Camboya, abismo infantil

El francés Jacques Philippe Albertini, fotografiado con sus víctimas en Camboya.

El francés Jacques Philippe Albertini, fotografiado con sus víctimas en Camboya.

MONTSE MARTÍNEZ / Phnom Penh (enviada especial)

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Se empieza a poner el sol en Phnom Penh pero el termómetro no baja de 35 grados. El Riverside, el decadente centro de la capital de Camboya, a orillas del río Mekong, bulle. Él es occidental, salta a la vista, norteamericano para ser más exactos, y la mujer que le acompaña, camboyana, como la niña que va con ellos, que difícilmente superará los 5 años. Los testigos ven cómo pasean y ríen por el parque que bordea el río. La niña juega encantada, especialmente con él, entregado a la pequeña, a la que coge de la mano una vez toca el suelo después de tenerla en brazos. Pero lo que podría ser una idílica estampa de pareja mixta, esconde el drama. La mujer camboyana es una mera tapadera. Con quien pretende tener relaciones sexuales el ciudadano de EEUU es con la niña. Cuando cumplen 15 ya dejan de interesarle.

La escena -2 de mayo del 2013 en el Riverside de la capital de Camboya-, ha sido comentada a los testigos desde una distancia prudencial por el director de la oenegé Action Pour les Enfants (APLE) en Camboya, Khoe Vando, que ya conoce al protagonista. La oenegé de origen francés, con una década de vida en Phnom Penh, es una de las más activas en la lucha contra la lacra del tráfico infantil -laboral, sexual- en el maltrecho país del sudeste asiático. Y es que la escena del pederasta norteamericano, lejos de ser una excepción, es lamentablemente frecuente en las calles de las grandes ciudades de Camboya, país cómodo para los pederastas de los países desarrollados. La pobreza extrema, la corrupción y la debilidad de las estructuras judiciales hacen del país uno de los oasis del pederasta. Uno de tantos. Más miserable es el país, más facilidades para el abuso.

El estruendo de la música sale de la boca de los bares de la capital y los neones anuncian lo que para muchos se dibuja como el paraíso. Una copa, poco menos de un dólar al cambio. Pasar una noche con una mujer camboyana, joven pero mayor de edad, cuesta escasos 20 dólares (poco más de 15 euros). No se anuncia pero es un secreto a voces. Se ofrecen por decenas en los bares.

Pero hay hombres -el perfil es de un occidental de 60 años, con un nivel económico medio-alto- que no se conforman con la prostitución, sino que buscan sexo con menores. Un dato facilitado por la Organización Internacional de Migraciones y Turismo ayuda a entender la magnitud del fenómeno. Cada año se producen más de 600 millones de viajes turísticos internacionales, en el 20% de los cuales los viajeros buscan sexo. De este último grupo, un 3% confiesa tendencias pedófilas lo que supone que más de tres millones de personas se mueven anualmente buscando sexo con niños.

Continúa el duro recorrido por los puntos calientes de la Phonom Penh de la mano del director de la oenegé APLE. Mientras explica que los pederastas están extremando sus precauciones a la hora de contactar con los menores -como moverse acompañados con una adulta local que se haga pasar por su pareja-, la expedición topa con una nueva escena, cuanto menos, sospechosa. Una familia camboyana en la puerta de un hotel acompañada de un hombre maduro blanco. Una nueva modalidad de actuación, señala el especialista. El pederasta sale con toda la familia y comparten unas horas de ocio en las que, generalmente, acuden a algún restaurante o centro comercial. Ya en el hotel, el pederasta se aloja con el menor que le interesa y paga el hospedaje del resto de la familia, que se agrupa en otras habitaciones.

RED DE INFORMADORES / La oenegé APLE, que trabaja en coordinación con la policía, centra sus esfuerzos en detectar estos casos delictivos y recabar las máximas pruebas posibles. Una treintena de oteadores cuentan con una amplia red de informadores que van desde conductores detuk-tuk hasta recepcionistas de hotel. Turistas y expatriados están en el punto de mira aunque son los propios camboyanos los que más abusan de sus niños.

Los archivos de la oenegé APLE son estremecedores. De ellos han salido las fotografías que ilustran la página. Dos casos de entre más de dos centenares. Detenidos, juzgados y condenados, lo que no ocurre con frecuencia. Michael Julian Leach es un británico de 52 años que pagó 1.5000 dólares por dos niñas con las que pasó una semana en una casa. Había sido interrogado en numerosas ocasiones y puesto en libertad por falta de pruebas. Pero el día de su detención, todo estaba atado. Hasta se encontró la ropa interior de las niñas que él había comprado. Doce años de cárcel.

UN ESPAÑOL /Jacques Philippe Albertini es francés y está casado. Abusó, primero, de su hijo adoptivo y, posteriormente, de cuatro menores más que reconocieron haber mantenido sexo con él a cambio de dinero y comida. Está pendiente de juicio.

Unos archivos que también contienen el caso de un español que huyó al saberse vigilado. La Interpol lo detuvo en España pero la Audiencia Nacional archivó el caso por falta de pruebas.