CALIFORNIA SE MUERE DE SED

La amenaza seca

Por cuarto año consecutivo, California vive una sequía devastadora. Es un ensayo general de lo que, con toda probabilidad, también va a pasar en el área mediterránea. Tomarse en serio la gestión del agua y el calentamiento global es imprescindible para superar las supersequías del futuro, advierten los expertos.

ALERTA ROJA. Un marcador muestra el nivel de la crisis en el bosque de Los Padres, en el centro del estado de California.

ALERTA ROJA. Un marcador muestra el nivel de la crisis en el bosque de Los Padres, en el centro del estado de California.

POR MICHELE CATANZARO

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Pisamos hierba donde deberíamos estar pisando nieve». Con estas palabras, pronunciadas en medio de la Sierra Nevada californiana, el gobernador del estado, Jerry Brown, anunció en abril medidas de racionamiento del agua. Que vayan tomando nota los políticos del área mediterránea: la sequía extrema que azota California desde hace cuatro años es una avanzadilla de lo que pasará en las mismas latitudes en todo el mundo en las próximas décadas. La combinación de la escasez de lluvia con el calentamento global y con la falta de previsión en la gestión del agua explica con toda probabilidad la situación de California. Y es también la receta ideal de las supersequías que golpearán zonas parecidas del planeta en el futuro, según los expertos.

Actualmente, casi la mitad de California está declarada en situación de sequía excepcional y 37 de sus 39 millones de habitantes se ven afectados de alguna manera. La falta de agua de los últimos meses ha coincidido con temperaturas excepcionalmente altas. El calor ha secado los campos, ha aumentado la evaporación de los embalses y ha menguado las reservas de nieve en las montañas. Además, esta sequía ha acontecido poco tiempo después de las dos anteriores. Así que también las reservas de agua subterránea sufren tras muchos años de sobreexplotación. Todo esto ocurre en el estado más agrícola de EEUU y en una región que ha vivido un gran boom demográfico en las últimas décadas. 

Los efectos ya son visibles. Se estima que el año pasado la agricultura ya había perdido 1.500 millones de dólares y 17.000 empleos temporales. Algunas comunidades aisladas ya no disponen de agua para beber en sus pozos y se ha dispuesto donarles botellas o traerles agua en camiones. Ciertas zonas del valle central se han hundido casi dos metros por la extracción del agua subterránea. Se teme que este verano los peces no encuentren suficiente agua para remontar los ríos.

Esperando a El Niño

La situación es tan dramática que los californianos han puesto sus esperanzas en un fenómeno que se suele evocar con miedo: El Niño. Esta anomalía climática del Pacífico que suele descargar lluvias torrenciales en California generó graves daños en el periodo 1997-1998, pero ahora se ve como una oportunidad para salir del atolladero. Sin embargo, las lluvias ocurren solo cuando el fenómeno es suficientemente fuerte. «De momento, se está desarrollando de forma débil o moderada. Aunque se espera que se refuerce en los próximos meses, las predicciones están repletas de incertidumbres», explica Mike Halpert, investigador del Centro de Predicción del Clima de la Administración Nacional del Océano y la Atmósfera (NOAA) de EEUU.

«La sequía era previsible: en esa zona siempre ha habido sequías», observa Antoni Rosell, investigador del Institut de Ciència i Tecnologia Ambientals (ICTA) de Barcelona. «En las zonas de clima mediterráneo, como California, la región central de Chile y el sur de Sudáfrica y de Australia, las sequías pertinaces no son raras», observa Javier Martín-Vide, climatólogo de la Universitat de Barcelona. «Sin embargo, esta es tal vez la peor de la historia de California», afirma Benjamin Cook, climatólogo de la NASA. Cook ha investigado el clima del pasado y ha llegado a la conclusión de que esta sequía es la más intensa de los últimos 1.200 años. Quizá incluso peor que la desertización que posiblemente acabó con el pueblo anasazi a mediados del siglo XII, en el actual suroeste del país.

Pero el problema no es local. En los últimos seis años, la Amazonia ha sufrido dos sequías de una magnitud que, de media, solo se da una vez cada siglo. Desde 1950, el porcentaje de áreas secas del planeta ha aumentado un 1,74% por década. Y algunos estudios han detectado una expansión de los grandes desiertos, desde el Sáhara hasta Atacama. 

Estas dinámicas encajan con las previsiones de los expertos en cambio climático. «El calentamiento global implica más evaporación, es decir, más lluvia a nivel global. Sin embargo, esto no vale en el área subtropical o tropical, donde el aumento de las temperaturas produce una dinámica de anticiclones que tiende a expandir los grandes desiertos, tanto en el hemisferio norte como en el sur», explica Martín-Vide. La aparición de sequías más intensas, duraderas o frecuentes en estas zonas es una previsión de todos los modelos de cambio climático. 

