio de 1914 por su pacifismo, y el filósofo británico Bertrand Russell, encarcelado durante seis meses en 1918, son ejemplos de las dos ramas antibelicistas.

En los prolegómenos de la guerra, el pacifismo fue muy activo en Europa y también en EEUU, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Sin embargo, empezada la lucha, el internacionalismo dominante en los partidos de izquierda y sindicatos dio paso al nacionalismo para apoyar a los gobiernos. El Partido Socialdemócrata alemán (SPD), por ejemplo, pasó en 10 días de llamar a manifestarse contra la guerra a votar a favor de los créditos para sufragarla. Muchos obreros en toda Europa se presentaron a filas voluntariamente aún antes de que se instaurara en casi todos los países contendientes la leva obligatoria.

En el Reino Unido, más de 20.000 hombres se negaron a luchar, y de ellos, 6.000 acabaron en la cárcel en unas condiciones inhumanas, como explica Adam Hochschild en Para acabar con todas las guerras (Península). No fue hasta el 2006 cuando el Gobierno británico concedió el indulto póstumo a más de 300 soldados ejecutados por negarse a combatir. Stanley Kubrick, en Senderos de gloria, y Joseph Losey, en Rey y patria, lo contaron magistralmente. En EEUU, el penal de Alcatraz fue la tumba de varios objetores.

Divisiones

El pacifismo dividió a familias y algunas muy prominentes como la Pankhurst, asociada indeleblemente con el sufragismo. En los preliminares de la guerra, Emmeline, que era la matriarca, fue detenida por cortar cables del telégrafo, colocar bombas en buzones y por lanzar una piedra a la residencia del primer ministro. Sin embargo, una vez empezada la contienda, también detuvo su activismo antibelicista y, con su hija Christabel, se puso a disposición del Gobierno, que las utilizó para atraer a las mujeres al esfuerzo bélico. Otra hija, Sylvia, se mantuvo firme en su pacifismo. Rompió sus relaciones familiares y a ella se debe la principal publicación antibelicista en el Reino Unido y la difusión de numerosos testimonios de soldados contra la guerra.

El movimiento que antes de iniciarse los combates parecía potente y cargado de razón acabó siendo la primera utopía del siglo XX.