Cuando el colegio es un problema

Yasmin Al Robi, una niña refugiada siria de 11 años, frente al centro comunitario El Olivo en Estambul.

Yasmin Al Robi, una niña refugiada siria de 11 años, frente al centro comunitario El Olivo en Estambul. / periodico

Javier Triana

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“No lo sé. Igual me gusta vivir en Alemania”. Yasmín Al Robi tiene a su hermano mayor allí, no recuerda en qué ciudad, pero el chaval todavía no ha cumplido 18 años y su familia (madre, padre, tres niñas y un niño) tendrán que esperar hasta su cumpleaños, dentro de un par de meses, para poder solicitar la reunificación familiar y tratar de juntarse con él en el corazón de Europa. Mientras tanto, Yasmín -que tiene 11 años y procede de la ciudad siria de Daraa- hace su vida en Estambul. “A mí lo que me gustaría es vivir en Siria, pero no puede ser, porque hay guerra”, lamenta. Ha sido así durante más de la mitad de su vida y la situación no tiene visos de mejorar a corto plazo. “Aquí no estoy mal, pero me gusta más Siria”, afirma en árabe, a través de una traductora.

Su familia lleva año y medio en Turquía y ella ha retomado las clases en Estambul. La educación en Turquía es gratuita para los refugiados sirios, que gozan de una protección temporal en el país eurasiático. Aunque uno de los problemas en el colegio es el idioma: ni siquiera escriben con los mismos caracteres. Por eso, en la oenegé Small Projects Istanbul, en el barrio estambulí de Çapa, les ofrecen clases gratuitas de turco y un club de apoyo para ayudarles con los deberes. También, para los más mayores, dan clases de inglés y alemán. Y las madres que quieran pueden unirse a un taller de costura en el que confeccionan ropa y adornos que después venderán para lograr unos pequeños ingresos. La madre de Yasmín es una de ellas.

"NO TENGO AMIGOS TURCOS"

El otro gran problema del colegio es el racismo: los profesores no se preocupan lo más mínimo por integrar a los alumnos y los compañeros turcos no quieren jugar con los sirios. “En la escuela no tengo amigos turcos”, cuenta la niña, “pero aquí en el barrio, sí. A veces jugamos al escondite o con juguetes...”, relata.

Yusuf, de 10 años y natural de Alepo, le seduce más el fútbol y le falta tiempo para citar a Messi. A su hermana Dau, de 7, le apetecería más ir a nadar. Al fin y al cabo, patear un balón o un bañito en la playa son más entretenidos que el panorama que tienen en casa: su padre no puede trabajar porque la guerra le dejó inútiles los brazos y sus hermanos mayores, ambos menores de edad, están empleados en un taller textil clandestino para ganar lo justo para alimentar a la familia. El caso es muy común entre los 3 millones de refugiados en Turquía. De ellos, 1,2 millones son niños y un 40% de éstos no están escolarizados. Es más fácil lograrlo en los campamentos del sur del país, donde oenegés como Save the Children construyen escuelas y facilitan el acceso a éstas a familias sin recursos, pero en las ciudades, donde se buscan la vida la mayoría, no siempre se puede.

Yasmín se impacienta porque sus amigos se van ya para el colegio y no la esperan. Lana Al Tawil y Khalid Al Khateeb -ambos de 10 años, procedentes de Damasco y con la mochila a la espalda- le apremian para que deje de hablar y se una a la expedición escolar. Y, al poco, Yasmín sale corriendo y les alcanza.