la caja negra de andreas lubitz

Un caso que no cabe en la cabeza

La tragedia de los Alpes experimentó el jueves un giro atroz. Al inconsolable dolor de tantas muertes se unió el hecho de que fueron provocadas por un joven que sufría un trastorno mental. El cuadro psicológico de Andreas Lubitz desconcierta a los psiquiatras, que no dudan en calificarlo de «inaudito». Con todas las reservas que merece el caso, estas son sus hipótesis.

Un helicóptero de rescate sobrevuela los restos del Airbus

Un helicóptero de rescate sobrevuela los restos del Airbus

NÚRIA MARRÓN / NÚRIA NAVARRO / ELOY CARRASCO

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Son preguntas para las que nunca habrá respuestas tajantes y cuyo eco retumbará para siempre de una manera amarga e inquietante. La mente de Andreas Lubitz es una caja negra de imposible apertura. Los cómos y los porqués que cualquier persona se plantea tras la incomprensible tragedia de los Alpes se trasladan aquí a quienes tal vez estén más cerca de conocer la condición de la mente humana. Varios psiquiatras, psicólogos y criminólogos desgranan sus hipótesis.

¿Hay un patrón claro  que explique un suicidio como el de Lubitz?

Leopoldo Ortega-Monasterio, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Forense, se muestra tajante solo en un aspecto del caso: los especialistas se enfrentan a un panorama insólito. «Se trata de una modalidad de suicidio inaudita que nos ha dejado perplejos a los psiquiatras y a los psicólogos clínicos», dice. La cuestión es que, por regla general, el denominado «suicidio ampliado» alcanza a familiares próximos, explica el psiquiatra, «allegados a los que desde una convicción delirante se les quiere evitar sufrimientos, pero en este caso han sido numerosas personas ajenas al suicida las víctimas de su conducta».

Ortega Monasterio explica que, con las primeras informaciones, las hipótesis apuntaban a que el copiloto hubiera sufrido algún tipo de síncope o pérdida de conciencia que le hubiera impedido controlar el avión. «Pero una vez conocidos el análisis de la caja negra –asegura– hay que aceptar que se trata de un acto suicida deliberado.

¿Puede un depresivo romper la baja y acabar estrellando un avión?

La Fiscalía de Düsseldorf informó el viernes que entre los papeles incautados en el domicilio de Lubitz se encontraron recetas y pruebas de un historial de depresión. El copiloto de Germanwings habría tirado el certificado de baja a la papelera. Y la psiquiatra Josefina Pérez Blanco, coordinadora de la Unidad de Agudos del Hospital de Sant Pau, explica que «si había una baja médica es porque había una clínica grave como para recomendar que se alejara del factor estresante, lo que no significa que el entorno notara su sufrimiento –muchas veces los síntomas son más cognitivos que de conducta–, o que no pudiera desempeñar su trabajo»

Pero, ¿por qué lo ocultó? «No necesariamente tenía que haber mala intención o la determinación de contravenir las órdenes –advierte la doctora–, puede que sencillamente no asumiera que estaba mal, que creyera que él podía con la situación y que para eso debía seguir con su vida normal sin calcular los riesgos». De ahí que la mañana del martes subiera al airbus 320 en la pista de El Prat sin despertar alarma.

Pero, ¿qué pasó 20 minutos después del despegue? Pérez Blanco opina que, en un patrón depresivo, «pudo haberse sentido muy  desesperado, experimentar un sentimiento de inutilidad, un ‘no voy a poder con esto’ y no querer repetir el episodio de depresión del 2009». 

Posiblemente la acción posterior, la del bloqueo de la puerta y el impulso de accionar el descenso, obedeció «a una ofuscación, por no verse capaz racionalmente de ver una salida y pensar que lo mejor era desaparecer». No extrañaría, entonces, su respiración tranquila, su relativa impavidez. El momento del alivio a su sufrimiento estaba a unos pocos miles de pies.

