NÓMADAS Y VIAJANTES

Cerca de Perón, lejos del Che

Chávez siempre tuvo el compás, la música y la letra que mueven montañas

RAMÓN LOBO

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Hugo Chávez fue un personaje extremo, nunca admitió neutralidades: se le amaba o se le odiaba. Unos veían en él a un libertador, un émulo de Simón Bolívar; otros, a un caudillo populista sin obra política: solo fachada como la inacabada Torre de David de Caracas retratada por Jon Lee Anderson en 'The New Yorker'. Es difícil escribir sobre Chávez y Venezuela sin caer en prejuicios y estereotipos. Los grises parecen vetados.

No era un 'Tirano Banderas': un dictador bananero que detiene, tortura y mata. Chávez fue un personaje histriónico, autoritario, imprevisible, excesivo, radical en muchos sentidos, que ganó cuatro elecciones presidenciales con suficiente claridad y limpieza para obtener el nihil obstat de la OEA .

¿Sobrevivirá el chavismo a Chávez? El escritor nicaragüense Sergio Ramírez está convencido; sostiene que sucederá como en Argentina con el peronismo tras la de-

saparición de Perón.

Chávez fue la consecuencia de 40 años de saqueo por las castas de los partidos dominantes, el democristiano COPEI y el socialdemócrata Acción Democrática. Carlos Andrés Pérez, dos veces presidente con el segundo, es la metáfora de la Venezuela rica, blanca, racista, que despreció a los más pobres para lucrarse en el maná petrolero. Pese a los desmanes, el país se convirtió en un Edén para inversores e inmigrantes.

La oposición, visceral

La oposición venezolana procede de aquellos lodos. Nunca supo pedir perdón, reinventarse, entender el cambio social que se estaba produciendo bajo el chavismo, proponer soluciones a los problemas económicos del país.

Su error, que persiste pese al acierto de su candidato Henrique Capriles en las elecciones de octubre, es el antichavismo visceral, el desprecio racista a un mestizo.

Detrás del caudillo, del agitador de 'Aló presidente', del hombre que cantaba y recitaba a García Lorca, el actor que se gustaba en el papel de imprescindible, había un tipo inteligente, instruido, tierno quizá, con un discurso edificado sobre la mitología revolucionaria cubana. Puede que Chávez estuviera equivocado, pero siempre tuvo el compás: la letra y la música que mueven montañas. Era el efecto de un hartazgo, no la solución.

El chavismo ha logrado arrancar de la pobreza a cientos de miles de olvidados, de nadies. Las misiones --los programas de alfabetización y escolarización financiados con los ingresos petroleros-- han enseñado a leer en 10 años al 92,5% de la población que carecía de instrucción, según la UNESCO. Los que aprendieron a leer, quieren estudiar; los que estudian, piensan, se incorporan a la vida pública, se informan y votan. Esa era su base. No va a desaparecer con el líder.

La muerte de Chávez perjudica a corto plazo a la oposición. De ahí sus nervios estos meses. Les interesaba una agonía larga, un desgaste, medidas impopulares como la devaluación en un 32% de la moneda --la quinta en una década--, el aumento de la inflación, la carestía de productos en los supermercados.

 La oposición no está preparada para combatir un chavismo sin Chávez, y menos para presentarse a unas elecciones en 30 días en las que el voto emocional sería clave. Sucedió en los comicios regionales con Chávez en La Habana.

Habrá chavismo; exagerará su unidad, denunciará conspiraciones, movilizará a la calle. Nicolás Maduro y el presidente del Parlamento, Diosdado Cabello, serán los encargados de sostener una bandera que genera votos, garantiza poder.

Venezuela vive una profunda crisis. El chavismo no ha obrado el milagro. No ha sido capaz de acabar con las causas de la desigualdad, la corrupción. Las misiones han sido maquillaje, mejoras que dependían del precio elevado del petróleo. No son sostenibles en un Estado empobrecido que descansa en la extraordinaria personalidad de un líder que todo lo impregna, sin una clase media equilibradora.

 Se cierra otro círculo: fracasan los hombres, quedan los mitos. Chávez no será Bolívar o el Che; ellos juegan en la división de los dioses. Quizá tenga razón Sergio Ramírez y acabe cerca de Perón. El tiempo dirá; es el que esculpe la memoria.