LA SITUACIÓN EN FILIPINAS

Cien bebés cada día

El hospital José Fabella en Manila es la maternidad donde más niños nacen del mundo

Cuatro madres comparten dos camas en la maternidad Fabella.

Cuatro madres comparten dos camas en la maternidad Fabella. / NACHO HERNÁNDEZ

JAVIER TRIANA / MANILA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Si la locura fuera un lugar, es probable que se tratara del  Hospital Memorial José Fabella. Ubicado en Manila, es considerada la maternidad más atareada del mundo, con una media de un centenar de alumbramientos al día. Llantos de bebés se trenzan con la estridente megafonía, con docenas de enfermeras que no paran de circular y con un calor asfixiante apenas atenuado por unos ventiladores donados por una escuela china.

Las incubadoras son cajas de madera forradas de sábanas con habitantes diminutos sobre ellas. Las jeringuillas que le inyectan a alguno casi lo superan en longitud. Carteles sobre el cuidado del neonato decoran la sala, que puede acoger hasta a 127 madres. «El número de madres y de nacimientos al día es más o menos el mismo», explica la joven enfermera April Joyce Bukice. «Normalmente, hay dos camas individuales juntas que comparten cuatro madres y sus bebés. Pero, si es necesario, se puede juntar a cinco madres con cinco bebés».

A finales de julio, el José Fabella vio nacer al bebé número cien millones del país: una niña llamada Chonalyn. Como ella, una quinta parte de los nuevos habitantes del área metropolitana de Manila, que supera los 15 millones, nacen aquí de madres sin recursos. De estos, dos millones habitan en chabolas.

Fideos y chocolatinas

La alimentación de las parturientas corre en buena medida a cargo de los familiares, que esperan con una bolsa de provisiones a la puerta de la sala hasta que un enfermero escupe sus nombres por los altavoces. Entonces, una enfermera recoge la comida y la lleva a la cama de la madre. Fideos instantáneos y chocolatinas componen una dieta bastante habitual. De cuando en cuando, una madre desenfunda el pecho y amamanta a su retoño con alimento más saludable. Los excedentes de leche materna sirven para financiar el hospital y como pago por la asistencia gratuita.

Teniendo en cuenta el berenjenal imperante, la planta está impoluta. Lo que falta es intimidad, algo que las madres no parecen llevar mal del todo. «Hablamos entre nosotras del parto, de si les dolió, de cómo se sintieron...», cuenta sentada en la cama Vanessa Gapasi, quien a sus 23 años acaba de dar a luz a su tercer hijo. «No planeo tener más hijos», prosigue. «Es muy duro». En el José Fabella, la epidural suena a título de película de Spielberg. No obstante, Gapasi puede optar ahora a la ligadura de trompas que ofrece el Gobierno de forma gratuita a partir del tercer nacimiento. Son muchas las que eligen este método anticonceptivo, algunas de las cuales sin consultarlo con sus parejas.

Junaline Nepomuceno, sin embargo, lo meditó junto a su marido. Había oído algo sobre planificación familiar en un centro de salud de la modesta barriada de Tondo, en la que reside y de donde proceden muchas de las parturientas que acuden al José Fabella. Así que, tras su quinto churumbel, a los 28 años, Nepomuceno optó por cerrar el grifo. «Hay veces en las que no hay trabajo y, si tienes muchos hijos, no puedes darles de comer», razona. Su marido y ella regentan un puesto de frutas y verduras en un mercado cercano. El beneficio diario ronda los 300 pesos filipinos (unos cinco euros) para una familia de siete miembros.

Pero logran que todos sus hijos estudien y la mayor, Erazel, aspira a médico. «Creo que la superpoblación es algo negativo. Las madres que vienen aquí, por lo general, no tienen trabajo, ni capacidad económica para sustentar a sus hijos, ni para costear su educación». Para la enfermera Bukice, la pobreza y la ausencia de una educación son las consecuencias más sangrantes de este fenómeno.

Es el caso de Marites Fugan-Pescoso, madre de 9 hijos. «Yo quería solo cuatro hijos, pero... no puedo controlar a mi marido», cuenta, entre risas. Su esposo y sus dos hijos mayores trabajan como bici-taxistas, un empleo que les genera lo justo para mantenerse. Su hija mayor, de 19 años, acaba de casarse, y Fugan-Pescoso no tiene prisa por ser abuela. «Solo quiero un par de nietos, así les podrá dar un futuro mejor».