Lo «más inexplicable», según la psiquiatra, es la dimensión colectiva de la acción, porque el patrón habitual del suicidio habla de un acto individual («los llamados suicidios ampliados afectan a esferas de tipo familiar», según la doctora). «Cuesta entender que atentara contra su vida sabiendo que se llevaba a un montónde gente por delante, que priorizara el suicidio a la seguridad de los pasajeros». A su juicio, ni siquiera la ruptura con su novia pudo provocar semejante cortocircuito. «La ruptura es un acontecimiento vital negativo, pero pensar que eso medió en una situación de gravedad es muy poco probable –argumenta–. Seguramente le pasaron muchas otras cosas que solo la psiquiatría forense podrá determinar en las próximas semanas».

Otra variable «sorprendente», a su juicio, es la demora de ocho minutos entre su decisión de poner fin y el alivio a su dolor. No hay la clásica inmediatez de saltar por la ventana o lanzarse al tren. «Los suicidas que se han precipitado y han sobrevivido a la tentativa cuentan que hay unos segundos en los que se preguntan ‘¿qué he hecho?’ –explica la doctora Pérez Blanco–, quizá cuando Lubitz pudo pensar ya no hubo vuelta atrás».En todo caso, y pese al historial psiquiátrico del copiloto –confirmado el viernes por su exnovia–, la doctora subraya que el impulso suicida no es fácilmente detectable. «El 50% de los suicidas pasa por la consulta del psiquiatra unas semanas antes sin dar señales de alarma», dice. También ve improbable que al cuadro de depresión se superpusiera otra clínica. «Ofuscación», pues, sería su hipótesis del momento crítico.

¿Puede derivar una depresión en un asesinato múltiple?

Cómo una persona con un cuadro de depresión puede entonces acabar accionando los mandos de un avión durante ocho minutos hasta estrellarlo a 700 kilómetros por hora y con todo el pasaje a bordo? En este confuso boscaje, Vicente Garrido, profesor de Criminología de la Universidad de Valencia, se adentra intentando dar respuesta a una pregunta crucial. «Las personas que sufren una depresión profunda y, en un momento, deciden suicidarse, lo hacen solas. ¿Por qué entonces este individuo lo hizo llevándose por delante a 150 personas?», cuestiona el autor de libros como Perfiles criminales y El hombre de la máscara de espejos.

Según este especialista, los datos que han ido apareciendo apuntan a que podría tratarse de un asesinato múltiple de un solo acto, una secuencia en la que mueren al menos cuatros personas y que entronca con la genealogía del crimen en la que se incluyen matanzas como la del instituto de Columbine o la que perpetró el noruego Anders Breivik en la isla de Utoya. «Un alto porcentaje de asesinatos múltiples acaban con el suicidio de quien los comete –añade este experto–. Es cierto que ellos no quieren seguir viviendo y que la vida les resulta ya insoportable, pero también lo es que estas acciones están marcadas por un componente enorme de ira y venganza», explica el profesor.

Teniendo en cuenta que el viernes trascendió que Lubitz había ocultado su parte de baja a la aerolínea y que sufría una depresión grave, Garrido apunta a la posibilidad de que, de no tratarse el trastorno de forma adecuada, hubiera podido desarrollar algún tipo de confabulación delirante. «Quizá empezó a distorsionar la realidad, y se sentía de alguna manera perseguido por la sociedad y la vida se le hacía insoportable. Puede que se sintiera agraviado por la compañía, porque no le dispensaba el trato que él creía merecer: no le pagaba lo que él deseaba o le negaba la categoría. También podría tenerse en cuenta la ruptura con la novia. Sin embargo, muchas veces la queja no es concreta, sino que es abstracta, más bien difusa. A menudo late un grito de insatisfacción: ‘Como la sociedad no me trata como me merezco –vendrían a decirse a sí mismos–, me vengo’», describe. 

En este tipo de casos, la duda que aflora es si están motivados por un trastorno de distorsión de la realidad o –aunque parezca increíble– la persona que los lleva a cabo no adolece de ningún problema psiquiátrico. Los forenses, por ejemplo, determinaron que el asesino de Utoya no sufría ningún tipo de trastorno. 

