El César en Pionyang

Culto a la personalidad sin límites para el líder norcoreano en el Día del Sol

Fuerzas especiales norcoreanas desfilan durante el Día del Sol en Pionyang.

Fuerzas especiales norcoreanas desfilan durante el Día del Sol en Pionyang. / periodico

ADRIAN FONCILLAS / PIONYANG (Enviado especial)

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Hay más desfiles militares y desaforados cultos a la personalidad pero ningún país los sublima como Corea del Norteversión postmoderna asiática de la Roma clásicaKim Jong-un recibe sin mesura la pleitesía de tropas y pueblo, satisfechos con la simple visión lejana de su César y en trance si les dedica con un leve saludo. El desfile fue una clase intensiva de escenografía totalitarista que cualquier aspirante a dictador debería repasar.

Unas 100.000 personas participaron en el acto, según la organización. Nunca tanta gente consiguió un silencio tan absoluto como en la Plaza de Kim Il Sung en los minutos previos a la ceremonia. La sobriedad y gigantismo soviéticos del lugar acompaña el recogimiento. Esa inmensidad de cemento remite forzosamente a la de Tiananmén. Incluso los retratos de Kim Il Sung y Kim Jong-il, anteriores representantes de la dinastía leninista, tienen el aroma del de Mao en la entrada de la Ciudad Prohibida. También la sede del Ministerio de Comercio Exterior sugiere al Gran Palacio del Pueblo chino. Los nuevos rascacielos que se vislumbran entre los edificios oficiales son tan kitsch como los de ciudades de provincias chinas.

Un eco lejano y masivo que se repetirá durante las dos próximas horas sugiere el inicio inminente: "Mansae, mansae, mansae" (larga vida). La orquesta rompe la quietud con sus machacones acordes y los militares se vuelcan hacia el palco esperando la aparición de su general. Las promesas en el discurso inaugural de vencer a Estados Unidos y demás potencias imperialistas reciben estruendosos aplausos.

EL PASO DE LA OCA

El paso de la oca de las tropas norcoreanas es ya una imagen de marca. La televisión descubre su sincronía perfecta pero se requiere la presencia cercana para comprender su dimensión. Las miles de intensas patadas al suelo provocan vibraciones y crean una nube de polvo en lo que parecía una plaza impoluta. El ejercicio es manejable para la vigorosa juventud y excesivo para algunos mandos que encabezan los escuadrones, sudorosos y extenuados. La grandeza del espectáculo lleva a preguntarse cuántas horas les habrá robado de entrenamiento estrictamente bélico. Soldados de tierra, mar y aire, tropas de camuflaje… Son tantos que al cabo de media hora ya se desea que entre la cacharrería.

Los desfiles norcoreanos son un festín para los amantes del armamento y para los norcoreólogos, ese gremio que consagra su vida a escudriñar un país hermético. Los números de serie de las ametralladoras o las matrículas de los camiones permiten comprobar si han regateado las sanciones internacionales. Es un orden calculadamente creciente en vehículos y armas. Es complicado no pensar en Nietzsche durante esa orgiástica sucesión de misiles cada vez más grandes.

“Esta es la verdadera fuerza de nuestro pueblo”, señala con orgullo Kim Ji Huang, guía turística. “Es la primera vez que estoy aquí, siempre lo había visto por la tele”, continúa. ¿Es suficiente para vencer a Estados Unidos? “No sé, deberías preguntárselo a ellos”, finaliza.

MISILES INTERCONTINENTALES

Los misiles intercontinentales que envolverán en mares de fuego a Washington, Seúl o Tokyo despiertan una admiración incontenible. Después llega la colorista representación civil. Son científicos, profesores, médicos, deportistas o actores, con el mismo rigor en la formación que los militares y la cabeza apuntando siempre al palco. Muchos llevan las medallas por contribuciones a la grandeza del país, ellos visten trajes sobrios y ellas los 'jergori' o tradicionales vestidos coreanos. Todos agitan con sus manos unos abalorios florales.

Es una presencia inquietante. Miradas perdidas, mandíbulas prietas, llantos nerviosos… Parecen en trance, embrujados, excitados. ¿Qué debe sentir el hombre del palco al comprobar ese paroxismo popular por él?

La ceremonia toca a su fin. Kim Jong-un, con traje negro sobre camisa blanca, recorre de extremo a extremo el palco para recibir las últimas ovaciones. Parece que saltan sus fusibles de la plaza cuando desaparece: la orquesta calla, los representantes de la sociedad civil se sientan y ahora parecen padres de familia cabales, el silencio regresa.

El Día del Sol honra la memoria al padre de la nación abuelo del actual dictador, presente en los pins que la mayoría de norcoreanos muestra con orgullo en la solapa. “Cuando murió entré en un estado de tristeza grandísimo, fue como si el cielo se rompiera”, comenta una mujer de mediana edad que dice haber participado muchas veces en el desfile. “Pero entonces prometí mi lealtad al generalísimo Kim Jong-il, y después al general Kim Jong-un. Todos son iguales de buenos”, señala antes de enfilar hacia la salida. Las enormes estatuas de los dos primeros han sido cubiertas para protegerlas del polvo a la espera del próximo Día del Sol.