Un burka por amor a la africana

Más de un año después de su rescate de Boko Haram, Zara John sigue enamorada de su secuestrador

boko haram una madre y un niño en el campo de refugiados en Maiduguri  Nigeria

boko haram una madre y un niño en el campo de refugiados en Maiduguri Nigeria / periodico

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Casi un año después de haber sido rescatada por el ejército nigeriano de la cautividad a la que fue sometida por el grupo terrorista islámico Boko Haram, Zara John, una joven de 16 años, sigue enamorada de uno de los militantes islámicos que la secuestró.

La historia de la joven nigeriana empezó poco después de ser rescatada cuando en el campo de refugiados al que fue llevado descubrió que estaba embarazada a raíz de un test de sangre y orina rutinario. "Quise dar a luz a mi hijo para poder tener a alguien que reemplazara a su padre después de saber que no le volvería a ver jamás" aseguró zara, cuya historia empezó como la de otras cientos de niñas secuestradas por los militantes de Boko Haram a lo largo de los siete los que lleva activa la insurgencia en el norte de Nigeria. 

SIN VOZ NI VOTO

El problema vino cuando toda decisión sobre su bebé le fue arrebatada tras la muerte de su padre en unas inundaciones en 2010 que provocaron que sus tíos intervinieran. Algunos familiares de la joven no querían descendencia de un militante de la banda terrorista en la familia e instaron a la joven embarazada a que abortara, y otros la apoyaron y defendieron que el bebé no debía ser culpado por los crímenes de su padre. 

Finalmente, la mayoría terminó apoyando su embarazo y Zara tuvo a su hijo al que decidió llamar Usman. El bebé, que ahora tiene ya siete meses fue acogido por la familia, y sus tíos ahora colaboran en la nutrición y educación del pequeño. 

Zara tenía tan solo 14 años cuando los militantes de Boko Haram, en su lucha por establecer el estado islámico en el país, arrasaron Izge, el pueblo del norte de Nigeria en el que la joven residía en febrero de 2014. Los terroristas arrasaron sus casas, mataron a los hombres y cargaron a las mujeres y niños en camiones. Dos de los hermanos de  Zara se encontraban fuera del pueblo cuando tuvo lugar este primer ataque de una larga lista de ataques a pueblos, bombas suicidas y tiroteos que vivió la joven. Por desgracia, la madre de Zara cayó del camión en plena marcha a causa de la sobrecarga de los camiones y no fue capaz de alcanzar al vehículo que alejó a su única hija y a su hijo de cuatro años a más de 22 kilómetros en dirección Bita.

ESCLAVIZADA POR LOS MILITANTES

En ese momento Bita y el resto de ciudades de la zona estaban bajo mando de la banda terrorista y nada más llegar a su destino, los niños y mujeres del camión fueron considerados "esclavos" de la banda. La joven pasó sus primeros días aprendiendo a fondo su nueva religión y realizando tareas domésticas hasta que dos meses después de llegar a Bita fue entregada en matrimonio a Ali, un comandante de Boko haram, con quien se mudó y le dio, según cuenta la joven "libertad para dormir y levantarse cuando quería". 

El comandante le compraba ropa y le daba "todo aquello que una mujer puede necesitar para satisfacer a un hombre" además de un móvil con el número de teléfono de Ali y un tatuaje en su estómago con su nombre para marcarla de por vida como mujer de militante de Boko Haram. El comandante le aseguraba a Zara a menudo que la guerra terminaría pronto y que ambos volverían a Baga, la localidad natal de este, a recuperar su negocio de pesca que abandonó para unirse a la banda terrorista después de que el ejército nigeriano matara a su padre y su hermano. 

EL RESCATE

Un día cuando Ali no estaba en casa, el ejército nigeriano rescató a Zara y las otras chicas para llevarlas a un campo de concentración en el que la joven trató de mantener el contacto con su marido por teléfono hasta que el ejército se dio cuenta, le requisó el teléfono y le quitó toda esperanza de volver a ver a su amado. 

Zara ha aceptado que las posibilidades de reunirse con su esposo son remotas y ha decidido volver a estudiar cuando Usman deje de tomar el pecho, para poder, quizás, emprender un negocio propio.