En este tipo de crímenes múltiples, los homicidas tampoco suelen sufrir psicopatías, más cercanos estos últimos, según Garrido, al patrón de los asesinatos en serie. 

¿Pudo pasar todos los filtros sin que nadie detectara nada? 

Por las manos de Rafael Rodrigo, perito judicial psiquiátrico y psiquiatra de Diagnosis Médica, centro autorizado por la Agencia Estatal de Seguridad Aérea, pasan una media docena de pilotos cada semana. Y asegura que «los filtros son extremos». Pero antes de explicar en qué consisten, se apresura a subrayar que estamos hablando de pilotos de aeronave, sujetos equilibrados de manual, «gente de alto rendimiento», sometidos a control y a autocontrol. Lo de Lubitz es una rareza extrema, vaya.

Para empezar, ya en la escuela, pasan por un test de 260 preguntas muy puñeteras cuyos resultados se cruzan y desenmascaran contradicciones. Luego viene otro de 90 cuestiones, seguido de una batería de entrevistas enfocadas en los resultados del test que afinan si hay rasgos propios de trastorno mental o de personalidad que no encajen con la actividad aeronáutica. «Estas pruebas detectan casi al 100% a un enfermo mental». Luego, si en la revisión que los pilotos pasan cada seis meses se descubre alguna anomalía –irritabilidad, ansiedad, alteraciones socioperceptivas, ideaciones–, vuelven al taller. 

De acuerdo con los investigadores, Lubitz sí fue al médico, de civil, y ocultó el diagnóstico a su compañía y al entorno profesional. Entonces, ¿qué pudo pasar en los canales ordinarios? «Es demasiado pronto para determinar si Lubitz tenía un trastorno mental», insiste el doctor Rodrigo. A su juicio, «es capital saber su funcionamiento previo, por qué se produjo el parón del 2009, qué tipo de mensajes intercambió con la novia, cómo se relacionaba con su familia y amigos». 

Con los pocos elementos disponibles, no duda en descartar la hipótesis de la narcolepsia. «Para activar el descenso del aparato tuvo que hacer girar con fuerza una rueda, aposta», explica. Pero sí admite que los episodios depresivos y los brotes psicóticos son más esquivos al control rutinario. «En esos casos, puedes hacer hoy el test –con preguntas como si se sienten vigilados o decepcionados, por ejemplo– y salir todo bien, y en una semana cursar el episodio». Y lo «más incomprensible», reconoce, es que un depresivo planee un suicidio extenso. «Es muy extraño, pero es posible porque todos estamos en el bombo», concluye, apelando en ultima instancia al factor humano. 

¿La ruptura sentimental fue el detonante definitivo?

Francisco Collazos, director del programa de Psiquiatría Transcultural del Hospital de Vall d’Hebron, apunta la tesis de que el desengaño amoroso producido por la ruptura con su novia pudo tener un peso fundamental en el comportamiento de Lubitz. «Especialmente en personalidades de rasgos narcisistas resistentes a aceptar las derrotas que inevitablemente comporta la vida, puede haber también un deseo de dañar a quienes se considera que les tratan de forma injusta», afirma el experto, que también es profesor de Criminología en la Universitat Autònoma de Barcelona. «Es muy probable –añade Collazos– que estuviese dolido con el mundo porque le había abandonado su novia. Ante la incapacidad de soportar el duelo por la pérdida optó por morir matando, cargando todo su resentimiento contra la especie humana en esa bestial decisión de estrellar el avión». Collazos opina que detrás de un acto de tanta crueldad en ocasiones no hay otra cosa «sino resentimiento». «Se legitima el acto violento desde la percepción de estar viviendo una gran injusticia, de sentirse maltratado por un ambiente hostil»

«Es evidente que estrellar un avión no es normal, pero eso no significa que semejante acto solo lo pueda llevar a cabo un trastornado, entendiendo a éste como alguien que tiene afectadas sus funciones cognitivas y / o volitivas. Podría ser, por tanto, que el copiloto actuara empujado por una emoción negativa; que sintiera que el entorno no estaba siendo con él lo agradecido que él creía merecer y que, por eso, decidiera ser tremendamente agresivo como respuesta». 

