VISITA OFICIAL DE XI A EEUU

China, prisionera de Corea del Norte

Trump otorga a Pekín una influencia sobre su viejo aliado norcoreano que los expertos ponen en tela de juicio

El presidente de EEUU, Donald Trump, en la portada de una revista china en un quiosco de Pekín, el 4 de abril.

El presidente de EEUU, Donald Trump, en la portada de una revista china en un quiosco de Pekín, el 4 de abril. / periodico

ADRIÁN FONCILLAS / PEKÍN

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Es un acto reflejo: después de cada desmán norcoreano, el mundo exige explicaciones a China. El presidente estadounidense, Donald Trump, adelantó este fin de semana que solventará por su cuenta el problema norcoreano ante la desidia china. Su embajadora en la ONU, Nikki Haley, había señalado a Pekín la víspera como la única que podía parar a Pionyang y añadió que no aceptarán más excusas. Esta será, sin duda, una de las cuestiones que discutirán Trump y su homólogo chino, Xi Jinping, en la visita oficial de este último a EEUU los próximos 6 y 7 de abril.

China ha intentado durante años arrastrar a Pionyang a la mesa de las negociaciones internacionales, insistido para que detenga sus lanzamientos de misiles, suscrito las últimas condenas en el Consejo de Seguridad de la ONU y apoyado las sanciones. China es, de hecho, la mayor víctima de Pionyang. Seúl acabó aceptando este año las súplicas estadounidenses para desplegar un escudo antimisiles en su suelo después de que Pionyang encadenara lanzamientos casi diarios. Ese escudo en el patio trasero pequinés es una tragedia para la estrategia de defensa china. Su finalidad declarada es Corea del Norte, pero a nadie escapa que también controlará lo que ocurre en el gigante asiático. Muchos expertos alertan de que el escudo es inútil contra los misiles intercontinentales norcoreanos.

Pero ni las múltiples evidencias ni los esfuerzos de los expertos han vencido esa ignorante inercia en la opinión pública y líderes como Trump. Hay pocos asuntos que descompongan más a China que la asunción occidental grabada en piedra de que dicta la política de Pionyang. Pekín está comprensiblemente nerviosa por la competición de machotes que amenaza con incendiarle su patio trasero. No ayuda que Washington aluda a una posible solución bélica ni que persevere en maniobras militares que Pionyang juzga como ensayos de invasión.

REPRIMENDA A TILLERSON

Rex Tillerson, secretario de Estado, hubo de escuchar en público la reprimenda de Wang Yi, ministro de Exteriores, en su reciente visita a Pekín. China, dijo Yi, había destinado esfuerzos ingentes durante años a resolver el asunto y todos, “incluidos los amigos estadounidenses”, habían podido verlos. También exigió menos bravatas y más sensatez mientras Tillerson se empequeñecía progresivamente.

La lectura de la prensa oficial china sugiere un cabreo enorme hacia Pionyang. Muchos se preguntan si merece la pena mantener una relación vista más como una carga que como un activo. El presidente Xi se ha reunido con decenas de sus homólogos en un lustro pero aún no ha concedido audiencia al dictador norcoreano, Kim Jong-un. La diplomacia confiere un significado muy rotundo a ese desplante. Su padre, Kim Jong-il, estuvo siete veces en Pekín a pesar de su reconocida aversión a viajar. Las filtraciones de Wikileaks ya certificaron la desconfianza mutua.

FRACASO DIPLOMÁTICO

Corea del Norte es el mayor y más paradójico fracaso de la diplomacia china. Ningún país la ignora tan olímpicamente y ninguno depende tanto de Pekín. La influencia china sobre Pionyang está “sobrevalorada”, confirma Tong Zhao, experto del Centro Carnegie-Tsinghua. “China no puede declararle la guerra cortándole completamente el sustento económico y quiere evitar ser vista como su enemiga porque también es vulnerable a sus armas nucleares. China, hasta cierto punto, es un rehén de Corea del Norte y no puede ejercer la opción de enfurecerla del todo”, continúa.

El peliculero asesinato del hermanastro del líder norcoreano en un aeropuerto malasio ha enturbiado aún más el clima. Kim Jong-nam era un reformista al gusto de Pekín, hastiado de tanta tropelía, que le protegía en Macao. Las febriles purgas de Kim Jong-un ya habían apuntado indirectamente a China. Su tío, antiguo mentor y número dos del régimen, Jang Song-thaek, fue ejecutado en el 2013. Jang aceitaba las relaciones bilaterales y defendía una progresiva apertura a la manera de Deng Xiaoping.

Pekín respondió al asesinato prohibiendo las importaciones de carbón durante todo el año. Suponen el tercio de todo el comercio internacional de Pionyang y se entiende como el sopapo chino más rotundo hasta el momento. La prensa oficial norcoreana criticó a China sin nombrarla como ese país que “se define como un vecino amistoso” pero que “baila al son de Estados Unidos”. No se recordaban reproches ni audacia parecidos hacia Pekín.

SUFRIMIENTO NORCOREANO

Hay razones empáticas y geoestratégicas para que China rechace el colapso. Los chinos se reconocen en el sufrimiento norcoreano. Esa delirante ideología y represión diaria emparenta con la Revolución Cultural, un trauma grapado a la psique nacional. Eso explica el envío de ayuda humanitaria como alimentos y energía. La caída incontrolada del régimen supondría centenares de miles de norcoreanos colándose por las porosas fronteras. Ese horizonte aterra a China y a cualquier otro país, basta mirar a Europa o EEUU. Y tampoco le atrae la idea de una Corea reunificada con la capital en Seúl, fiel aliado de Washington. Corea del Norte supone la última frontera a la atosigante presencia estadounidense en el Pacífico. También los cálculos geopolíticos explican que EEUU haya albergado durante décadas el poco disimulado anhelo de un colapso inmediato de Corea del Norte.

“Pekín no puede dictar las políticas norcoreanas. Si tuviera tanta influencia, Corea del Norte ya habría renunciado a sus armas nucleares mucho tiempo atrás”, señala Bonnie Glaser, experta en Asia del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales. Nunca antes habían estado tan distanciados dos aliados que Mao había calificado de “tan cercanos como los labios y los dientes”.