DISTURBIOS EN EEUU

Arde la brecha racial

Policías antidisturbios en formación durante las protestas en Ferguson.

Policías antidisturbios en formación durante las protestas en Ferguson.

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON

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En el frontispicio del Tribunal Supremo de EEUU está grabada la frase que fundamenta el sistema legal estadounidense: «Igual justicia bajo la ley». Pero esa imparcialidad que se presupone a los tribunales ha vuelto a quedar en entredicho, después de que un gran jurado popular desestimara en Ferguson (Misuri) la imputación del policía blanco que mató a balazos a Michael Brown, un joven negro desarmado, el 9 de agosto. No habrá juicio. El policía queda en libertad y sin cargos. Algo parecido a lo que sucedió inicialmente con los agentes que se ensañaron a palos con Rodney King en Los Ángeles en 1991. O con el vigilante vecinal que tiroteó al adolescente Trayvon Martin en Florida hace dos años.

La decisión desencadenó el lunes por la noche una nueva ola de altercados violentos en Ferguson. Las mismas llamas que el Ku Kux Klan utilizaba para aterrorizar a la población negra hasta principios de los años 70 quemaron comercios y vehículos en un pandemonio que se repite cada cierto tiempo para chamuscar el mito de la América posracial. «Prenderle fuego a esa puta», gritó figurativamente y con una rabia indescriptible el padrastro de Brown tras conocerse la decisión del jurado. En las capitales de todo el país miles de personas salieron a protestar contra la impunidad. «No hay paz sin justicia, no a la policía racista», gritaron en Filadelfia.

Las marchas

En Nueva York marcharon por la Sexta Avenida y los puentes del Hudson, y alguien roció con pintura roja al jefe de la policía, sangre postiza e inocua. En Oakland, reducto de estibadores y cuna de los Panteras Negras, hubo enfrentamientos con la policía, saqueos y una autopista bloqueada. También en Los Ángeles hubo marchas y, en Atlanta, el pastor negro Markel Hutchins repitió casi lo mismo que dijo Barack Obama tras el juicio de Trayvon Martin. «Si no te pareces a Michael Brown, si no tienes un hijo, un nieto o un sobrino que se parezca a Michael Brown, nunca serás capaz de comprender cómo nos sentimos esta noche».

Son muchos, empezando por la familia del chaval, los que no han aceptado el veredicto ni el proceso que le precedió. «Fue completamente injusto», dijo ayer su abogado, mientras el reverendo Al Sharpton acusaba al fiscal del caso de haber utilizado la rueda de prensa «para desacreditar a la víctima». En lugar de proponer los cargos contra el policía Darren Wilson y dejar que el jurado examinara los testimonios y las pruebas más relevantes del caso, el fiscal Bob McCulloch no presentó ninguna acusación y entregó todo el fardo procesal a los nueve ciudadanos blancos y tres negros del jurado para que sacaran sus propias conclusiones. Se necesitaban al menos nueve votos para impugnar a Wilson.

La imparcialidad de McCulloch ha sido muy cuestionada en los últimos tres meses. Su padre, su madre, su hermano, su tío y su primo han trabajado para el departamento de policía de San Luis. Y su padre murió tiroteado por un negro cuando él tenía 12 años, motivos que inducen a pensar como mínimo en un conflicto de intereses. En un suburbio donde la policía multa de forma desproporcionada a los negros y en un país que los encarcela en una proporción superior a la de Sudáfrica en el apogeo del 'apartheid', el proceso judicial ha tenido aires de farsa.

La victoria electoral de Barack Obama en el 2008 marcó un hito en las complicadas relaciones raciales de EEUU, un país donde la supremacía blanca estuvo amparada por la ley durante casi 200 años. Se dijo entonces que la llegada a la Casa Blanca del primer presidente negro consagraba la América posracial, donde la discriminación era un producto del pasado, un descosido residual y fácil de remendar. Pero los datos sugieren un problema sistémico, tanto en la policía como en las cárceles y los tribunales.

Detenidos

Casi nueve de cada 10 personas detenidas y cacheadas por la policía de Nueva York en el 2011 fueron negros o hispanos. En Boston, el 63% de registros se hicieron a afroamericanos cuando son el 24% de la población. «En demasiados lugares de este país existe una profunda desconfianza entre las fuerzas de seguridad y las comunidades de color, y parte de esto es el resultado de una historia de discriminación racial», admitió Obama tras el fallo de Ferguson, en un discurso en el que pidió calma y llamó a respetar las decisiones del Estado de derecho.

Pero la confianza no se restaura con palabras. EEUU es un modelo de integración multicultural, pero la comunicación entre las razas es complicada porque tienden a vivir segregadas, en burbujas sin demasiado espacio para la empatía. La fijación policial con la población de color, la misma policía que durante décadas hizo que se cumplieran las leyes Jim Crow, alimenta la sensación de que las élites blancas quieren perpetuar el orden establecido. «Tenemos una fuerza policial que se utiliza como mecanismo para que algunos grupos de población no se sientan cómodos con su libertad», asegura la profesora de la Facultad de Justicia Criminal, Gloria Browne, resumiendo la sensación de parte de la comunidad negra, harta de impunidad.