La guerra santa en Siria

Del contrabando a la yihad

Unos combatientes en plena batalla en la localidad siria de Alepo.

Unos combatientes en plena batalla en la localidad siria de Alepo.

BEATRIZ MESA
RABAT

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La penumbra ha invadido la casa de la familia Ouahabi desde que conoció, mediante una página yihadista, que Said perdió la vida luchando en la yihad de Siria. «Falleció la semana pasada. Y nos enteramos gracias a un vecino que me llamó para que viera el vídeo. Y sí, era su cara», relata, afligido, su hermano Hicham.

Recibe a este diario en una callejuela de su barrio, junto a la mezquita Wouad Dauyat, a la que Said solía ir a rezar. La ola de silencio que se produce en pocos minutos es sobrecogedora. Los vecinos no acostumbran a ver a extranjeros interrogando sobre yihadistas, aunque viven muy familiarizados con el integrismo. Solo hay que ver a las mujeres de velo integral que se pasean por la zona y que de reojo observan el encuentro con Hicham.

El líder de los tabligh -una comunidad religiosa que trabaja en la propagación del discurso religioso- acude en ese instante a la oración Adohr (una de la tarde). Sobre él se posan muchas miradas inquietantes porque un sector de la población considera que ejerce, con aseveraciones religiosas de corte extremista, una alta influencia en los adolescentes, como Said.

Este joven de 22 años es el nuevo mártir de una guerra en la que se vio implicado de un día para otro. El problema es que no es el único. En este pueblo de Marruecos, Fnidiq (Tetuán), decenas de jóvenes han sido llamados a hacer la guerra santa en Siria. «Aquí los índices de analfabetismo son altísimos y la juventud está condenada a vivir del contrabando», exclama indignado Ahmed Biyuzan, un vecino de la localidad.

NUEVAS VÍCTIMAS / Desde Fnidiq, situada encima de una montaña, casi se pueden acariciar el puerto y la playa de Ceuta, ciudad española que sirve de válvula de oxígeno para estos jóvenes sin horizontes. Su salida profesional se limita al precario contrabando por el que pueden percibir menos de cinco euros al día.

Lo fue para Said y para dos de sus amigos que también se dejaron convencer por los ojeadores. Así se conoce a los reclutadores que, procedentes de diferentes regiones del país, se infiltran en ciudades vulnerables como esta para atrapar a nuevas y jóvenes víctimas.

Envueltos en el tradicional atuendo imitando al profeta Mohamed -túnicas algo más por debajo de las rodillas- y manipulando el discurso religioso, consiguieron embaucar a los chicos. «Mi hermano era un pequeño comerciante, alejado del extremismo. No es yihadista, ni ninguno de mis hermanos, pero le vendieron Siria como una aventura y una obligación del buen musulmán. Le compraron el billete a Estambul y, sin más, se fue», continua Hicham. «Y como de vez en cuando trabajaba en Ceuta en el trapicheo comercial no nos extrañó que saliera de casa con una pequeña maleta».

Lo mismo le sucedió a la madre de Tarik. No le sorprendió que su hijo, de 28 años, se ausentara de casa unos días porque solía hacer negocios en Ceuta. El paisaje de su barrio, Zaouia, tampoco invita al consuelo. Son casitas destartaladas, frías, situadas en calles poco cuidadas. «Se marchó hace más de un año con unos amigos suyos de la vecindad. Su salida me ha destrozado porque era el mejor de todos mis hijos», llora la mujer. «Me suele llamar para preocuparse por nosotros. Y se ha casado con una chica siria a la que me presentó por teléfono. Él dice que está contento, al hamdulilá» (gracias a Dios), continua la mujer.

«¿Está combatiendo?», le pregunto. «Yo no sé nada porque no da detalles pero quiero decirte algo. Aunque su padre fue un soldado, mi hijo jamás recibió formación militar». Hafida declina alargarse más en una conversación de la que desconfía. Teme de los servicios de información marroquís, que aguardan el regreso de los yihadistas del país para detenerlos. «Pero mi hijo ya no volverá por más que le suplique. Al parecer, no le falta de nada».

VIDA PURITANA REPENTINA / Hamido, de 26 años, al igual que Tarik, tampoco era modelo de religiosidad rigorista. Más bien al contrario, como explica su padre Mohamed, taxista de profesión. «¡Pero si le tenía que dar golpes para que fuera a la mezquita!». De repente, pasó de las salidas nocturnas, encuentros con chicas y jugar al fútbol, a una vida puritana, pegada a los rezos y las reuniones privadas en casas de amigos «donde les lavaban el cerebro», apunta el padre.

«Llegó a increpar a su hermana porque veía la televisión», prosigue Mohamed, que se olió la transformación de su hijo y, pese advertirle de que hacer la yihad en Siria es haram (pecado), se fue. «Quiero eliminarle del libro de familia. Jugó con fuego y se quemó», sentencia.

Hamido se incorporó en las filas yihadistas sirias después del mes sagrado de Ramadán, el pasado mes de agosto. «¡Esos yihadistas son una mafia financiada por Arabia Saudí que está destruyendo la vida de nuestros hijos!», añade Mohamed.

Un amigo del joven, Anas, de 24 años, también le intentó disuadir argumentando que «matar a musulmanes no es ni islam ni yihad, pero me mandaba callar». «¿Sabes? Es fácil manipular a jóvenes como él, comerciantes sin estudios. Y si encima les pagan 100 euros al día, según han contado desde Siria yihadistas marroquís...».

LayYihad no solo es convencimiento religioso, sino supervivencia y superación.