Detrás de muchos actos violentos –sostiene Collazos– hay una mala gestión de las emociones que llevan a la persona a cargar contra ese entorno que se percibe como hostil e injusto. «Estamos hablando de personas incapaces de reconocer sus defectos como origen de sus frustraciones, y que pueden cargar de forma violenta hacia lo que o quienes le rodean. La desafección –enumera–, la decepción con el proyecto vital, la fragilidad de los vínculos afectivos, la inestabilidad emocional, la inmadurez, la dificultad para controlar los impulsos, la baja tolerancia a la frustración, la tendencia a depositar las culpas afuera, la excesiva dependencia del reconocimiento externo serían, por citar algunos, rasgos que aparecen con frecuencia detrás de ciertas conductas violentas».  ¿Puede ser Lubitz un psicópata y un kamikaze a la vez? 

A pesar de la «fatalidad deliberada de su comportamiento durante el fatídico vuelo», Leopoldo Ortega-Monasterio descarta que la de Andreas Lubitz sea «una personalidad psicopática». El psicópata, asegura el presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Forense, presenta «una amplia gama de conductas antinormativas y a lo largo de su biografía deja un rastro de perversidad». En el caso del copiloto del Airbus estrellado en los Alpes «se trata de una conducta relacionada con una sintomatología depresiva que se mantenía en un plano oculto o latente» hasta que se desencadenó la tragedia en el vuelo a Düsseldorf. ¿una acción de este tipo requiere premeditación? 

Ortega-Monasterio apunta en dos direcciones antagónicas. «Ante una decisión suicida –explica el presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Forense– cabe una premeditación elaborada con horas o días de antelación, o un raptus suicida en el que el impulso se presenta de forma intempestiva, como si sufriera un cortocircuito». Sin embargo, este extremo, admite el experto, es algo muy excepcional: «Habitualmente en el suicidio el sujeto decide con cierta antelación su paso al acto»

En este sentido, el profesor de Crimonología Vicente Garrido apunta a que si la hipótesis es la del asesinato múltiple, este tipo de acciones siempre son premeditadas. «En ocasiones, el lapso de tiempo es breve, pero la persona siempre es consciente de lo que hace y lo prepara con los medios que tiene a su alcance»

¿Pueden descartarse hipótesis sumamente complejas? 

Los psiquiatras y psicólogos forenses empiezan a diseccionar las mentes criminales siguiendo pautas lógicas: primero abordan las hipótesis más sencillas y, desde ahí, se adentran hasta razonamientos mucho más complejos. En este sentido, algunos profesionales han apuntado a que Lubitz podría haber sido objeto de una hipnosis programada por terceras personas que le llevó a accionar el dispositivo de descenso o que una conjunción lumínica le provocara el mismo efecto. 

Otra hipótesis, peregrina, es la del kamikaze por motivación ideológica. «Ese patrón sería incompatible con el de trastorno mental», afirma la psiquiatra Josefina Pérez Blanco, del Hospital de Sant Pau. 

En Alemania también se ha hablado del síndrome de Amok, una súbita explosión de rabia que hace que la persona afectada hiera o mate a cuantos se le crucen hasta su inmovilización o suicidio. Según los psiquiatras, este ataque suele ir precedido de un periodo de preocupación, pesadumbre y depresión moderada. Después del episodio, la persona queda exhausta, en ocasiones en un estado de amnesia.

En este complejo laberinto, sobre la psiquiatría forense recae la tarea de ordenar las piezas de este inaudito rompecabezas. Y la sociedad tiene la responsabilidad, afirma Francisco Collazos, «de no estigmatizar a quien sufre una depresiónPensemos –concluye– que la cuarta parte de la población occidental la padecerá en algún momento de su vida».