LOS ROSTROS DE LA GUERRA

Alí Al Subeih

El campesino que cultiva olivares entre bombardeos y explosiones

Alí al Subeih, junto a la entrada del refugio donde pasa las noches con su hijo.

Alí al Subeih, junto a la entrada del refugio donde pasa las noches con su hijo.

MARC MARGINEDAS

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Dos hectáreas de olivares en la fértil comarca que rodea a la población de Kafersijneh, cerca de Hama, se consideran en Siria una propiedad agrícola de modestas dimensiones que, ni siquiera administradas con cariño y mimo, son capaces de dispensar a la familia que las posee una existencia de comodidades y desahogo. Pero si se da la circunstancia de que tropas del Ejército regular sirio se han posicionado a dos kilómetros de distancia, el terreno en cuestión perderá automáticamente todo uso potencial para la producción de aceitunas. Y como mucho, permitirá a sus desafortunados propietarios llevar una ardua y penosa supervivencia, siempre y cuando estén dispuestos a poner a diario la vida en juego, a laborar las tierras entre el estruendo constante de las explosiones, y a asumir el riesgo de ser alcanzados por alguna bala perdida.

LA VIDA ES DURA/ «La vida es muy dura aquí; las tropas del régimen se encuentran a dos kilómetros en dirección sureste, y a cinco kilómetros en dirección noreste», aclara Alí al Subeih, la mano que cuida estas tierras, quien, temeroso de las represalias que pudiera ocasionarle la conversación con el reportero recién llegado, solo se deja fotografiar de espaldas. «Trabajamos para poder comer, si no trabajamos, no comemos», apunta. Cuando algunos familiares del pueblo le visitan para comprobar que todo va bien ocultan el vehículo en el que han venido tras los árboles y lo cubren con ramas de para no despertar las sospechas de los aviones, que sobrevuelan constantemente el lugar y que son capaces de atacar sin miramientos a todo elemento que crean extraño.

La mitad de la familia de Alí al Subeih ha huido a Turquía. Wael, de 25 años, es el único de los hijos que permanece trabajando las tierras; ambos pasan las noches mano a mano escondidos en un antiguo refugio rehabilitado nada más comenzar la guerra, ya que la proximidad de los militares les impedía vivir en la casa. «Sabíamos que en esa parte del terreno existía un túnel porque la tierra era más blanda y no podíamos arar; tardamos un par de meses en abrirlo», apunta.

En los olivares de Alí el Subeih, las noches son largas y oscuras, y están surcadas de ruidos inquietantes de imposible identificación. Hace dos meses, sobre las nueve y media, su vecino, Abdelkarim Abdalá, de 50 años, recibió el impacto de un disparo que le arrancó de cuajo parte el cráneo.