Alergia policial en Baltimore

El miedo y las desconfianza marcan las relaciones con las fuerzas del orden

Un joven se encara a la policía durante el toque de queda en Baltimore.

Un joven se encara a la policía durante el toque de queda en Baltimore.

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON

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Una de las últimas veces que lo arrestaron, Darnell Smith acababa de salir de comprar unos refrescos en una tienda de su barrio. Dos policías se le acercaron y lo acusaron de loitering, una figura jurídica que prohibe permanecer de forma prolongada en un lugar público sin motivo aparente.

Darnell trató de explicarles que acababa de salir de la tienda y se dirigía a casa de su hermana. No le escucharon. Después de cachearlo contra la pared, le hicieron bajarse los pantalones para ver si tenía drogas en los calzoncillos, según su versión. No encontraron nada pero, al comprobar que tenía un largo historial por drogas, se lo llevaron a empujones a comisaría para interrogarlo.

Darnell es negro y vive en Sandtown-Winchester, el barrio del oeste de Baltimore que estalló el pasado lunes en una orgía de vandalismo después de que la muerte de Freddy Gray mientras se encontraba bajo custodia policial sacara a la superficie el hartazgo de sus vecinos con las fuerzas del orden. Pero la semilla de la destrucción llevaba años plantada porque las condiciones socioeconómicas del barrio son tercermundistas.

Entre su madeja de casas abandonadas, licorerías y casas de préstamos exprés, solo trabaja el 42% de la población activa. «Cuando yo era niño, muchos policías vivían en el barrio, conocían a tus padres y antes de arrestarte hablaban con ellos para que pudieran enderezarte», dice Darnell, un hombre fornido de 44 años que ha sido 20 veces arrestado a lo largo de su vida. Siete de ellas acabaron en condena. «Ahora nadie se fía de la policía. Te tratan como a un perro. Son el enemigo».

BRUTAL DESCONFIANZA

Uno de los motivos la brutal desconfianza que impera en las relaciones con la comunidad es la falta de vínculos emocionales de los agentes con las zonas que patrullan. «Muchos de los policías de Baltimore no viven en la ciudad, ni siquiera en Maryland», escribiá en The New York Times el escritor D. Watkins.

«No conocen ni les preocupan los ciudadanos a los que sirven y es por eso por lo que pueden golpearnos y matarnos sin ningún remordimiento ni empatía». Los datos avalan su primera tesis. Casi tres de cada cuatro agentes de Baltimore no viven en la ciudad, según un estudio de FiveThirtyFive.

Como suele ser la norma en el resto del país, la policía de esta ciudad retratada magistralmente por David Simon en la serie The Wire es mucho más blanca que su población. El 46% de los agentes son blancos, cuando solo el 28% de sus habitantes lo son.

Pero a diferencia de lo que sucedía en Ferguson, el suburbio de Misuri que reabrió el debate sobre los abusos policiales, aquí los negros tienen poder político. La alcaldesa, el presidente del consejo municipal, el jefe de la policía y la fiscal jefe son afroamericanos. Nada de eso, sin embargo, parece haberse traducido en una aproximación más humana hacia la población negra y sus problemas.

BARRIOS POBRES

«El concepto original de ejercer la policía en este país consistía en que el pueblo es la policía y la policía es el pueblo», asegura Stephen Downing, un agente retirado del Departamento de Policía de Los Ángeles, del que llegó a ser el número dos. «Pero eso se ha perdido porque la policía está siempre en guerra. Guerra contra el crimen, guerra contra las drogas...».

Y esas guerras, sostiene, solo se ejercen en los barrios pobres. «Nadie te para en un vecindario rico para ver si llevas drogas, pero si vives en Sandtown o un lugar parecido, basta que lleves un jersey con capucha o los pantalones por debajo del culo para que te den el alto y te pongan contra la pared».

Por ley, solo se puede detener a una persona cuando el agente aprecia «causa probable» de delito. «Nada de lo dicho entra en esa definición, de modo que la policía viola constantemente los derechos constitucionales toda esta gente», añade Downing en una entrevista realizada por teléfono. El resultado puede verse en las cárceles. Sandtown aporta más presos a las prisiones de Maryland que cualquier otro barrio o condado del estado.

CLIMA DE HOSTIGAMIENTO

Es innegable que barrios como este son peligrosos. Bandas como Black Guerrilla Family, Crips o Bloods campan a sus anchas. Hay tiroteos frecuentes y la heroína o la coca se venden sin demasiado disimulo en las esquinas. A falta de otras alternativas, es el único negocio boyante. Pero además de a los grandes narcos, se persigue también a los consumidores y a los camellos de poca monta porque existen jugosos incentivos económicos. Cuantas más personas arrestan, más fondos federales reciben los departamentos de policía.

 Los números son escalofriantes. En 2012, se hicieron 58.000 arrestos en una ciudad de 620.000 habitantes. En 2005, se superaron los 100.000, según datos oficiales. Este clima de hostigamiento permanente, unido al gatillo fácil de los agentes y la propensión a la brutalidad, ha hecho que la alergia hacia la policía sea casi obsesiva. «Nadie llama nunca aquí a la policía, ni siquiera cuando necesita ayuda», dice Cheniqua Lee, una neoyorkina que lleva varios años viviendo en Sandtown.

«Para mejorar las relaciones bastaría que interactuaran un poco con la gente. Que saluden, que se presenten, pero la realidad es que los chavales solo los ven cuando vienen a arrestarlos. Es una relación basada en el odio por las dos partes».