CRÓNICA DESDE taiji
La aldea famosa por la matanza de delfines
Hace falta viajar tres horas en tren, desde Osaka, para llegar a Taiji, una idílica aldea de pescadores en la costa de Wakayama, en el sur de Honshu, la isla más grande de Japón. Solo llegar a la pequeña estación, tomada por el moho y el óxido, uno se da cuenta de porqué la vida de la gente de Taiji dependió durante siglos de la caza de cetáceos. La costa es agreste, la montaña está muy cerca del mar y los campos de arroz y otros cultivos son escasos y pequeños.
Para muchos japoneses, Taiji era conocido por ser el puerto desde donde muchos compatriotas habían emigrado en los siglos XIX y XX hacia América y por albergar parte de la flota ballenera del país. Tras la segunda guerra mundial, Japón era un país en ruinas y la carne de ballena una de las pocas fuentes de proteína animal para la población. Taiji vivió entonces una época de esplendor y fue la envidia de sus vecinos.
Ahora, a la aldea se la conoce por la matanza de delfines que tiene lugar cada año entre septiembre y marzo, mostrada en la película-documentalThe Cove. Cientos de delfines son empujados cada día hacia la costa por una flotilla armada con barras de hierro para crear un muro de sonido. Ahí son encerrados en una cala para que los compradores de todo el mundo escojan el animal con mayor potencial para el mundo del espectáculo. Los que no consiguen comprador son llevados a una recóndita cala donde son arponeados hasta la muerte, tiñiendo el mar de rojo.
El filme, ganador de un Oscar, ha podido ser finalmente proyectado en seis cines de Japón, provocando una gran variedad de respuestas. La extrema derecha cree que se trata de propaganda antijaponesa y pidió su prohibición; otros destacan su valor de denuncia de la venta de carne de delfín, que tiene un alto contenido en mercurio; también se han oído críticas al planteamiento como una aventura heroica, o se ha pedido pidiendo una mayor contextualización en el ámbito del sufrimiento animal.
En las calles de Taiji, monumentos, esculturas, mosaicos o dibujos en el mobiliario urbano, recuerdan a delfines y ballenas. La mitad de los menús que ofertan las cartas de los restaurantes son de carne de cetáceo. Hay un viejo barco ballenero varado para las visitas y un museo con delfinario y espectáculos que recuerdan lo entrañables que pueden ser estos mamíferos. Nadie parece querer hablar de la película o de la matanza que tiene lugar a escasos metros de ahí. Este es un pueblo que ha cazado cetáceos desde tiempo inmemorial y no cree que haya ninguna razón para dejar de hacerlo.
«Si hay cuestiones de salud o de conservación de la naturaleza es distinto, pero no puede ser que se critique la caza de delfines y ballenas porque dan lástima, también sufren otros animales que se sacrifican para comer» , comenta un turista que no verá la película. «El problema es que aquí la matanza es espectacular y el mar se llena de sangre, y por eso han podido hacer un documental muy dramático, pero cosas parecidas pasan en todo el mundo», añade una mujer de mediana de edad a las puertas del museo.
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