El mismo proceso de desertización que se extiende desde Atacama hacia el norte, incluyendo California, también iría desde el Sáhara hacia el Mediterráneo. «En España se prevén temperaturas más altas, y posiblemente menos lluvias, aunque con un menor grado de certidumbre: esto va a agravar el problema de las sequías», afirma Martín-Vide. «Lo que vemos en California es una avanzadilla, es totalmente aplicable al entorno mediterráneo», remacha Pep Canadell, director ejecutivo del Global Carbon Project e investigador en CSIRO (Autralia).

El problema de la agricultura

Sin embargo, los expertos insisten en que no se puede vincular esta sequía en concreto con el cambio climático. «El cambio climático no se discute científicamente. Sin embargo, no se puede establecer una relación causa-efecto con un fenómeno en concreto. Otra cosa es que, si estos fenómenos aparecen cada vez con más frecuencia, podamos inferir que son una manifestación del cambio climático. Pero también en el pasado pudo haber sequías de intensidad comparable», puntualiza Martín-Vide. «Actualmente no podemos saber si este fenómeno se debe en parte al cambio climático o bien a otros factores antrópicos, como una demanda excesiva de agua por parte de la agricultura», explica Geert Jan van Oldenborgh, investigador del Real Instituto Meteorológico de los Países Bajos (KNMI).

Las catástrofes nunca son solo naturales. «También cuenta el nivel de vulnerabilidad de la sociedad», apunta Martín-Vide. La irracionalidad en la gestión del agua en California es proverbial. La agricultura se lleva la mayor parte. «La gran exportación de vegetales es exportación de agua: un vegetal es agua almacenada en un organismo», observa Rosell. Además, el reemplazo de zonas boscosas por agrícolas aumenta el consumo y la evaporación de agua. También desempeña un papel importante el estilo de vida de casas familiares con césped regado en medio de zonas semidesérticas. «Los lugares edificados no dejan que el agua filtre al subsuelo, a la vez que incrementan el consumo hídrico humano», argumenta Rosell. 

La reglamentación del sector es un guirigay. Hasta el 2014, California no tenía regulación de aguas subterráneas, lo que dejaba la explotación de los pozos al arbitrio de los propietarios. Y las medidas de restricción de este año son las primeras en la historia del país, y solo cuentan con el respaldo de una minoría de la población, según las encuestas.

«Nosotros tenemos un consumo de agua mucho menor que California, no hay una analogía directa. Pero también aquí hay cambios en el uso del suelo y falta de previsión», observa Antoni Rosell. «Un ejemplo sería la salinización de los acuíferos de la cuenca del Llobregat debida a su sobreexplotación, que hace entrar el agua de mar; o el agotamiento de los de Mallorca», apunta. El abastecimiento de Catalunya ya depende de desalinizadoras y en tiempos de sequía se planteó el trasvase del Ebro o del Ródano. «El Campo de Dalías en Almería, con una de las mayores concentraciones de invernaderos altamente tecnificados, depende del agua de los acuíferos: es una explotación del territorio que va más allá del potencial natural y lleva a una quiebra absoluta», observa Martín-Vide.

Las supersequías que los científicos prevén para el futuro son el primer anillo de una cadena de riesgos. Al impacto en los ecosistemas se añaden los incendios de vegetación seca y los aludes de tierra por la falta de agarre de los árboles. Sequías como la de la Amazonia perjudican también su capacidad de absorber CO2. Para la sociedad, la consecuencia más directa es la escasez de alimentos, pero también los problemas con la energía hidroeléctrica o la refrigeración de las centrales nucleares y térmicas.

Reaccionar solo cuando hay una emergencia, como ha hecho California, no es buena idea, según los científicos. «Lo más importante es estar preparados», afirma Cook, expresando una opinión compartida. «A la hora de hacer previsiones no se tiene en cuenta la variabilidad natural de la lluvia», afirma Rosell. 

«La receta más sensata y más barata es una buena ordenación del territorio, sin sobreexplotar las potencialidades naturales. Y luego hay que disminuir la vulnerabilidad y aumentar la resiliencia, la capacidad de recuperación ante las catástrofes: si un territorio está intensamente degradado, puede que ciertos procesos se vuelvan irreversibles. Finalmente, es importante preparar a la población y promover medidas sostenibles de todo tipo. Son medidas de largo plazo, más largo que el de un ciclo político», observa Martín-Vide.

«Tras las sequías de Australia, aquí hay mucha investigación en variedades resistentes e incluso planes para desplazar la agricultura hacia el norte, donde las necesidades de agua están garantizadas gracias al monzón», explica Canadell. Pero el investigador recuerda que hay que actuar también sobre las causas más profundas. «Controlar el aumento de las temperaturas está en nuestras manos. Tenemos que ser muy agresivos para evitar que suban más de dos grados con respecto a la época preindustrial [objetivo declarado en las cumbres internacionales], y hasta ahora no lo hemos logrado», concluye