BALANCE DE GOBIERNO EN FRANCIA
El amargo año de Valls
Cuando hace un año el presidente francés, François Hollande, le pidió al entonces ministro del Interior que «hiciera de Valls» y formara un Gobierno «de combate» para rebajar el paro y relanzar el crecimiento económico, los socialistas acababan de sufrir en las elecciones municipales su primera gran derrota desde que alcanzaron el Elíseo en mayo del 2012.
Doce meses después de haberse instalado en el palacio de Matignon, Manuel Valls tiene pocos motivos para celebrar la efeméride. Ni el paro, situado en el 10,3%, ha iniciado su curva descendente, ni la economía se recupera al ritmo deseable, aunque el primer ministro vaticinó ayer que el PIB será este año del 1,5%.
La falta de resultados de la acción gubernamental desespera a los franceses y se tradujo hace tres días en el tercer varapalo en las urnas en un año, tras las europeas y el vuelco a la derecha del Senado.
El Partido Socialista cedió el domingo al centroderecha capitaneado por el expresidente Nicolas Sarkozy la mitad de los departamentos en los que gobernaba. Una debacle que ha ahondado más, si cabe, la brecha interna del partido a pocos meses de un Congreso que se anuncia tormentoso.
El caudal de popularidad con el que Valls llegó a la cúpula del Ejecutivo se ha disuelto como un azucarillo en este tiempo, marcado por la falta de resultados económicos tangibles y una creciente dificultad para contar con su propia mayoría parlamentaria en la Asamblea Nacional.
Fue lo que ocurrió en febrero, cuando el primer ministro se vio obligado a tirar de decreto para aprobar una reforma económica menor diseñada por el joven ministro de Economía y antiguo banquero Emmanuel Macron, en quien el ala izquierda del Partido Socialista francés ve encarnados todos los males del neoliberalismo.
La entrada de Macron en el Ejecutivo hizo rechinar los dientes de los llamados diputados rebeldes porque tuvo su origen en la crisis gubernamental que, a finales de agosto, provocó la airada salida del Ejecutivo de Arnauld Montebourg, el contestatario ministro que cuestionó abiertamente la política reformista de Hollande.
Desde entonces, las sucesivas declaraciones de amor de Valls a los empresarios y los recortes en el gasto público para cumplir con los requisitos del pacto de estabilidad exigido por Bruselas, no han hecho más que distanciar a Valls de su mayoría parlamentaria, de su partido y de su electorado, permitiendo el avance del Frente Nacional y la recuperación política de la conservadora UMP.
SONORO ABUCHEO
Una ligera brisa de pánico sopló pues sobre el Ejecutivo y, por eso, en vez de viajar a Berlín con Hollande, Valls se quedó ayer en París para rebajar el nivel de cabreo de los diputados -rebeldes y no tan rebeldes- de la Asamblea Nacional, con los que se reunió por la mañana.
No cedió un ápice sobre el fondo -es decir, seguirá adelante con la actual política económica-- pero se mostró más flexible de lo que acostumbra en las formas. Y fue prudente al enumerar el próximo paquete de reformas para no exacerbar más los ánimos.
En un claro guiño a Martine Aubry, alcaldesa de Lille, exprimera secretaria de los socialistas y abanderada de los rebeldes, Valls aseguró que la flexibilidad laboral no afectará al derecho de los trabajadores, que el rigor presupuestario exigido Bruselas no comprometerá el crecimiento y que el Gobierno centrará sus esfuerzos en las pymes, verdaderas generadoras de empleo.
Habrá que esperar para ver si les ha convencido. Lo que sí logró Valls fue un sonoro abucheo de la bancada de la oposición y un aluvión de críticas. Una escena muy alejada de la imagen de unidad que se logró con el vibrante discurso que pronunció el 13 de enero, días después de los atentados yihadistas cometidos en París. Entonces defendió los valores fundamentales de la República y consiguió, por primera y quién sabe si última vez, el aplauso unánime de la Cámara.
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