«Creí que no lo iba a ver»

Los cubanos reciben el anuncio con una mezcla de alegría generalizada e incredulidad

HUGO LUIS SÁNCHEZ

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Un grito de alegría, medio callado en algunos lugares, estruendoso en otros, se escuchó en La Habana y con seguridad en toda la isla, al conocerse al filo del mediodía el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos Cuba y, lo que debe venir, el fin del bloqueo.

Desde primera hora de la mañana se empezó a filtrar la noticia y no se conversaba de otra cosa en las calles. Los teléfonos no paraban de sonar, la gente se hablaba de un auto a otro, en los ómnibus alguien gritaba «Caballeros ya saben…».

Ante un televisor en el centro comercial Carlos III y según se escuchaba al presidente cubano, Raúl Castro, dar la noticia, un hombre se llevaba las manos a la cabeza, varias mujeres aplaudían… ¡Por fin! Estamos de fiesta nacional, es 17 de diciembre del 2014, un día para recordar.

En uniforme militar

Raúl Castro comunicó la noticia en la televisión nacional. Estaba serio, leyendo un texto, mirando hacia un lado y a otro, en su despacho y vestido con su uniforme de general de cuatro estrellas y no como se comentaba que iba a aparecer de civil, con traje o guayabera blanca. Sus palabras fueron de unos 10 minutos para empezar a pasar la página de más de medio siglo.

Tras la ruptura de relaciones diplomáticas en 1961, ha sido el embargo comercial, económico y financiero de Estados Unidos a Cuba, que en la isla se denomina bloqueo, lo que más ha tensado las relaciones entre los dos países. La tónica de golpes y contragolpes es lo que hasta ayer mismo ha marcado el estilo el estilo de las relaciones hostiles de ambas naciones.

Por eso, la primera reacción al escuchar a Raúl Castro fue de unos mirándonos a los otros, preuntándose: «¿Será cierto? ¿Es verdad? ¡Pellízcame que estoy soñando!» Lo más simple y común era ponerse a llorar y así se repetía esta escena por todas partes.

Abrazos en el Meliá Habana

Cubanos y extranjeros, en una reunión del El Fondo de Población de las Naciones Unidas, en el salón Tenerife el Hotel Meliá Habana, daban gritos de alegría, se abrazaban: la emoción fue general y compartida. No era para menos.

«Creí que nunca lo iba a ver, que me iba a morir con el bloqueo, pero no va a ser así, ya tenemos relaciones con los americanos y lo que viene es levantar el bloqueo. Tremendo regalo de Navidad, estoy feliz, muy feliz. Hemos sufrido mucho. No tenemos por qué ser enemigos», decía una señora con bastón y canas, asistente al encuentro.

Alexander, mecánico, de unos 40 años afirmaba: «Cuando empiecen a llegar los americanos, el país se colapsará porque no hay ni puertos, ni aeropuertos, ni carreteras, ni hoteles, ni comunicaciones que aguanten toda esa gente. Pero no importa, bienvenidos sean. Como yo me lo veía venir ya estoy estudiando inglés: Yankees welcome.

«Me llaman El Maikel y pienso que Fidel Castro se debe estar en estos momento buscando una cuchillita de afeitar para quitarse la barba que trajo desde la Sierra Maestra porque le dijo a una periodista americana (Barbara Walters) que si levantaban el bloqueo se la quitaba. Vamos a ver si cumple, por lo menos esta vez», afirmaba otro joven cubano frente a una tienda de comestibles.

«Tengo la misma edad que Fidel, 88 años, soy viejo de verdad y creí que nunca lo iba a ver, que me iba a morir, pero al bloqueo le quedan días. Esto es un tremendo regalo de Navidad. Hemos sufrido mucho». Así se manifestaba Pablo Gómez, con un pan debajo del brazo, caminando por la Calzada del 10 de Octubre, en la parte de la barriada del Cerro.

«Ya me olía algo. El americano (Alan Gross) para allá y Gerardo, Ramón y Antonio (tres cubanos detenidos en Florida, condenados por espionaje) para acá, y los periódicos de Estados Unidos elogiando a los de aquí y los de aquí no hablando tantas pestes de los de allá. Ese huevo quería sal y no fue sal, fue azúcar», comentaba Herminia González, ama de casa y bien informada porque, según aseguró: «No me pierdo ni un noticiero y veo Telesur (cadena de Venezuela) cuando no pasan las telenovelas».

Arturo, de unos 30 años, decía: «Ahora esto se va a llenar de McDonalds, gente mascando chicle y diciendo No entender y seguro que los americanos quitan la Ley de Ajuste y se van a acaban todos lo bueno que nos daban a los cubanos cuando llegábamos a Miami huyendo. Nos jodimos.»

La suya era una de las pocas voces discordantes en medio de escenas de alegría general. Cuba está entrando en una nueva época, no peor.