Espectáculo republicano

IDOYA NOAIN
NUEVA YORK

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Reince Priebus, presidente del comité nacional republicano, aseguraba hace unos meses que su mayor logro al frente del partido conservador de Estados Unidos había sido «tomar el control del proceso de debates de las primarias». Escaldado tras la histérica campaña del 2012 que dañó a Mitt Romney y a la formación, Priebus redujo el número de debates y se marcó como meta crear un ambiente que aportara «honor» al partido y más apoyos entre grupos como los jóvenes o las minorías. No contaba con Donald Trump.

El jueves llegó el primero de los debates organizado por la conservadora cadena Fox y Facebook. De hecho, llegaron dos, uno en horario de máxima audiencia para los 10 candidatos mejor situados en las encuestas (que lidera Trump) y otro con los siete que van últimos. En ambos, a su modo y de distintas formas, dominaron el magnate hotelero, su mensaje, su desdén por lo que quiere el aparato del partido y esa forma impredecible de hacer campaña que, de momento, le ha hecho tan popular. Durante dos horas la cancha de los Cavaliers de la NBA en Cleveland se volvió cuadrilátero. El sueño de Priebus se hizo añicos.

Para empezar, y empujado por los tres moderadores -que repetidamente lo pusieron contra las cuerdas con agresivas preguntas que fueron el tono general pero más duras cuando iban dirigidas a él-, Trump se negó a prometer que apoyará a quien acabe siendo nominado. Dejó de nuevo la puerta abierta a una candidatura como independiente, opción que aterroriza al partido por su potencial para desviar votos y acabar favoreciendo a los demócratas.

Contagiados

El efecto Trump, no obstante, fue más allá de esa traición recibida con abucheos por el público. Aspirantes  como Rand Paul se pusieron los guantes y se subieron al carro de la combatividad-espectáculo que puede debilitar a largo plazo pero genera la proyección imprescindible en las etapas tempranas de la carrera, especialmente cuando está tan poblada. Otros, como el senador y favorito del Tea Party Ted Cruz o el exgobernador de Arkansas Mike Huckabee, tampoco desaprovecharon la oportunidad para radicalizar aún más su mensaje.

Cruz prometió, por ejemplo, que si llega a la Casa Blanca su primera acción será «rescindir todas las acciones ejecutivas ilegales e inconstitucionales tomadas por Barack Obama», además de anular el acuerdo con Irán que todos los debatientes criticaron o trasladar la embajada en Israel a Jerusalén. Huckabee, mientras, abogó por «cambiar la política para que sea provida y proteja niños en vez de descuartizarlos y venderlos como si fueran partes de un coche».

Vuelcos hacia los extremos como esos son normales en el proceso de primarias, en el que se apela a las bases, pero a veces el giro es tal que cuesta hacerlo olvidar si se llega a candidato presidencial y se buscan votos entre los independientes y moderados. Es una apuesta arriesgada que, en el ambiente exagerado al que insufla aire Trump, tomó, por ejemplo, Marco Rubio. El senador por Florida endureció como nunca su postura respecto al aborto, descartando excepciones por violación o incesto y aseguró que «generaciones futuras nos llamarán bárbaros por asesinar a millones de niños».

Atentos a Rubio

Una frase como esa debe estar haciendo frotar las manos al equipo de campaña de Hillary Clinton, favorita a ser la candidata demócrata, pero es el único alivio que les dio Rubio, uno de los aspirantes republicanos que más miedo les da como potencial rival en noviembre del 2016. Es joven, conecta con la gente en vivo, puede apelar a parte del voto hispano y aunque va algo rezagado en las encuestas es también quien mejor parado sale en términos de valoración. Con su actuación el jueves -seria, bien articulada y sin estridencias-, consolidó, y mucho, sus credenciales de presidenciable.

Ese es el objetivo parcial de los debates: convencer al aparato del partido, a los donantes y a los votantes, de que se puede ganar la Casa Blanca. Muchos dan por seguro que Trump fracasó en ese intento, aunque tras su meteórico y sorprendente ascenso hasta ahora nadie se atreve a asegurar que su carrera ha acabado.

Tampoco aprovecharon especialmente la oportunidad los otros dos favoritos: el exgobernador de Florida Jeb Bush -titubeante al principio y meramente correcto en conjunto- y el gobernador de Wisconsin, Scott Walker, cuyo máximo logro fue conseguir que la apreciación mayoritaria fuera que no cometió errores.Y poco lograron también el gobernador de Nueva Jersey Chris Christie y el neurocirujano Ben Carson, único candidato negro.

Otros, en cambio, sí supieron sacar partido a la presencia en el esperado debate. Junto a Rubio, nadie lo hizo más que John Kasich, el gobernador de Ohio, penúltimo en entrar en la carrera. Es cierto que jugaba en casa -la mayoría del público en Cleveland era local-  y posiblemente solo así podía conseguir aplausos un candidato republicano que ha seguido la reforma sanitaria de Obama y ha ampliado la sanidad pública para los pobres o que se mostró dispuesto a seguir la ley (de los tribunales y de la moral) y aceptar las bodas gay y la homosexualidad. Su discurso de conservadurismo compasivo le volvió una de las estrellas de la noche. El objetivo de entrar en la discusión de los medios de comunicación y las redes sociales y aumentar así la proyección estaba cumplido.

Algo parecido le pasó a Carly Fiorina. Relegada al debate de perdedores, la ejecutiva que dirigió Hewlett Packard, única mujer entre los 17 aspirantes, fue declarada clara triunfadora, no solo por los analistas, sino por los ciudadanos, que hicieron su nombre el más buscado en Google. Ayer todo el mundo hablaba de ella y eso es también ganar.

Está por ver si la máxima se aplica también a Trump o al Partido Republicano en su conjunto. Tras el debate, Priebus se felicitaba pese a los sueños rotos. «Todo el país nos está mirando». dijo. Cierto. Que al país le guste lo que vio es otro cantar.