Difícil transición en el país norteafricano
Bengasi, ciudad sin ley
La cuna de la revolución libia contra el dictador Gadafi se ha convertido en una urbe fantasma donde reinan la criminalidad y el caos Islamistas y moderados luchan entre sí en la periferia
«Se ha suspendido la boda para el próximo año. Ayer mataron al hermano de mi prometida». Una voz quebrada se oye al otro lado del hilo telefónico. Mohamed Grandi acababa de regresar de Turquía, donde organizó su luna de miel y compró el traje de boda. Lo tenía todo listo para el que sería su gran día, el 20 de agosto. Pero, de nuevo, regresaron los fantasmas de Bengasi y abortaron la ilusión de años. Grupos de desconocidos secuestraron al hermano de su futura esposa y pocas horas después apareció degollado. Buscar respuestas a preguntas del tipo «¿Quién ha sido? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué él?» no parece factible. Desde la caída del caudillo libio, Muamar Gadafi, se han disparado la delincuencia común y los actos criminales. Se producen asesinatos arbitrarios contra cargos militares o figuras políticas, y secuestros recurrentes de hombres de negocios. Siempre se apunta a la pista yihadista como la causante de tanta destrucción y sangre, pero «puede ser cualquiera», asegura Mohamed.
Cierto es que los integrantes de la organización extremista islámica Ansar el Sharía -cuya presencia se limita hasta ahora a Bengasi- practican desde hace tiempo los raptos porque les generan mucha fortuna. «Exigen a cambio de la liberación de sus rehenes desde 200.000 euros hasta un millón», explica, aterrado, Mohamed. Es oficial del Gobierno y teme ser objeto del enemigo, por lo que no se separa ni a sol ni sombra de su arma.
Solo el hecho de mantener una conversación con la prensa extranjera le hace tener malos presagios. «Estando con ustedes, mi vida corre peligro. Mi hermano también ha sido amenazado y si conocen mi profesión [espía del Gobierno] me matarán. No puedo permanecer más tiempo con ustedes. Tengo que irme», comenta ya levantándose de la silla del café donde tiene lugar la entrevista. En ningún momento relajó su mirada de alerta, como si sintiera el acecho de algún tokia, la figura del informador de Ansar el Sharía.
Nada más penetrar en Bengasi, en el aire se palpa la tensión y el miedo. Parece una ciudad fantasma. Los plásticos y las bolsas de basura movidos por el viento enfrían algo el asfixiante sol. Las calles, polvorientas y sucias. Cientos de vehículos siguen desvencijados, carbonizados, en los acerados de carreteras transitadas por kamikazes. Los accidentes de tráfico se han vuelto otra amenaza, con más de 10.000 víctimas mortales al año.
No hay color, solo la desolación de ver una ciudad en decadencia, envuelta en disparos. Tampoco hay tregua desde el estallido de la guerra civil: «Lo más indignante es ver cómo los jóvenes hicieron la revolución para que luego los mayores sean quienes ocupen puestos de relevancia», dice Ramadán Ra, procedente de una familia muy cultivada que vivió los estragos de una dictadura feroz. Sus dos hermanos lucharon para derrocar al dictador. Los tres acabaron en el paraíso, «pero no todos ocuparán el mismo espacio en aquel mundo de bienestar», piensa el joven.
Sus hermanos no eran rebeldes, se convirtieron en revolucionarios, haciendo, en opinión del joven, un ejercicio de generosidad para conseguir la libertad de las futuras generaciones, en un país donde lleva corriendo la sangre ya más de tres años. «Nadie, salvo Dios, conoce las dificultades de iniciar una verdadera reconciliación entre unos y otros, entre los que apoyaron a Gadafi y los que le combatieron», añade Ramadán.
Operación Dignidad
Desde su casa se oyen con intensidad los combates que se siguen librando en la periferia de Bengasi, entre los islamistas y los leales al general Khafter, que emprendió la denominada operación Dignidad para erradicar el extremismo en Cirenaica. «Casi toda la Cirenaica está del lado de Khafter. No queremos terrorismo en nuestra tierra, queremos paz», continúa Ramadán. La paz psicológica es la que falta en esta celda del terror. «Queremos irnos; yo, por ejemplo, estoy pensando en instalarme con mi hermano en Canadá». De los seis millones de libios, uno ha encontrado refugio en el extranjero. Y tras el asesinato de la abogada Salwa Bugaighis, símbolo de la revolución del 17 de febrero, a quien dispararon tras votar el 25 de junio, para muchos apenas quedan resquicios de esperanza.
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