20º ANIVERSARIO DEL PROCESO DE BARCELONA

En el ámbito de lo posible

MONTSERRAT RADIGALES / BARCELONA

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Por obra y gracia del entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, el Proceso de Barcelona dejó paso, en el 2008, a la Unión por el Mediterráneo (UpM), no sin ser antes objeto de un agrio enfrentamiento interno dentro de la Unión Europea, ya que la insólita pretensión inicial del presidente francés era dejar fuera a los países europeos no ribereños pero seguir, al mismo tiempo, contando con sus aportaciones presupuestarias. La UpM nació finalmente en una cumbre celebrada en París el 13 de julio del 2008, bajo presidencia francesa de la UE. Reúne a 43 países (los 28 miembros de la UE y 15 países del sur y el este del Mediterráneo). 

La UpM nació con grandes ambiciones políticas. La gran novedad fue que institucionalizaba el proceso euromediterráneo. Debía celebrar cumbres de jefes de Estado y de Gobierno cada dos años, ministeriales de forma periódica, y tiene un órgano permanente: el secretariado, con sede en el Palau de Pedralbes de Barcelona. El uso del condicional al referirnos a las cumbres no es casual. El primer intento de cumplir con este requisito fracasó: la que debía haberse celebrado en el 2010 se aplazó sine die por las disputas derivadas del conflicto árabe-israelí. La misma cuestión acabó haciendo también casi imposibles las reuniones de ministros de Exteriores. Sí se han celebrado de forma regular otros encuentros ministeriales sectoriales. Pero  la dimensión política de la UpM acabó siendo rehén del conflicto de Oriente Próximo.

Otra característica fundamental de la UpM es la de ser supuestamente un órgano entre iguales. Por ello se estableció una co-presidencia entre norte y sur, que ejercieron inicialmente Francia y Egipto y posteriormente la UE como tal --ahora representada por la jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini-- y Jordania.

Y, finalmente, el objetivo central es la realización de proyectos transfronterizos (en infraestructuras, agua, energía, transporte, educación, etc). El secretariado de la UE los aprueba, pero ello no significa que siempre se ejecuten porque hay que buscar la financiación adecuada y nunca se consigue para grandes proyectos de infraestructura; solo para proyectos más modestos. De los 33 aprobados, 18 se encuentran en distintas fases de aplicación.

La UpM, como foro multilateral, discurre en paralelo a la llamada Política Europea de Vecindad, que regula las relaciones bilaterales entre la UE y cada uno de sus vecinos del este y del sur. A menudo da la impresión que es esta relación bilateral la que en realidad interesa a los socios euromediterráneos, en detrimento de la propia UpM.

EL DETERIORO

La UpM tiene sus defensores y sus detractores. Javier Solana, que jugó un papel muy relevante en la política euromediterránea, primero como ministro de Exteriores español y después como alto representante de la Política Exterior de la UE, admite que “no funciona”. “La situación en el Mediterráneo empezó a ser tan compleja y se llegó a complicar de tal manera, que era difícil incluso hacer reuniones. El deterioro de las partes de un órgano siempre va acompañado del deterioro del órgano colectivo”, señala en declaraciones a EL PERIÓDICO. Solana cree que “ha faltado política”. “No quiero decir voluntad política sino comprensión política; no supimos ver las transformaciones que se estaban generando en la región. Y así llegó la primavera árabe”, añade. Para Solana, la política euromediterránea “no és la historia de un fracaso, pero tampoco es la historia de un éxito. Porque la región para la que estaba pensada no tiene nada que ver con la región que es ahora”.

Algunos expertos creen que, a pesar de sus grandes limitaciones, hay que proteger a la UpM porque es el único foro permanente existente en la región. Uno de estos expertos, involucrado en la política euromediterránea y que pidió el anonimato, lo resume de forma diáfana: “El problema es que trabajas en el ámbito de lo posible, y lo posible es muy pequeño”.